Y otra vez Juan tomó su caña de pescar. Sé dijo: tengo que pescar algo que no sean mensajes cifrados para enamorados. Lanzo la botella contra las olas, las olas la estrellaron sobre las piedras, y el vidrio, y el papel, y las olas y las piedras se dejaron ser una. Él lanzó el cordel espero algún pez incauto. Espero esperando el mordisco tenso de su caña. Dejo la luna pisar su sombra. Recobro el cordel, lo tenso y una nota musical, un solo de guitarra, golpeo el carrete y la música recobro su curso de agua.

Quería que lloviera, que algún pescado jugara con la lluvia, para que en su juego mordiera el anzuelo de un golpe, y el pez bailara para la muerte. Mientras él guardaba el botín en un balde.

Cargaba el anzuelo con camarones. Sí van a morir que tengan buena cena. Lo lanzaba curvo sobre su cabeza, lo miraba sumergirse y esperar que el peso y la boya llevaran su carga de pescador sin instintos de cazador. Asumía en la paciencia de su deporte una aptitud de meditación, nunca entendió que de tanto pensar como un pez o con su intención, él mismo construyo un mar que lo separaba de los demás pescadores. En su soledad sobre una piedra trataba de comprender el mundo. Nunca dijo nada. Solo esperaba que algún pensamiento resucitara el amor perdido. Aún, y a su pesar de los meses, no sabia como se había alejado de la única mujer que amaba en silencio. Dejo la caña a un lado. No sintió el halón, un nuevo pescado anunciaba su llegada. Se puso a escribir un mensaje, lo introdujo en una botella verde y lo lanzo sobre una ola. Era la única manera de amar aquella mujer de luz de luna. Se sentó a esperar que la botella regresara a tierra mientras la luna pisaba un trozo de playa en noviembre.

LAS PALMAS 
Año hindú 2.547.
Año cristiano 2004.

CARLOS REYES LIMA.
Pescador. Derechos reservados.
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