La falda de de mi bata de niña es un carrusel de colores, mientras giro sin parar en el frenesà de una danza imaginaria con la mirada fija en el viejo espejo, de pronto la encuentro, esta ahÃ, puedo verla reflejada en el fondo de mis ojos asombrados ante el descubrimiento, sonrÃo, pero ella permanece, tranquila, mirándome a su vez impasible desde mis ojos que miran asombrados por aquel hallazgo inusitado y no menos casual.
Desde ese dÃa compartimos todo, colegio, merienda, la mesa y la cama. De noche cuando caÃa rendida, creo también dormÃa.
Años más tarde comencé a despejar la incógnita. Ya en la juventud supe su verdadero nombre, pero siguió sin inquietarme su cercanÃa. Nos conocÃamos muy bien, supe que nunca me dejarÃa.
Mujer ya, envuelta en las diversas batallas que ofrece la vida, momentos tuve en que por ella clamé desesperada, sorda permaneció a mis
reclamos, sin dejar de mirarme desde el viejo espejo, su sola presencia me daba sabidurÃa para afrontar las pruebas que cada dÃa trae. A veces su cercanÃa me daba la clave y sortear los escollos en completa calma.
Ave muerte, yo Maria Claudia te saludo, sé vendrás un dÃa, cuando quieras, estaré esperando; para decirte que este juego tú no lo ganas.
Moriré un dÃa cualquiera, me llevarás contigo finalmente, pero a mi forma y manera no como a ti que me conoces tan bien te de la gana, ambas merecemos ese regalo, Tú por estar siempre a mi lado, yo por conocerlo, interiorizarlo y jugar mi partida siempre a mi modo, no como a ti ni a nadie le gustara.