nte aquel aforo heterogéneo y surrealista, el orador se explayó disertando, con una dialéctica bacante y alumbrada, sobre la ontológica trascendentalización de lo cotidiano.
A priori, la temática que parecía del agrado de los asistentes, fue tornándose áspera y fragosa. Así, a pesar de la locuacidad y gestualización manifestada por el ponente, su mensaje resultaba equívoco y hasta confuso.
Comenzó entonces a escucharse al fondo de la sala un sordo murmullo, que paulatinamente se extendió, contagiando a todo el auditorio.
- Disculpe profesor, se afianzó un estudiante, desde los primeros bancos.
- Creo que su discurso se está centrando exclusivamente en problematizar la realidad antropológica humana, y no en desarrollar el énfasis de la cotidianeidad.
Pues se equivoca Vd, pues a través de la problematización de la realidad antropológica, se llega en ocasiones, a la magnificación de la cotidianeidad.
Le voy a poner un ejemplo.
Según lo expuesto por Vd, la muerte en si misma, resultaría el hecho más problemático de la existencia antropológica.
Pues si, ya que desaparece el soporte vital y ontológico.
Y no se ha parado a pensar que la muerte es un hecho más de la vida, si inexorable, pero un hecho más, al fin y al cabo.
El ser humano no solo aspira a sobrevivir, sino a disfrutar en todas sus etapas, de una óptima calidad de vida.
Si Vd. alcanzara una dilatada longevidad, que conllevara, una pérdida importante de sus facultades físicas y psíquicas, ¿acaso seguiría viendo la muerte como el hecho más problemático de su existencia? (...)