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Luzmila

Frank Otero Luque

Perú



Fotografía de Eva Lewitus

 Volví a verla después de casi un año. Ciertamente, para mí representaba mucho tiempo, ya que había estado acostumbrado a que su presencia llenase casi todos los espacios de mi vida: Además de amantes, habíamos trabajado juntos en la misma agencia de publicidad. Yo había sido su jefe, pero nunca pude comportarme cabalmente como tal: Luzmila era demasiado independiente, orgullosa y capaz para someterse a otra persona, y mucho menos a un hombre.

 No era alta ni baja, gorda ni delgada; su estatura ni su contextura llamaba la atención. Pero su cabello negro, ondulado, algo duro y esponjoso, era como una gran mata de vello pubiano que desbordada mi imaginación lujuriosa. Sus grandes y negros ojos, aun más negros y brillantes que su pelo, contrastaban brutalmente con su lechosa piel. Pero lo que más me gustaba era la firmeza de sus carnes, particularmente de sus pechos (toda ella era dura sin llegar a ser fibrosa), y su temperatura corporal. Luzmila me atraía tan poderosamente que, por ejemplo, cuando me tomaba del brazo para bajar las escaleras, yo sentía que su tibia mano se convertía en una plancha al rojo vivo que me atravesaba la camisa, derritiéndola.

 Verla después de casi un año significaba revivir miles de sensaciones, ya un tanto borrosas por el tiempo. El sólo mirarla un instante me aceleró los latidos, a tal punto de sentirme el corazón galopando en los oídos. Simultáneamente, se me secó la garganta y en mi estómago se produjo un efecto de vacío, entrecortándome la respiración. Todo esto pasó cuando regresaba de mi cita con la psicóloga y vi a Luzmila saliendo de uno de los vagones del metro. Todo pasó en un segundo y, un segundo después, ella ya se había confundido con la multitud.

 -¿Qué será de su vida? ¿Se habrá emparejado con otro? -Me preguntaba-. Difícilmente una mujer tan atractiva podría haber permanecido sola tanto tiempo, y yo lo sabía. En contraste, mi soledad y amargura se hacían cada vez más grandes. La capilla silenciosa de la decepción que albergaba inicialmente en mi alma, se había convertido en una enorme catedral vacía, donde los ecos del rencor sonaban y golpeaban en toda dirección.

 Para Luzmila, todo tenía que ser perfecto, de marca y con brillo. Probablemente por eso nunca se enamoró de mí como un sujeto integral, sino únicamente de la persona que ella quería fabricar. Por más que intentó transformarme, por más voluntad que puse, sólo logró unos cambios superficiales. Básicamente yo seguí siendo el mismo y se aburrió. Únicamente en los cuentos (y sólo en algunos) los sapos se convierten en príncipes.

 Para ella, el amor era un mito, reemplazable por comodidad económica y status social. Y en el sexo, aun totalmente desnuda y en celo, jamás llegaba a convertirse en un solo amasijo de carne con pelos y sudor, sino que mentalmente seguía llevando su fina ropa, las joyas y el maquillaje. Dejando de lado su atractivo físico, que era indudable, toda la sensualidad de Luzmila radicaba en verla de lejos, como a una destellante joya en un exhibidor con fondo de terciopelo.

 Una sola y única vez, ambos ebrios, hicimos el amor con tanta, con tantísima intensidad que, sumergidos en la oscuridad total de la habitación, por momentos tenía la impresión de haber perdido una pierna o ganado un tercer brazo, mientras que Luzmila emitía salvajes sonidos guturales. También recuerdo claramente ese indescriptible placer masoquista, al sentir que moría asfixiado entre sus tetas, en la vulnerabilidad de la tiniebla total.

 Hace algunos meses leí un libro sobre “regresiones”. Se trataba de personas que, bajo trance hipnótico, podían recordar vidas anteriores. Poco después, a través de una amiga, me contacté con la doctora Betania, una psicóloga especializada, y tuve varias sesiones con ella. Después de algunos intentos fallidos, finalmente llegué a encarnar en un sujeto sesentón, enfermo, con la piel verdosa; postrado en una cama de hospital. Era un cirroso y se hallaba internado a consecuencia de un accidente de tránsito: Manejando ebrio, de regreso de un almuerzo en la Hacienda Huayurí, había chocado su vehículo (un Ford de los años 40) contra un gigantesco guarango y, con el impacto, el volante se le había incrustado en su ya maltratado hígado. Pero el gran pesar de este hombre, mucho más que la misma enfermedad, era haber perdido a su esposa en aquel accidente fatal. Y en mi visión, tan clara como una película, la amada esposa era, por supuesto... ¡Luzmila! Desperté sollozando y terminé bañado en llanto.

 Aquella experiencia me dejó turbado, pero contento al mismo tiempo, porque la explicación que me dio la doctora Betania es que Luzmila está predestinada en mi vida y que voy a encontrarla en cada una de mis reencarnaciones (No se va a librar de mí tan fácilmente). Lo que no me convence es que no siempre será mi pareja, sino que podría adoptar roles distintos: Por ejemplo, en una vida podría ser mi hija, en otra mi madre o una tía. Y lo que yo quiero es repetir infinitas veces el magistral polvo que tuvimos aquella noche (¡Coitus ergo sum!).

 Ahora sé que tengo una deuda con Luzmila: Y debo remediar el que haya muerto por mi culpa. Ignoro cómo hacerlo, así que me haré más regresiones para averiguarlo.

 Hay mujeres que a uno lo marcan en la vida; más aun, en varias vidas.

Ver en línea : Frank Otero Luque

Este artículo tiene © del autor.

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2 Mensajes

  • Luzmila 12 de enero de 2008 03:41, por luzmila

    hola mi nombre es presisamente luzmila ,yo pensaba que solo yo tenia este nombre pues adonde quiera que he ido las personas me dicen ,es un nombre que jamas habia escuchado,veo este escrito en internet y me he quedado sorprendida al ver como al guien que se llama igual que yo,tenga todo esto aqui y me he sentido muy extraña al ver este nombre igual almio y con este escrito tan intenso

    • Luzmila 30 de enero de 2008 03:37

      hola, yo me llamo Luzmila y tambien me sorprende ver mi nombre, pues lo creia poco comun, en fin... yo de misiones argentina

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