A veces nos olvidamos de que están ahÃ, lo importante es que, a pesar de nuestro lamentable olvido, ellos están.
Una tarde, mi hija se me acercó. Yo estaba fregando apresurada, pues aún me quedaba por revisar una montaña de documentos.
- Mamá, ¿qué estás haciendo?
- Estoy fregando, Sarah, ¿no lo ves? - dije sin prestarle mucha atención.
- ¿Te puedo ayudar?
Por lo general, la dejo tomar algún recipiente plástico y hacer como que friega, pero esta vez tenÃa “la mente puesta” en todo lo que me faltaba por hacer y le pedà que me dejara sola. Se acercó entonces a su papá:
- Papá, ¿te puedo ayudar?
- Aléjate de aquà - le respondió él, sin mirarla, sumergido en un montón de recortes de periódico por archivar.
Fue entonces al cuarto del hermano, que estaba preparando un lienzo, en medio de un reguero de tintas, pinceles y carboncillos. No más entrar, ni siquiera tuvo que formular su pregunta, fue puesta de patitas en la puerta, con la encomienda de ocuparse de sus propios asuntos.
Al lado mÃo, en la cocina, hay un pupitre que a veces uso para sentarme a cortar vegetales; otras lo usa mi hija para merendar mientras yo cocino, aprovechando el breve momento para conversar o compartir un cuento. La vi venir, muy lentamente, llevando en brazos su coyote de peluche.
- Coyote, ¿qué estás haciendo? - le preguntó mientras se sentaba con él en el pupitre.
- Estoy solito, Sarah, nadie me quiere - habló el coyote desde la garganta de Sarah.
- Pobrecito, coyote, yo te quiero, ¿te puedo ayudar? - dijo Sarah.
- SÃ, Sarah, muchas gracias, ¡ya estoy contento! - respondió el sabio coyote.
Comprendiendo la lección, dejé a un lado cualquier otra tarea y corrà a abrazarla.
Texto y fotografÃas: Marié Rojas
Del libro “De prÃncipes y princesas”