El valor de las palabras
Prestar atención a las palabras de los funcionarios es una tarea que brinda sus frutos. En primer lugar, uno descubre que la realidad argentina también depara momentos de solaz y esparcimiento. En segundo lugar, se puede ir armando el mapa de la incultura (e impostura), encontrando las piezas faltantes en cada nueva disertación. Escritores y periodistas sabemos que uno es presa de las palabras, y que lo escrito, escrito está. Los funcionarios, en general, desconocen ésta y otras premisas de sentido común. Más si pertenecen a un partido, o movimiento, que desde un comienzo se ha mostrado poco dado a la coherencia y sÃ, en cambio, a la conveniencia.
Cuando algún peronista se digna a expresarse por escrito, o cuando sus palabras son grabadas y luego publicadas, se limita a repetir frases hechas, y no aporta ningún análisis profundo. Esta liviandad es parte del folclore justicialista, y es parte lamentable, igualmente, de la idiosincrasia argentina. Asà nos enteramos de lo que muchas veces, en beneficio de nuestra salud, preferirÃamos no conocer.
Edgardo De Luca (El “formateo” cerebral. Castellanos, 23/10/04) recuerda que Jacinto Benavente descubrió un único anagrama para el vocablo «argentino»: «ignorante». ¿Supone esto una sentencia, una condena, una expiación? Las frases con las que se expresan ciertos polÃticos sugieren una respuesta.
¿Jugo de tomate?
Quizá lo más notorio en los últimos tiempos (antes del “cuento chino” elaborado por argentinos) fue la insospechada sinceridad del diputado nacional Pedro González, asegurando que si se deroga la Ley de Lemas todos irÃan presos. González reconoció asà dos cosas que se temÃan: que el partido peronista delinque, y que la Ley de Lemas sirve para protegerlo. Nadie del partido lo corrigió ni González se desdijo, con lo cual podemos dar por ciertas ambas cosas. Los peronistas que se disgustaron lo hicieron no por el contenido de las palabras de González, sino por el momento, poco oportuno, en que las profirió (cfr. El tema es la equidad. Castellanos, 08/10/04).
Hace unos dÃas un grupo de inundados procuró agredir fÃsicamente al senador Carlos Reutemann. Se cumplÃan 18 meses de la inundación, pero aún faltan respuestas y sobran problemas. El hecho permitió descubrir una faceta ignorada en el circunspecto ex gobernador de la provincia. Él mismo se encargó de definirse para la posteridad: «Yo tengo sangre en las venas». En realidad uno podrÃa señalarle a Reutemann que de tenerla (y no, por caso, ese jugo de tomate frÃo que explicita la canción), habrÃa actuado de otra manera cuando en vÃsperas de componendas facciosas para establecer el candidato peronista a la presidencia viajó a Buenos Aires y regresó con la cola entre las patas, valga la comparación canina, diciendo «he visto algo de lo que no puedo hablar» (sic), y abandonando la carrera presidencialista.
Por si quedan dudas, durante la inundación de Santa Fe en 2003, cuando Reutemann quiso dinamitar, tarde, la avenida circunvalación para vaciar la pileta en que se habÃa convertido el barrio Centenario, sostuvo «alguien me amenazó desde las sombras». Aseguró que no pudo reconocer quién le hablaba, y que lo ocurrido «fue cara a cara y es un tema exclusivo mÃo». Toda incoherencia puede atribuirse al temor provocado por esa voz proveniente de las tinieblas. Pero, ¿qué hay de la sangre, entonces, que, sabemos, nunca se cambia a lo largo de la vida? ¿No tenÃa entonces? ¿La tiene ahora?
Las aguas turbias
El rostro inexpresivo de Reutemann se demudó el 22/10/04, cuando José Mustafhá le preguntó qué iba a hacer con los 114 muertos de la inundación. En otras oportunidades Reutemann se ha quedado, literalmente, sin palabras, como en la entrevista que le realizó Puntodoc en donde aseguró, luego de algunos balbuceos, que Avenida Alem de Santa Fe se habÃa inundado en 2003 (en realidad se inundó, pero casi un siglo antes, en la creciente de 1905). Reutemann habrÃa respondido que todo estaba en manos de la justicia, a lo que Mustafhá retrucó «la justicia que vos mismo pusiste». Esto bastó para que el “Lole” (apodo derivado, al parecer, de su peculiar forma de expresarse: «lolechone», por «los lechones»), sacado, lo insultara de la peor de las formas posibles, porque es sabido, también por el ex gobernador, que la madre de Mustafhá falleció en la inundación.
José Mustafhá portaba, con otras personas, un cartel con una foto famosa, elocuente del folclore peronista que tanto valora las fotos (y que tanto sufre cuando alguno de los fotografiados cae en desgracia y hay que hacer recortes o desestimar la foto entera). La foto se titula «Los inundadores», es de agosto de 1997, y muestra a los sonrientes Obeid, Reutemann, Gualtieri, Rosatti, Pennisi y Lamberto (acompañados por Gutiérrez, Mercier y MorÃn en un segundo plano), descubriendo la placa inaugural de la «defensa oeste». Casualmente es esa “defensa”, que no se terminó gracias a Obeid y Reutemann, entre otros responsables de menor jerarquÃa, por donde entró el agua del Salado y por la cual hubo 114 muertos en Santa Fe. Se comprende asà el valor testimonial de la foto, las suspicacias que despierta y la bronca de los fotografiados, que tal vez nunca pensaron que la gente en ocasiones tiene memoria y conserva documentación.
Rápidamente se organizó un desagravio a Reutemann. Consecuente (¿u obsecuente?), Obeid se manifestó contra de la agresión al ex corredor. Recordemos que en su momento sostuvo que «agredir a Reutemann es agredir a Santa Fe» (sic. El Litoral, 16/02/04). AsÃ, los que aparecen como culpables de la inundación y las pérdidas materiales y humanas que trajo aparejada, se apañan mutuamente para mantenerse en el poder: con la modesta colaboración de la Ley de Lemas, Obeid es nuevamente gobernador, y Reutemann senador nacional. Ambos con fueros. Ambos, como se dice en el campo, con el cuero duro para recibir insultos y reclamos. A casi diecinueve meses de la inundación la justicia no se ha expedido. Esa justicia que armó, discrecionalmente, el mismo “Lole” Reutemann cuando dejaba el puesto de gobernador para cederle la posta a Obeid.
Pierre Menard
¿Qué pensar de estos señores que dicen tener sangre en las venas o que toman distancia para que la justicia actúe, como si la justicia fuera independiente y no respondiera a lineamientos partidarios, que es lo que se sospecha? En el ámbito nacional hubo una corte automática menemista, que en 2003 falló contra la pesificación. Ahora hay una corte de mayorÃa kirchnerista que, sin ruborizarse, falló a favor de la pesificación. ¿Puede en el breve lapso de poco más de un año una Corte Suprema girar ciento ochenta grados? Sólo cabe pensar que los “fallos”, sean de la Ãndole que sean, son siempre humanos.
En este contexto no deberÃa sorprender la presión del Ejecutivo (nacional, provincial, municipal) para con la prensa. Página/12, que al comienzo se presentó como el diario contestatario por antonomasia, una vez que fue comprado por el emporio ClarÃn y asumió Kirchner pasó a ser, por la edulcorada lógica setentista que pregona el Presidente con más añoranza que justicia, un medio oficialista. Y cuando alguno de sus periodistas, como Julio Nudler, osa señalar la corrupción creciente en el Gobierno, no vacila en censurarlo. Quizás es un sÃntoma que la nota que el porteño Página/12 le censuró a Nudler (De tÃteres y titiriteros) se publicó finalmente en un medio del interior: Castellanos (29/10/04, contratapa). Ni siquiera publicó esa nota La Nación, que suele ser crÃtica con el Gobierno. Sugerente, también, que la nota de Nudler se haya publicado a continuación de la mÃa, La “lógica perversa” del peronismo, en donde procuro señalar la corrupción verbal y ciertos mecanismos del partido para perpetuarse en el poder con el falso, o directamente autista, apoyo de la población: en las últimas tres elecciones el candidato peronista que ganó en la provincia de Santa Fe sacó muchos menos votos que otros candidatos opositores, pero con la desinteresada colaboración de la Ley de Lemas se terminó imponiendo, burlando a la ciudadanÃa que no lo votó, y utilizando como idiotas útiles a los que votaron a candidatos peronistas menos conocidos.
¿Qué valor le otorga esta gente a las palabras? No hablemos ya de la palabra empeñada, que desde aquel famoso y mesiánico «sÃganme que no los voy a defraudar», que sedujo a millones de argentinos, a aquel otro «la casa está en orden», menos grandilocuente pero igualmente falso, es sinónimo de quimeras para niños. Benavente tenÃa razón, entonces, y «argentino» remite a «ignorante». Ignorantes por igual pueblo y funcionarios, estudiantes y profesores. La Biblia junto al calefón, como definió Discépolo. Coherentes hasta la ignominia, algunos funcionarios, como el canciller Bielsa, insisten en la demagogia de la retórica acuñada por Perón, y responde a Descartes, Perón y sus sagradas escrituras, el artÃculo de Hugo Gambini publicado en La Nación el 03/11/04. Hasta el inefable Torcuato Di Tella, ex partidario pero actual funcionario del Gobierno, reconoce que el peronismo «es un partido de tradiciones autoritarias» (La Nación, 07/11/04, p. 17). Pero nadie del Gobierno salió a criticarlo.
Bielsa (y otros tantos) recuerda tangencialmente al personaje de Pierre Menard, autor del Quijote, el cuento de Borges (Ficciones, 1944): donde Cervantes escribÃa «tal cosa», Menard en cambio escribÃa «tal cosa», como si la sola voluntad del protagonista pudiera cambiar la Historia al otorgarle a las mismas palabras una significación diferente. El deseo es válido, pero literario. Confundir la literatura con la realidad es riesgoso, y merece cautela antes que un cargo en el Gobierno. Pero estos personajes, que no han leÃdo a Borges aunque sà trasegado a Perón, proliferan como hongos en la oscuridad. Esa oscuridad que subsume a la Argentina desde hace décadas, y de la cual difÃcilmente los chinos, o cualquier otro, nos rescate.
Santo Tomé, octubre/ noviembre de 2004.
© Carlos O. Antognazzi.
Escritor.
Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, República Argentina) el 19/11/2004. Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2004.