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DOLOR DE ESPALDA (1ª PARTE)

Antonio Nadal Pería

España



Carlos y Marta conversan algunas veces con la joven cajera del supermercado cuando entran a comprar con cierta prisa cerca de las tres de la tarde, acabada la jornada laboral para ellos y antes de comer. Carlos tiene 58 años y Marta 55, la cajera 20 años. Ésta se queja algunas veces de dolor de espalda, pues tiene que trabajar siempre de pie y si no tiene trabajo en la caja ha de reponer artículos en las estanterías cargando con cajas y paquetes pesados. Marta le dice a María, la cajera, que ellos son masajistas y pueden aliviarle el dolor de espalda. "Cuando quieras, por la tarde, pasas por nuestra casa, que vivimos aquí al lado, y te damos un buen masaje", le dice ella. Carlos le entrega una tarjeta. "Tenemos la consulta en el centro de la ciudad, pero también te podemos atender en nuestro domicilio. No te preocupes por el precio del servicio, consideraremos tu situación", dice Marta. "Anímate, nada pierdes por intentarlo", anima Carlos. María se ruboriza y les dice que cuando más le duela la espalda tomará la decisión.
Pasan unos cuantos días y el matrimonio se interesa por el estado de su espalda cuando coinciden con ella en la caja del supermercado. María les dice que sólo se alivia si se toma algún calmante. "Eso no es solución y te hartarás de pastillas", le dice Marta. "Ya lo sé", reconoce la joven. "Entonces, ¿por qué no vienes a casa para que te tratemos?", pregunta Carlos. "¿ Puedo ir esta tarde a eso de las ocho? ", se decide por fin María. "Claro que sí", dice Marta.
A las ocho y casi diez minutos suena el timbre en la casa del matrimonio de masajistas. La joven entra en la casa cinco minutos después, tras subir al sexto piso en el ascensor. La esperan en el rellano. Nota la joven aroma a incienso y escucha una melodía.
La invitan a sentarse en el comedor y le ofrecen algo de beber. Pide un refresco de cola. "Eres muy distinta sin el uniforme del supermercado", comenta Carlos. "Os perjudica mucho", añade Marta. "Sí, pero es obligatorio llevarlo", dice María.
Esperan a que se tome el refresco y luego le dicen que el gabinete está preparado. "¿Quién me dará el masaje?", pregunta la joven cuando se levanta del sofá. "Te lo daremos los dos. Ya verás qué bien te sientes, explicó Marta. Primero entras conmigo para que te dé unas indicaciones".
El gabinete es una pequeña habitación con camilla en el centro, un perchero, un par de sillas, un mueble con varios productos de masaje, un equipo de música, unas velas y unos inciensos. Hacía calor. "Te quitas la ropa y la dejas en el perchero. Luego te acuestas boca abajo, con la cabeza hacia el lado izquierdo", indica Marta. "¿Toda la ropa he de quitarme?". "Conserva la braga si quieres, pero te taparemos con una sábana, aclara Marta. Cuando estés preparada nos avisas" . Sale Marta del gabinete. Carlos ya se ha cambiado de ropa, lleva un pantalón y una camiseta blancos. Se miran y se sonríen. Su mayor placer consiste en gozar de jovencitas y jovencitos, nunca menores de edad, y el gabinete de masajes es un buen principio. A veces falla, pero eso entra dentro de las posibilidades. 
 

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