- Si Señora. La Señora tiene razón. Que me disculpe la Señora.
Enriqueta deja de disculparte y atiende un poco más lo que te digo. Llevo tres años repitiéndote lo mismo. Al señoriÃto no le gustan las tostadas con este aceite que nos trae de tu pueblo. Ya te dije que lo dejaras para freÃr. Otra cosa, cuando le abras las cortinas por las mañanas no entre canturreando y gritando que el sol salió hace horas. Al señoriÃto no le complace tanto barullo, sé más discreta. RetÃrate enseguida y no le pregunte si ha dormido bien o como se encuentra, ya sabe que tan temprano no tiene ganas de hablar...
- Si Señora. La Señora tiene razón. Que me disculpe la Señora.
- Enriqueta, te lo suplico, cambia tus respuestas. Pareces un disco rayado.
- Si Señora. La Señora...
- Basta, Enriqueta. Estoy cansada de oÃrte. Cierra la boca de una vez y empieza con la faena. Esta mañana me limpias la cristalerÃa y la cuberterÃa con este producto que compraste hace poco. Pero ponte en el patio, ese liquido es tan fuerte, que me asfixio y además ya sabes que mis hijos después se pasan el dÃa tosiendo por la dichosa quÃmica que llevan estas soluciones de limpieza. Si hace demasiado frÃo en el patio ponte un poncho de lana. Cuando hayas acabado, colocas dos o tres botellas de butano en la cristalera para que no nos quedemos sin calefacción a lo largo del dÃa. Y después te pones a preparar la comida del mediodÃa, que hoy vienen todos a comer. Y date prisa, Santo Dios, que no te mueves ni a la de tres. Ya me llevas frita con tus ojos agachados y perdidos en no sé que. No entiendo como pudimos acogerte a nuestro servicio con lo lenta que eres.
_Si Señora. La Señora...
_Por la Virgen SantÃsima cállate ya y trabaja!”
Claro que Enriqueta se va a callar y trabajar. Jornada de doce horas, dÃas nublados y gélidos. Sólo puede trabajar y recordar en un momento de respiro los campos de girasoles que ondulan con la caricia de la brisa mañanera, los amaneceres que inundan las praderas, la cantinela de las avecillas que se pelean las semillas esparcidas por la tierra ocre.
La tierra ocre, los girasoles no dan de comer para todos. Los que tienen alguna posibilidad huyen como ella hacia las grandes ciudades donde les espera un abanico de perspectivas nuevas para empezar una vida diferente, mandar dinero a los suyos, y quizás montar un negocio.
Nueva vida, si. Come todos los dÃas. La señora es muy buena y le da todas las sobras. No escatima en la cantidad. Cuándo ya ha comido Enriqueta, si queda algo se lo da al perro. Si no hay nada, Enriqueta le prepara un buen arroz con lo que el carnicero le da. La verdad es que el perro come mejor que la familia que se quedó en el pueblo.
A pesar del frÃo de esta región, la muchacha no tiene por que quejarse, duerme en un cuartucho cerca del jardÃn. Es independiente. No como en su casa donde compartÃa la habitación con tres de sus hermanos. El calor que desprendÃan sus hermanos la protegÃa del frescor de la noche. Aquà se acurruca debajo de las viejas mantas que le dio la señora y sueña. Sueña que es libre como las golondrinas que surcan los azures del limbo y se adentran en el vergel Ãndigo. Nubes de chispa destellante, hojas de aguamiel, armonÃas seráficas mecen sus quimeras ingenuas.
Un dÃa renacerá. Será guapa, rica e inteligente. Vestirá como su Señorita ropa de seda, leerá libros de amor, enamorará a un joven heredero y se casará. Tendrán muchos hijos. Contratará a una ama de llaves y una campesina de su mismo pueblo cuidará de los retoños.
Una campesina de su mismo pueblo... Enriqueta percibe que la historia vuelve a girar siempre en el mismo sentido... la campesina dormirá en el cuartucho del jardÃn y ella al igual que la señora le dará los restos de la comida y dos viejas mantas agujereadas para combatir el frÃo relente de las noches...
El frÃo la despierta y le recuerda donde está y cual es su cometido. Servir, limpiar, obedecer por un mÃsero salario. Obedecer ordenes y contraordenes de la señora, del señor, de la señorita, del señoriÃto. ¿ Pero ella quién es? No recuerda ya su enditad, su pasado. No sabe cuál será su futuro. ¿ Vivirá siempre aquà con esta familia? ¿ Toda su vida será una freganchina inculta?
No hay salida a la incultura, a la pobreza, a la injusticia. ¿ Dónde se ha visto que una pobre ilusa como ella, acceda a una suerte mejor? Sólo puede trabajar para comer, mandar dinero a su familia... ¿y que más? Nada más. ¿ Quién dijo que el trabajo liberaba? El trabajo embrutece, demuele y te come el cerebro y las entrañas. Te corroe de tal forma que ya no sabes quien eres. Trabajas por no morir, por que no hay otra escapatoria.
“ _ Enriqueta, ¿ estás sorda? No me oyes?”
Si, Señora, te oigo, y oigo a tu cochino dinero, a tu retorcida honra, a tu maligno poder arruinar mis pobres esperanzas. Oigo tu pasado ancestral devorar mi médula, cegar mis ojos inquietos, levantar el muro indecente del despotismo, de la dominación. La tiranÃa me subleva y quiero ser ejercito para aplastarte, para tirarte a la cara estas mantas apestosas y podridas que me regalaste. Quiero vomitarte a la cara las sobras de la comida que me diste para taparme la boca, para que no me quejara, para que clamara lo generosa que eres. Tu poder me avasalla. Me esclavizas y me tiranizas. ¿Que soy para ti? ¿Una objeto, un animal? Recuerda que soy la Enriqueta, la que hace funcionar tu maldita casa, la que está perdiendo su fuerza y su juventud, fregando tus suelos.
“- Enriqueta si no acudes te despido...
_Que me perdone la Señora estaba...
-Enriqueta, estoy harta de ti, me sacas de quicio con tus ñoñerias
-Si Señora. La Señora tiene razón. Que me disculpe la Señora.”
Enriqueta inclina la cabeza, cierra sus ojos vacÃos y suspira.
El circulo sigue enredándose. Ni el principio ni el final existen. Es un cerco hacia el vacÃo, hacia la decadencia de la personalización.
Firmado : Mujer