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Azul con ojos rojos

Marie Rojas Tamayo

Cuba



AZUL CON OJOS ROJOS

 
 

 

 Sofía se detuvo frente a la ferretería, contemplando con cierta sorpresa el cartel.

 

- Mami, ¿por qué razón le han puesto un nombre tan raro?

 

- ¿Feíto y Cabezón? – dijo la madre riendo - ¿Verdad que es original? Dicen que los primeros dueños tenían esos apellidos tan graciosos y decidieron combinarlos. Ahora vamos, tengo que comprar dos bombillos para la lámpara de la sala.

 

 “Si un día invento algo, no creo que le vaya a poner mi nombre”, pensó la niña, curioseando por los estantes, “creo que le inventaré un nombre bien raro, para que todo el mundo diga: ¡X3R45KLB! ¿No es ese el robot que inventó Sofía?”

 

 Sus ojos se posaron en un juguete, nada sofisticado, ni plástico, ni brillante, tampoco movible como los que hay en las jugueterías: un elefantito de tela azul, con ojos rojos. Estaba en un rincón, casi oculto entre tuberías.

 

- ¡Un elefante azul con los ojos rojos! – exclamó entusiasmada - ¡Qué lindo!

 

- ¡Gracias! – le respondió el elefante.

 

- ¡Guao! - aplaudió - Siempre supe que los juguetes hablaban, pero eres el primero que me responde.

 

- ¡Qué bien! – habló de nuevo el elefante - Eres también la primera persona a quien me atrevo a hablarle.

 

- Mi nombre es Sofía, me puedes decir Sofi. ¿Y tú eres...?

 

- No puedo decirte mi nombre – dijo él con tristeza -. Nunca me lo dieron.

 

- Pero, ¿qué niño no le pone nombre a sus juguetes?

 

- Es que... – el elefante bajó el tono de la voz - no soy un juguete: soy un prototipo.

 

- ¿Proto-tipo?

 

- Un juguete que nunca se llegó a fabricar – respondió con un suspiro -, mi historia es algo triste, si quisieras escucharla...

 

- ¡Por supuesto! Me encantan las historias, nunca me canso de escucharlas – y se sentó frente a él con las piernas cruzadas.

 

-  Todo comenzó hace muchos años, en una fábrica de juguetes:

 

 Yo era apenas un trozo de tela azul. Las costureras estaban haciendo conejos blancos de peluche, que irían vestidos de granjeros, con una cesta de zanahorias en una mano y un rastrillo en la otra, un juguete muy lindo. Una costurera llamada Marina había terminado su trabajo y, como no sabía estar con las manos quietas, andaba buscando algo que hacer. Así fue como me vio, me recogió del sitio a donde me habían arrojado para ser cortado en tiras que servirían de relleno, y se puso a dibujar una plantilla en un papel.

 

 “¿Qué estás haciendo?” le preguntó un supervisor con cara de pocos amigos.

 

 “Nos dijeron que podíamos presentar un prototipo, quiero hacer con este retazo una idea que me viene rondando la cabeza”, respondió ella mientras el supervisor se alejaba murmurando.

 

 Marina siguió marcando la tela, cortándola y cosiendo. Yo me sentía feliz de nacer de manos tan habilidosas. Como la fábrica sólo estaba produciendo conejos blancos de ojos rojos, los únicos que encontró fueron estos... Puso en mí mucho cariño, en el momento en que dio la última puntada, me contempló con alegría y me dio un beso en la trompita.

 

 Fue la única vez que me sentí hermoso; porque cuando presentó su idea, no se llevó sino las risas de sus superiores.

 

 “¿A quién puede ocurrírsele hacer un elefante azul? ¡Y como si fuera poco, con los ojos rojos!”

 

 Alguien dijo que mi cabeza era demasiado grande, otro murmuraba que me iba a coger para asustar a los hijos del vecino... Marina me tomó en sus brazos y se fue. “No te voy a dejar con esos tontos”, me dijo, echándome en su cartera. Pero el tonto era yo, tenía tantas ganas de ver el mundo, que saqué la cabeza cuando sentí que mi creadora comenzó a caminar. Y fue entonces que nos vio aquel malvado supervisor.

 

 “¿Qué llevas ahí?”, le preguntó a Marina.

 

 “El prototipo que no fue aprobado”, respondió ella, “pienso regalárselo a mi hijita, que mañana cumple cuatro años”.

 

 “Así que desviando productos para tu disfrute personal, ¿no?” dijo él asiéndola por el brazo y sacándome de la cartera. “¡Siempre supe que tanta sonrisa escondía a una raterilla cualquiera, a mí no me engañaste!”

 

 Lo que sigue es demasiado triste, a pesar de que ella insistió en que me había hecho con un trozo de tela desechado; que los ojitos podía pagarlos; que no había tenido malas intenciones al quererme sacar de la fábrica; la echaron del trabajo.

 

- ¡Pobrecita! Y... ¿qué fue de ella? – preguntó la niña.

 

- No lo sé, fui echado en una caja, sin poder ver o escuchar lo que sucedía afuera. Me pregunto qué habrá sido de ella, o qué hubiera sido de mí de haber sido regalado a su hijita... ¡me hubiera gustado tanto se abrazado por un niño, quién sabe si hasta dormir a su lado!

 

 Permanecí en la caja bastante tiempo, tanto que no puedo contarlo. Un día, alguien abrió la tapa y me descubrió.

 

 “¡Qué elefantito más raro!”, dijo riendo, “Es feíto y cabezón”.

 

  “Así se llama la tienda donde trabaja mi suegro” respondió un joven.

 

 “Pues llévatelo”, le respondió la persona que me había descubierto, “tal vez a tu suegro no le vendría mal un elefante feíto y cabezón como mascota”.

 

 Me envolvieron en una bolsa plástica. ¡Conocería el mundo de afuera! Seguro me llevaban a una juguetería, porque… ¿a dónde si no se puede lleva a un elefante de tela? Quien sabe si hasta encontraría a Marina. Probablemente la vería pasar desde la vidriera donde me colocaran y le sonreiría orgulloso...

 

  Era tan feliz, solo con imaginarlo, que me puse a llorar de felicidad.

 

 Cuando me sacaron de la bolsa, las luces y los colores, casi olvidados, me hicieron recordar que la felicidad existía. No era precisamente una juguetería, pero era una tienda con vidrieras de cristal y estantes llenos de objetos nuevos y brillantes. ¡Qué linda era aquella ferretería, con sus tuberías, sus bombillos, sus botes de pintura y sus herramientas pulidas! De sólo pensar que serviría de anuncio para un lugar tan importante, me hacía olvidar que era porque me habían encontrado “feíto y cabezón”.

 

  Mas en cuanto me vio, el hombre a quien fui regalado le preguntó al joven si aquello era una broma de mal gusto. Él le aseguró que no, pidió disculpas y se marchó apresurado, dejándome sobre el mostrador. Yo estaba desolado. Ni siquiera para eso servía...

 

 Al quedarnos solos, el dependiente de la ferretería me dijo: “¿Y ahora qué hago contigo? No eres brillante, ni bonito, ni de acción, no tienes siquiera los colores adecuados, no hay nada especial en ti.”

 

- ¿Y qué le respondiste? – preguntó Sofía, que no se había perdido una sola palabra – Tal vez al saber que hablabas hubiera pensado diferente.

 

- Nada – respondió abatido el elefante -. Era tan tímido... No me hubiera salido una palabra. El hombre no era una mala persona, al menos no me echó a la basura. Me colocó en este rincón y regresó a su trabajo. Aquí estoy desde entonces, demasiado feo para servir para nada.

 

- Pero, a mí me pareces muy bonito – repitió la niña -. Si fueras mío yo te querría mucho... y sobre todo, te pondría un nombre.

 

- ¡Sofía!

 

 La voz de su madre, justo a sus espaldas, la tomó tan de sorpresa que cayó sobre las tuberías, provocando un estruendo.

 

- Hijita… – la mamá la miraba con tono de reproche mientras ella trataba de acomodar los tubos, que insistían en volverse a caer -¿Qué andabas haciendo?

 

- Hablaba con un elefante – dijo ella, buscándolo con la mirada.

 

 La madre miró al cajero con tono de disculpa.

 

- No es que sea mentirosa. Es que le sobra imaginación. La tengo en un taller literario para que le dé curso… ¡se le ocurren cada cosas!

 

- Mamá… – comenzó a decir, pero una vocecita que vino de debajo de la pila de tubos le hizo aguzar el oído.

 

- Sabes, Sofi, si fueras mi dueña yo también te querría mucho.

 

- ¿Lo oyeron? – dijo ella saltando.

 

- ¿A quién? – le respondió la mamá mientras extendía un billete al cajero.

 

- ¡Al elefante!

 

 La mamá casi la sacó a rastras del lugar.

 

- Sofi, no sé a dónde va a llevarte tu fantasía, pero seguro que vas a llegar lejos. Por suerte hoy es sábado y hay taller, así me tomo la tarde para colocar en lugar seguro lo que he comprado, porque a veces me parece que te comportas como un pequeño elefante. ¡No digo yo si los encuentras por donde quiera que vas!

 

................

 

 No se habló más del asunto, Sofía sabía que no iba a ser escuchada; pero la idea de volver a la ferretería a rescatar al pequeño elefante no se iba de su mente mientras masticaba el pollo del almuerzo. Hilvanaba varias posibilidades, aunque todas le parecían llenas de obstáculos:

 

1- Podía inventar un conjuro mágico, agrandar al elefante hasta el tamaño real de uno de su especie y salir rompiendo la puerta, cabalgar sobre su lomo hasta llegar a su casa… pero eso era imposible, su mamá a veces tenía razón con lo de sus fantasías, ella no tenía magia, tal vez la magia no existía… había que buscar algo más real.

2- Podía entrar como si fuera a comprar un artículo, con una cartera bien grande y llevarse el elefante... pero estaba el inconveniente de que asomara de nuevo la trompa y la acusaran de ladrona.

3- Podía, en medio de la noche, disfrazarse de ninja y penetrar por una ventana, pero ¿dónde encontrar el disfraz de ninja? y con toda seguridad las ventanas tenían alarmas. No era una ladrona, sino una rescatadora, pero tal vez los jueces no pensaran lo mismo.

4- Podía intentar comprarlo... Pero no conocía el precio de un prototipo; considerando que era único en el mundo, todo podía suceder... si el dueño comenzaba a subir el precio, a pesar de que ella demostrara poco interés... ni pidiendo adelantados los regalos de tres cumpleaños y vendiéndolos llegaría a tanto.

5- Podía comenzar a trabajar, haciendo mandados y, tal vez en dos o tres años, llegaría a cubrir el desorbitante precio que le exigirían por el elefante pero, ¿cuántas cosas no podrían pasar en ese tiempo? No se imaginaba a su amiguito solo, esperando, sin noticias suyas...

 

 La voz de la mamá, recordándole que se hacía tarde para el taller literario, la sacó de sus meditaciones. Se vistió a toda prisa y caminó las pocas cuadras que la separaban de la casa de cultura. Le caía muy bien la instructora, la señorita Sarahí, que no les criticaba nada de lo que quisieran escribir, por fantasioso que pareciera. Ocupó uno de los asientos colocados en círculo y miró a sus amigos del taller, todos estaban como ella, contentos.

 

- ¡Hola, chicos! – dijo la instructora haciendo entrada - ¿Cómo les ha ido en esta primera mitad del fin de semana?

 

- Bieeeen – dijeron a coro.

 

- Recuerden lo que les dije: un escritor no puede perder el tiempo. ¿Han estado mirando el mundo con ojos nuevos? ¡Uy, cuántas manos levantadas, eso son buenas noticias! A ver, Mónica...

 

- Ayudé a un patito que se estaba ahogando – dijo Mónica, la más pequeña.

 

- ¿Y por qué se estaba ahogando el patito? – preguntó Axel.

 

- Porque lo eché en la tina de agua y no sabía nadar... – respondió Mónica enrojeciendo hasta la punta de las orejas.

 

 Todos rieron.

 

- Yo ayudé a ordenar la biblioteca de mi abuelo – habló Eleanne -. Descubrí que los libros se ordenan según el autor, o según el tema.

 

- Yo desorganicé la biblioteca de mi mamá buscando la revista Zunzún que me había escondido mi hermano - dijo Rolando.

 

- ¡Qué bien, rescatar un libro es encontrar un tesoro! – sonrió la maestra - Y tú, Sofi, es tan raro verte callada, ¿qué hiciste en la mañana?

 

- Conocí a un elefante... – soltó ella casi sin pensarlo.

 

- Oye, Sofía – preguntó Rolando - ¿qué tiene de nuevo conocer a un elefante? Aquí todos hemos ido varias veces al zoológico.

 

- Es que no fue en el zoológico, ¡estaba en el sitio más inesperado para encontrar un elefante! Además, este elefante me contó su historia.

 

- Vaya, eso sí es interesante – observó la señorita Sarahí - ¿Qué tal si nos cuentas esa historia de tu amigo el elefante?

 

 Sofía no había pensado en esta posibilidad, pero... si el mundo conociera del elefantito que nunca tuvo nombre, tal vez pudiera reunir firmas y buscar un abogado para que reclamase sus derechos: el derecho que tiene todo juguete a pertenecer a un niño, hacerlo feliz, ser amado, dar afecto y sentirse feliz a su vez. No conocía que estuvieran escritos esos derechos, pero podían redactarlos entre todos.

 

- Su historia comenzó hace muchos años, tantos que el elefantito ha olvidado cuántos, en una fábrica de juguetes...

 

 Al cabo, con un suspiro, terminó de hablar:

 

- Ahora, está olvidado en un rincón, triste, sin amigos, piensa que es feo y nadie lo quiere; pero yo les aseguro que es lindo, precisamente porque es diferente, original, sensible, noble e inteligente, tiene mucho que entregar y se merece todo el amor de un niño.

 

  Un aplauso cerró sus palabras. Sofía no se había dado cuenta, pero había tenido atrapados con su historia a sus amigos del taller, incluso a la intranquila Anabel, que nunca terminaba de escuchar un cuento sin pedir ir al baño, o a tomar agua, o caerse de la silla. Pero sobre todo, no estaba preparada para la frase de la instructora:

 

- Es un cuento genial, Sofía, te felicito y quiero que te quedes después de clases para conversar un ratito.

 

 Sólo entonces se percató de que era la hora de marcharse, siempre pasaba lo mismo cuando estaba en el taller, el tiempo parecía volar; en cambio, a la hora de hacer la tarea, el caprichoso tiempo parecía detenerse y caer como gotitas de plomo... Según Miguel, eso lo había descubierto un sabio llamado Einstein, y le había puesto Teoría de la relatividad. Es posible que a Einstein tampoco le gustara mucho la tarea y prefiriera jugar...

 

 Al fin, quedaron solas ella y la instructora.

 

- Sofi, aunque te escuché con mucha atención, quiero que me digas de nuevo cómo era el personaje de tu historia.

 

- De tela azul, con los ojos rojos. La cabeza un poco grande y la trompa algo larga para su talla, pero le aseguro que se veía muy hermoso – respondió ella con nostalgia - ¿Usted cree que podamos hacer algo para rescatarlo?

 

-  Antes desearía mostrarte algo – dijo la maestra hurgando en su portafolios -... ¿Sabes que mi madre es escritora?

 

- Sí, usted nos ha leído algunos de sus cuentos, hasta nos ha prometido traerla un día si nos portamos bien.

 

- Entonces, mira esto.

 

 Y le alargó un pequeño libro en cuya portada aparecía el dibujo de un elefante azul con ojos rojos, rodeado de animales de los colores más fantásticos imaginables: cebras de rayas verdes, osos con estrellas plateadas, perros anaranjados, leones rojos con motitas violetas, gatos a cuadros blancos y negros, antílopes con óvalos amarillos. El elefante se veía sonriente.

 

 Sofía tomó el libro entre sus manos, leyó el título “Azulito en la tierra de Colorandia”, y la firma de la autora: Marina. Buscó rápidamente la última página y leyó en voz alta:

 

 “El pequeño elefante había descubierto que él no era extraño, ni feo, sino diferente y eso era precisamente lo que lo hacía tan especial. Por eso había hecho un viaje tan largo, para que los habitantes de Colorandia, en un tiempo desechados por ser distintos, lo supieran y regresaran con él a las casas donde los aguardaban tantos niños con quienes jugar, compartir cuentos, noches y días. No importa el color que se lleve por fuera, ya sea azul, a cuadros, o a rayas, sino el que se lleva por dentro, ¡y ellos eran tan hermosos como el arco iris!

 

 El camino de regreso se hizo más corto para Azulito, porque iba rodeado de amigos...”.

 

- Pero, señorita Sarahí... – se detuvo a mitad de la frase.

 

- Es el primer libro de mi madre – respondió ésta, con una sonrisa llena de ternura -. Cuando salió de la fábrica comenzó a trabajar en una Editorial como secretaria. Un día, con mucho temor, presentó al Jefe de Redacción su manuscrito, donde contaba la historia de su elefantito azul, al que creía abandonado en un basurero...

 

- Acabo de descubrir que estoy soñando - comentó Sofía con un suspiro – Estoy en mi casa, me quedé dormida, mi mamá no se dio cuenta y no me trajo al taller... Esto es demasiado bueno para ser real.

 

- Eso pienso yo, esto es increíble, es mágico... pero nos está sucediendo a las dos, así que es real y estamos despiertas... El Jefe de Redacción leyó el manuscrito, le pareció que era un buen cuento y lo presentó al Director. Como a éste también le agradó, autorizó a que se hiciera una tirada pequeña. Todos los ejemplares se vendieron, apenas tenemos éste, que mi madre me regaló en mi cumpleaños número cinco, a falta del elefantito que no me pudo traer en el anterior. A partir de ese momento no dejó de escribir para niños, pero siempre recuerda su primer libro, el del elefante Azulito, que emprende un largo viaje a la tierra de Colorandia para decirle a juguetes como él, que un día se sintieron rechazados, que hay muchos niños solitarios, necesitados de un amigo, que los quieren tal y como son.

 

- Entonces, maestra... ¿es cierto lo que usted me cuenta? – dudó aún.

 

- ¿Y no puedes creer todas las vueltas que ha dado el mundo para que el elefantito te cuente su historia, que a mi vez le voy a contar a mi madre?

 

- ¿Puedo ir con usted, señorita Sarahí? – preguntó emocionada.

 

- Mejor no – contestó la instructora -. No me interpretes mal, Sofi, tendrás pronto noticias de nosotras, es que mi mamá no se espera esto, la impresión va a ser muy fuerte y no sé como va a reaccionar.

 

- Entiendo – dijo por educación, porque realmente no entendía muy bien a los adultos, por más que se esforzaba.

 

 En vista de que no podía hacer nada más, tomó su mochila y regresó a casa, pensando en nuevos planes de salvamento:

 

  1. Podía organizar un ataque a la ferretería con sus amigos del taller.

 

  1.  Podía pedirle a su madre que le hiciera un traje de ninja y convencer a su padre de que desactivara las alarmas de las ventanas.

 

  1. Podía apurarse con las asignaturas, tratar de estudiar Derecho aunque no tuviera la edad – había escuchado la historia de un niño de diez años que estudiaba Física Nuclear en el Japón -, y convertirse en la primera abogada de juguetes del mundo...

 

 Estaba organizando planes de rescate cuando la sorprendió el sueño.

 

......................

 

 ¿Cuándo aprendería su madre a despertarla lentamente? Al parecer nunca, porque la estaba sacudiendo y haciéndole cosquillas, mientras trataba de acomodarle el cerquillo.

 

- ¿Cómo no me dijiste nada de lo que pasó ayer? – le decía mientras la ayudaba a quitarse el pijama y ponerse un vestido, medio dormida aún.

 

 “Ni siquiera me creíste cuando te hablé de la conversación con el elefante”, pensó ella, pero no lo dijo porque hubiera sonado feo; quería mucho a su mamá, era muy buena… no tenía la culpa de haberse vuelto adulta con tanta prisa.

 

- Tu instructora está en la sala, ha venido nada menos que con su madre, la escritora.

 

- ¿Marina? – saltó la niña - ¿Dices que Marina ha venido a verme?

 

- ¡Vaya! – le respondió la mamá, sorprendida - No sabía que eran tan amigas.

 

 Pero Sofía no la escuchaba, había llegado a la sala en un santiamén, para encontrarse a la señorita Sarahí, tan risueña como siempre, sentada al lado de una señora que tenía la misma sonrisa.

 

- De modo que tú eres Sofía – le dijo en tono afable.

 

- Es un gusto conocerla – respondió ella, atropellando las palabras aún en contra de su voluntad -, espero que su hija le haya contado todo lo que ha pasado el elefantito; ahora tenemos que ir a rescatarlo sin demora. Le advierto que pueden pedir mucho dinero por él, yo tengo un poco en mi alcancía, pero me va a tener que prestar algo hasta que me gradúe de Derecho, porque es urgente sacarlo de debajo de las tuberías, no puede creer que lo he abandonado...

 

- Entiendo – respondió la señora con calma -, ya me había dicho mi hija que tenías una imaginación desbordante, pero no me dijo que hablaras tan rápido. He aprovechado la mañana para hacer algunas gestiones y, ya que estaba cerca, he venido a agradecerte el haberme ayudado a encontrar al personaje de mi primera historia. Precisamente por esto, quiero hacerte un pequeño obsequio.

 

 Y le tendió una caja envuelta en papel estrellado, con un lazo y una tarjeta. ¿Cuándo comprenderían los mayores la urgencia de determinadas situaciones? ¡Ella que había pensado encontrar apoyo en Marina!

 

- Le agradezco mucho – dijo con sus buenos modales de siempre.

 

- Las gracias irán luego – le respondió la escritora -, ¿no deberías primero abrir tu regalo?

 

- Es que no puedo dejar de pensar en el elefante allá solo... – tal vez no todo estuviera perdido, si insistía en la urgencia del rescate.

 

- Mira aunque sea la tarjeta de la dedicatoria – insistió ella.

 

 Con un suspiro de conformidad, la niña bajó la vista a la caja que tenía entre las manos y leyó la tarjeta:

 

“Para la niña más hiperactiva que he conocido, con todo mi afecto,

 

Guillermo.

 

Ferretería Feíto y Cabezón”

 

 De nuevo era demasiado bueno para creerlo. A toda prisa abrió la caja: en su interior, la miraba el elefante azul de los ojos rojos.

 

- ¿Es para mí? – dijo saltando al cuello de Marina con el elefantito bien apretado en una de sus manos.

 

- Yo soy un poco mayor para tener juguetes – le respondió Sarahí, pues Marina estaba casi ahogada por su abrazo -, y me faltan unos diez años para pensar en tener hijos; cuando nazcan los traeré para que lo conozcan.

 

- Pero... ¿no les duele desprenderse de él, ahora que lo han encontrado?

 

- Los juguetes pertenecen a los niños – respondió la escritora -, con ellos deben estar, no en cajas, mucho menos debajo de un montón de trastos. Además, fuiste la primera en escucharlo. Quién sabe si un día escribas la segunda parte de su historia. Sólo te voy a pedir una cosa…

 

 La emoción le cosquilleaba el cuerpo a Sofi, sumado al alivio de saber que no tendría que vestirse de ninja, ni asaltar la ferretería, ni dejar sus planes de ser escritora para convertirse en abogada.

- Debes ponerle un nombre, todo juguete que es amado tiene un nombre propio.

 

- Pero, si ya usted lo adivinó – dijo Sofía abrazando a su amigo, segura de que iban a ser muy, muy felices -: ¡Te llamaré Azulito!

 

 Desde los brazos de la niña, el pequeño elefantito ya era feliz, comprendiendo que no importa cuán larga es la espera, si al final logramos encontrar el amor, esa magia que nos ayudar a realizar nuestros sueños.

 

 

Marié Rojas Tamayo

Ilustraciones: Sarah Graziella Respall Rojas

(a los 9 años)

Este artículo tiene © del autor.

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