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Cultura en Argentina (VII): El Congreso que pagamos todos

Carlos O. Antognazzi

Argentina



Luego de las idas y vueltas de la Subsecretaria de Cultura de la Nación, Magdalena Faillace; del ominoso silencio que sobre el tema aportara su jefe, Torcuato Di Tella; y del público respaldo que le dio Mempo Giardinelli (entre otros) a Faillace por considerar que «había que bajarle el tono al conflicto» y no se podía hacer un papelón (cfr. «La pobreza del lenguaje es parte de la tragedia argentina», entrevista de Susana Reinoso. La Nación, 02/11/04, p. 11), se realiza el III Congreso de la Lengua en Rosario. Pero seguimos con deserciones, bochornos y extravíos varios. Y al papelón lo hicimos igual.

El Congreso que pagamos todos

Luego de las idas y vueltas de la Subsecretaria de Cultura de la Nación, Magdalena Faillace; del ominoso silencio que sobre el tema aportara su jefe, Torcuato Di Tella; y del público respaldo que le dio Mempo Giardinelli (entre otros) a Faillace por considerar que «había que bajarle el tono al conflicto» y no se podía hacer un papelón (cfr. «La pobreza del lenguaje es parte de la tragedia argentina», entrevista de Susana Reinoso. La Nación, 02/11/04, p. 11), se realiza el III Congreso de la Lengua en Rosario. Pero seguimos con deserciones, bochornos y extravíos varios. Y al papelón lo hicimos igual.

Los costos

Faillace viajó a España para presentar oficialmente al Congreso. Pero tenía un objetivo más importante: reclamar los fondos que algunas empresas españolas habían prometido y todavía no habían efectivizado (La Nación, 20/10/04, p. 08). Faltaba un mes para la apertura. Faillace alcanzó a exponer sus propósitos. Pero el Gobierno argentino envió al canciller Rafael Bielsa, súbito, que la desdijo garantizando el pago «de todas las facturas y cuentas» (La Nación, 22/10/04, p. 11). El silencio que guardó entonces Faillace hace suponer que también hubo alguna reprimenda oficial; es probable que luego del Congreso deje el cargo. Pero Faillace no estaba diciendo nada extraño: el Congreso cuesta más de lo esperado, y faltaban fondos. Ahora ratificamos quién los aportará: el Estado argentino.

No obstante, se descarta un balance oficial positivo (el regocijo ya comienza con la edición especial de la revista Ñ, de Clarín, del 13/11/04). Todo finalmente tendrá su encuadre y se pulirán las disonancias en beneficio de la concordia. No por el país o los funcionarios, sino porque los participantes tienen un concepto diferente de la ética (aún quienes especularon hasta último momento y toleraron las bajezas de impugnaciones, ninguneos y deserciones elocuentes). Además, al Gobierno le resultaría demasiado oneroso una evaluación negativa luego de un año de aprontes. Lo que cabe preguntarse es el significado de este largo proceso que ahora culmina. Para el Gobierno de Kirchner supone la inserción de Argentina en el mapa cultural del mundo. Para Raúl Bertone, Secretario de Cultura de la Provincia, «proyectará a la provincia en el ámbito internacional». Para Miguel Lischfitz, intendente de Rosario, sólo se trata de «posicionar a Rosario nacional e internacionalmente» (La Nación, 31/10/04, p. 18). ¿Se comunican Kirchner, Bertone y Lischfitz? ¿Unificarán sus discursos o seguirán contradiciéndose con el Congreso en marcha?

El “mapa cultural del mundo” se diagrama lejos de la Argentina; “pertenecer” con estas condiciones es una falacia con más costos que beneficios; y pagar por ello es una humillación que podríamos habernos evitado. Ningún mérito hay en pagar para conseguir algo. Sí hubiese sido meritorio que el Gobierno dejara de lado la politiquería y trabajara mancomunadamente con los encargados de los dos primeros Congresos. Eso sí habría significado una inserción en el ámbito cultural mundial, no de “igual a igual”, pero al menos más equitativa. Lo que ha hecho el Gobierno, en cambio, es ufanarse de haber “conquistado” a la chica sin aclarar debidamente que antes pagó al cafiolo como un vulgar mercenario. O mejor dicho: que nos hizo pagar a todos. La grosería del “programa” confirma la innata «lógica perversa» del peronismo.

La impugnación

A quienes aceptaron la impugnación de la doctora Mirande cabe recordarles las palabras del poeta Juan Gelman (revista Ñ, Clarín, 09/10/04, p. 37): «El único tema de la poesía es la poesía, por eso puede hablar de todo, incluso de la política, como lo hicieron Dante, Shakespeare, Arquíloco, para citar ejemplos prestigiosos. La cosmovisión de un poeta, como la de cualquier otra persona, es más vasta que su posición ideológica o militancia política. Así lo prueban comunistas como Neruda y Vallejo y fascistas como Ezra Pound y Brasillac».

De estas palabras se desprende otra insospechada lección: los que impugnaron, como Nicolás Rosa, Darío Maiorana y Rosa Múgica, y quienes se hicieron eco de la impugnación, como Magdalena Faillace y el Gobierno argentino, han demostrado en los hechos, ya que no sólo en sus balbuceos seudo explicativos, que su cosmovisión es menor que su postura ideológica. La militancia y la ideología, en estas personas, es superior, o más abarcativa, que su vocación artística. Toda una definición de quienes ejercen habitualmente la crítica y la docencia universitaria en el campo de la palabra, y de quien se desempeña como Subsecretaria de Cultura de la Nación.

Mal se puede cimentar una identidad o una cultura si quienes están en el poder, sea en períodos democráticos o de facto, ejercen la impugnación del otro por la sola razón de manifestar una idea diferente. Una Cultura, con C mayúscula, demanda todas las voces de la sociedad, incluso las más retrógradas, porque ignorarlas no es más que remedar la conducta del avestruz, y pasar a ser el criticado. La construcción de una Cultura exige el mecanismo inverso. Nadie puede erigirse en juez y parte. Es la sociedad la que debe decidir, y no recibir de arriba la elección de un grupo minoritario de “iluminados” que, casualmente, son quienes participarán con ponencias en este III Congreso.

¿Acertó Mirande cuando deslizó que el problema de fondo son los celos profesionales de sus detractores? La mezquindad con que estos han maniobrado permite confirmar una vez más que la cultura, cuando es tratada en forma maniquea y reduccionista, deja de ser cultura para mutar en otra cosa.

El sentido

Los habitantes de Rosario, consultados por La Nación (31/10/04, p. 18), reconocieron no saber de qué trata el Congreso. No vendrán Vargas Llosa, Juan José Saer ni Juan Gelman, pese a que, como Manguel y otros, siguen figurando en la publicidad oficial. Embarcar a la ciudadanía en un maratón de gastos, aunque sean en la órbita de la cultura, no es la mejor forma de llevar adelante una gestión responsable. Y menos cuando los gastos se han incrementado por desavenencias entre funcionarios. Recordemos lo ocurrido con el Mundial de fútbol de 1978, en plena dictadura, y lo que podría haber ocurrido de aceptarse la increíble propuesta argentina de ser anfitriona de los juegos olímpicos 2004. Por suerte predominó el sentido común del Comité Olímpico, ya que no el de los directivos locales.

¿Sirvió el Mundial 78 para insertar a la Argentina en el ámbito deportivo internacional? Pura charamusca, ni siquiera alcanzó para que, puertas adentro, los sucesivos gobiernos atendieran con mejor presupuesto al deporte. ¿Alcanzará entonces, consecuentemente, este III Congreso para algo más que ratificar la continuidad de un emprendimiento español y la glotonería demagógica de funcionarios locales de pocas ideas y menos luces? ¿Hasta dónde es válido este tipo de eventos grandilocuentes que poco dejan para el país, salvo gastos y el mediocre orgullo de ciertos políticos que poco saben de cultura y mucho de figurar? ¿No habría sido más provechoso apuntalar el Fondo Nacional de las Artes, por ejemplo, o lisa y llanamente definir una política de cultura a largo plazo? ¿O mejorar el actual 0,17 % y acercarse al 1 % del presupuesto que sugiere la Unesco para cultura? El Congreso cuesta 1.328.000 euros (unos 4.780.800 pesos). Pero el Secretario de Cultura de la Nación, Torcuato Di Tella, se pregunta, impertérrito, si «es realmente necesario que el Estado tenga una política cultural» (La Nación, 27/10/04, p. 15). ¿Qué responderle, salvo que, para ser coherente con su pregunta, renuncie al puesto por el que los ciudadanos le pagamos el sueldo?

En este Congreso no han sido contempladas las lenguas internas y de frontera, y han quedado sin participar buena cantidad de lingüistas con una óptica no corporativa y no política (en el sentido peyorativo del vocablo). Da la impresión de que se ha organizado en Argentina un Congreso que podría haberse hecho en cualquier parte del mundo, porque no tiene anclaje en el país (dato curioso cuando tanto se critica a la globalización); salvo un emprendimiento como el de la Academia Argentina de Letras y el diario La Nación, que aprovecharon la circunstancia para lanzar el Diccionario del habla de los argentinos (un aporte útil y riguroso). El Premio Nobel Adolfo Pérez Esquivel, en tanto, organiza un Congreso paralelo como protesta.

El III Congreso beneficia primero al Gobierno y al turismo (se esperan 25.000 visitantes en Rosario); luego a quienes participan, porque engrosarán su currículo. Pero el precio de extender los antecedentes de un restringido grupo de expositores a costa de todos los ciudadanos es exagerado. La elección de la Argentina como sede bien puede tener que ver con la conveniencia económica de los extranjeros, en este momento en que llegar con dólares es hacerse una fiesta: Argentina es tres veces más barata que el resto del mundo, y la calidad de sus productos sigue siendo codiciada. Frente a esto los balbuceos “progre” de la primera dama, Cristina Fernández de Kirchner, el 1º/11/04 en Rosario, resultan lamentables. Con el respeto que merece la corona española, que no es culpable de nuestras desinteligencias, esos tartamudeos (a tono, es cierto, con lo que preguntaban algunos periodistas) patentizan el cholulismo vernáculo: ¡vendrán los reyes! ¡Estamos salvados! ¡Una vez más nos van a “descubrir”! ¿Qué nos darán ahora que ya no hay espejitos de colores? ¿Una palmada en la espalda? ¿Calificará mejor la deuda externa y los bonos?

Los esfuerzos dilapidados en eventos que no se encuadran en el marco de una política de estado están condenados al fracaso. Esto no es nuevo. Tampoco lo es la cursilería de algunos funcionarios, pero para todo hay un límite. Más allá de las estadísticas que el Gobierno dará a conocer en los próximos días, más allá de la calidad de algunos participantes y de (improbables) proyectos futuros nacidos al calor de este III Congreso, la ciudadanía debería exigir respeto a sus gobernantes. Tenemos los gobiernos que se nos parecen, y además disfrutamos de la irrespetuosidad que nos merecemos por no actuar. Es denigrante. Ya no está Rosas, pero la consigna de Sarmiento sigue vigente. ¿Qué hace falta para que la ciudadanía decida educar al ciudadano?

© Carlos O. Antognazzi.
Escritor.

Santo Tomé, octubre/ noviembre de 2004.

Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, República Argentina) el 13/11/2004, y en la revista “Hoy y mañana” Nº 47 (Santa Fe), de noviembre de 2004. Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2004.

Este artículo tiene © del autor.

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