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Cultura en Argentina (V): Elogio de la kakistocracia vernácula

Carlos O. Antognazzi

Argentina



El economista brasileño Delfim Netto narra una anécdota ilustrativa sobre la forma en que se mueve el mundo fuera de las fronteras del subdesarrollo: «En 1982, en plena crisis económica en la Unión Soviética, Mikhail Gorbachov fue a Inglaterra para pedir crédito. Fue recibido con una de esas comidas amigables, con brandy, cigarros cubanos, todo un ambiente sumamente cordial. Después del postre, Gorbachov explicó que necesitaba un crédito. Entonces, el presidente del Banco de Inglaterra abrió un cajón, sacó un mazo enorme de papeles y dijo: “Primero, señor Gorbachov, vamos a discutir esto”. “¿Qué es eso?”, preguntó Gorbachov. “Estos son los pagarés que su zar dejó impagos en 1917”» («Es imposible dejar de pagar la deuda externa», entrevista de Luis Esnal. La Nación, 18/08/04, p. 1).

Los funcionarios argentinos suelen manejarse como el Gorbachov de la anécdota: desconociendo que más allá del propio mundo hay un mundo serio, responsable, que no olvida los desaires, y menos las deudas. Las continuas faltas de respeto del Presidente Kirchner por los horarios, en especial cuando se trata de reuniones con extranjeros importantes; su decisión de apoyar a Chávez en forma tan abierta (cosa que no hizo Brasil, por más que Lula adhiera al general venezolano), el desmanejo de la seguridad en el país y los vaivenes parkinsonianos en materia de cultura dan la pauta de nuestra idiosincrasia: funcionarios arribistas, prepotentes, pícaros, que en cuanto pueden no hacen la plata trabajando y, además, festejan públicamente sus miserias como si el sólo hecho de celebrarlas los redimiera de la mediocridad en que se encuentran sumidos. Cuando Rodríguez Sáa aplaudió el default en el Congreso se predijo que la fantochada nos costaría diez años. Si el pronóstico es correcto, aún nos quedan varios para seguir sufriendo por la inoperancia o caradurismo del entonces Presidente.

Cultura en Argentina (V):
Elogio de la kakistocracia vernácula

El economista brasileño Delfim Netto narra una anécdota ilustrativa sobre la forma en que se mueve el mundo fuera de las fronteras del subdesarrollo: «En 1982, en plena crisis económica en la Unión Soviética, Mikhail Gorbachov fue a Inglaterra para pedir crédito. Fue recibido con una de esas comidas amigables, con brandy, cigarros cubanos, todo un ambiente sumamente cordial. Después del postre, Gorbachov explicó que necesitaba un crédito. Entonces, el presidente del Banco de Inglaterra abrió un cajón, sacó un mazo enorme de papeles y dijo: “Primero, señor Gorbachov, vamos a discutir esto”. “¿Qué es eso?”, preguntó Gorbachov. “Estos son los pagarés que su zar dejó impagos en 1917”» («Es imposible dejar de pagar la deuda externa», entrevista de Luis Esnal. La Nación, 18/08/04, p. 1).

Los funcionarios argentinos suelen manejarse como el Gorbachov de la anécdota: desconociendo que más allá del propio mundo hay un mundo serio, responsable, que no olvida los desaires, y menos las deudas. Las continuas faltas de respeto del Presidente Kirchner por los horarios, en especial cuando se trata de reuniones con extranjeros importantes; su decisión de apoyar a Chávez en forma tan abierta (cosa que no hizo Brasil, por más que Lula adhiera al general venezolano), el desmanejo de la seguridad en el país y los vaivenes parkinsonianos en materia de cultura dan la pauta de nuestra idiosincrasia: funcionarios arribistas, prepotentes, pícaros, que en cuanto pueden no hacen la plata trabajando y, además, festejan públicamente sus miserias como si el sólo hecho de celebrarlas los redimiera de la mediocridad en que se encuentran sumidos. Cuando Rodríguez Sáa aplaudió el default en el Congreso se predijo que la fantochada nos costaría diez años. Si el pronóstico es correcto, aún nos quedan varios para seguir sufriendo por la inoperancia o caradurismo del entonces Presidente.

En la política

Los Fernández, Alberto y Aníbal (jefe de Gabinete y ministro del Interior, respectivamente), cada día se asemejan más a los «hermanos Macana», protagonistas de Los autos locos, la serie de dibujos animados de los años sesenta. “Macana” en su doble acepción: no sólo por las desinteligencias verbales que acostumbran a cometer (mandar a trabajar a los piqueteros, como hizo Aníbal, jugando con el sonido de «palo» y «pala», o salir a responder la carta abierta de Susana Garnil, madre de Nicolás, como hizo Alberto) o las continuas peleas de los personajes de la carrera de autos, sino por el arma, tipo de garrote, con el que éstos se propinaban palazos mutuamente, en un festejo continuo y gratuito, ya que nunca ganaban la carrera. Nuestros Fernández, similares entre sí incluso por el bigote, repiten una coreografía que ya, por conocida, resulta insulsa. Pero sigue dañando al país, dentro y fuera de las fronteras. Alberto hasta se permite retarlo a Aníbal por el gafe de las palas.

Cuando el Gobierno se molesta (como hizo Alberto Fernández con apreciaciones que pertenecían a Kirchner, ya que el ministro dice lo que el Presidente no puede decir) por la carta de Susana Garnil, demuestra su incompetencia, porque la carta no es solamente la voz de una madre dolida, sino de una sociedad harta que se ve reflejada en esas pocas líneas. Quedó demostrado con los mensajes que la ciudadanía envío al diario La Nación, reproducidos en parte en la edición del 18/08/04. La carta de Garnil revela el aspecto simbólico que tienen las marchas convocadas por Blumberg, o las que en su momento comenzaron las Madres de Plaza de Mayo o Marta Pelloni: la sociedad se siente identificada en esas expresiones porque están señalando la carencia de ciertos aspectos que hacen a la vida de todos y que son dejados de lado por el Gobierno.

Lo que no comprende el Gobierno es que Blumberg es producto de ese vacío: lo engendraron primero el asesinato de su hijo, pero luego la falta de respuestas y la impotencia que produce en la gente la anomia del Estado. La carta de Susana Garnil es producto de esa misma esterilidad ante la ineficacia y el discurso demagógico. El dolor, como se ha dicho ya varias veces, no es de izquierda o derecha, no es funcional a tal o cual partido, sino que es de todos y es en todos igual. El dolor es democrático, porque nos iguala por sobre las diferencias.

Por eso se equivoca Pelloni cuando sostiene que Blumberg se ocupa «más de las leyes que de los derechos humanos». Pelloni debería saber que no son cuestiones contrapuestas, y que los derechos humanos sólo pueden ser garantizados a través de las leyes. En la anarquía no hay derechos, salvo el del más fuerte. Y eso es la ley de la selva.

En la barbarie

También se equivoca José Nun cuando dice que hay que comprender que las autoridades «asumieron hace 15 meses y se encontraron con la necesidad de enfrentar el desastre» (La Nación, Enfoques, 22/08/04. p. 4). La anuencia de la sociedad se termina a los diez meses de asumido un Gobierno. Entonces el idilio se quiebra y se debe comenzar a gobernar en serio. Ya no se acepta la charamusca o retórica del comienzo del mandato. Y cada error se paga más caro que el anterior.

Cuando se postularon, estos funcionarios de hoy sabían del problema en materia de seguridad. No se puede alegar desconocimiento sin incursionar en el cinismo de Reutemann diciendo que nadie le avisó que el río Salado crecía. La inseguridad no surgió con Kirchner. Sí se amplió con Duhalde y la bonaerense, pero pueden rastrearse sus comienzos en el terrorismo de Estado del período democrático, cuando el gobierno peronista favoreció el Plan Cóndor, pergeñado por Pinochet.

El general Manuel Contreras convocó en Santiago de Chile, entre el 25/11/75 y el 1º/12/1975, a la «Primera reunión de Trabajo de Inteligencia Nacional». Asistieron representantes de los servicios de inteligencia de Argentina, Paraguay, Brasil, Uruguay, Bolivia, Perú y Ecuador. Pero de esto no se habla en Argentina. ¿A quién o a qué sectores favorece este silencio destemplado? En primer lugar, al peronismo, que hoy no vacila, desde el Gobierno, en criticar a Menem, como si el menemismo no fuera parte del mismo partido peronista, y como si ese mismo partido no fuera quien alentó la barbarie armada y contribuyó, generoso, al Plan Cóndor: el general chileno Carlos Prats fue asesinado en Buenos Aires el 30/09/74, cuando gobernaba María Estela Martínez (y el esotérico López Rega). Tres meses antes había muerto Perón.

El golpe de Estado sería casi un año y medio después, el 24/03/1976. Es llamativo que Kirchner (y sus acólitos) se defina como progresista y legalice la lucha de los 70, pero guarde un prudente silencio sobre la connivencia de su partido con la dictadura pinochetista.

En la cultura

Nuestra impronta no estaría completa sin otro bochorno internacional, como el conseguido, gracias al tesón de funcionarios e intelectuales, por censurar en plena democracia a quien piensa distinto. El affaire del III Congreso Internacional de la Lengua, que tendrá lugar en Rosario en noviembre, es una muestra más de que aún no se han superado ciertas cosas, y de que a la hora de la impugnación quienes se asumen y dicen progresistas sólo son (en un aspecto cualitativo) el calco devaluado de quienes profesaron el discurso del terrorismo de estado hace treinta años.

Se ha impugnado a la doctora Nélida Donni de Mirande por sus «simpatías procesistas». Tratándose, como se trata, de un congreso de la lengua, la forma de pensar no debería ser tenida en cuenta, máxime cuando Mirande es una invitada de la Real Academia Española que ya asistió a los dos congresos previos (Zacatecas y Valladolid), y cuando lo que amerita su participación es su nivel académico, no su ideología. El argumento esgrimido por Nicolás Rosa y Darío Maiorana, decano de la Facultad de Humanidades de Rosario, para la proscripción, señala justamente el aspecto ideológico, y genera una duda: si utilizo los mismos argumentos que Videla y sus adictos para segregar al que piensa distinto, ¿no me equiparo a él? La paradoja es que los que sufrieron el silencio y la persecución en el pasado hoy lo esgrimen como razón válida en contra de otros. ¿Nada se ha aprendido en estos años?

En un artículo específico hice notar que la “ley del Talión” garantiza barbarie, no justicia, y que «lo que define la pertenencia a un sector ideológico es la metodología empleada, no la retórica. La palabra se legitima en la acción consecuente, no en el vacío» (cfr. III Congreso de la Lengua. Diario Castellanos, Rafaela, 03/09/04). Definirse “progresista” pero actuar como “cavernícola” no es sensato. Menos en profesionales de la lengua, que conocen el alcance de las palabras, el valor de la comunicación y la necesidad de expresarse.

Con matices, ya que no se pueden equiparar todos los gobiernos como le gusta hacer a Raúl Castells (quien disfruta confundiendo a Kirchner con Videla), vivimos sumidos en una kakistocracia (del griego kakistós, malos, y kratos, gobierno: gobierno de los peores). A riesgo de ser taxativo, no hay grandes diferencias entre la nación, la provincia o la ciudad. Es cierto que hay gobiernos peores (es una facultad que poseen, en especial cuando se apuesta a la demagogia de las soluciones y el discurso fácil, y se silencian hechos claves de la Historia), pero eso no exime de la propia responsabilidad a la hora de responder a la sociedad porqué no se toman las decisiones políticas adecuadas para comenzar a resolver, de una vez por todas, lo que urge resolver.

Santo Tomé, agosto de 2004.

© Carlos O. Antognazzi.
Escritor.

Publicado en el periódico “El Santotomesino” Nº 76 (Santo Tomé, Santa Fe, Argentina, setiembre de 2004; contratapa). Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2004.

Este artículo tiene © del autor.

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