La Iglesia lo tiene claro: hasta de la mierda (con perdón) sacan provecho los curas. No rectifico. Lo que acabo de manifestar lo he dicho con plena conciencia y a sabiendas de que la grosería no es recomendable como medio de expresión. Sin embargo, hay momentos en que la circunlocución supone un regalo inmerecido para quienes, vestidos con ropas talares o cubiertos con toga, se hacen acreedores del desprecio de la ciudadanía.

Me estoy refiriendo a la Conferencia Episcopal Española, presidida por el cardenal Rouco Varela. Este purpurado dijo a finales de mayo, refiriéndose a la Ley de Muerte Digna: “No es una ley de eutanasia”. Hace unos días, no obstante, la Conferencia Episcopal difundió un comunicado manifestando que dicha ley podría encubrir una”legalización de prácticas eutanásicas con auténticos homicidios”. Naturalmente, esa reflexión debió de haber sido concebida por alguna lumbrera eclesiástica, sentada en el excusado. Porque si un mes antes, el eminentísimo prelado dejó claro que la Iglesia no pondría obstáculo alguno a este proyecto, ¿cómo es posible que cuatro semanas después la dichosa Conferencia haya dicho lo contrario, e incluso esté alentando a su feligresía a no cumplir la citada ley, que no despenaliza la eutanasia ni el suicidio asistido? Con esta ley se regulan los cuidados paliativos y nada más. Exactamente lo que se está haciendo en los hospitales, incluidos los de la Iglesia. Cuando leí la noticia de que Rouco había bendecido (aceptado) el contenido de la norma, quedé extrañado: “¿Cómo es posible que los legionarios de Cristo, los kikos y el Opus hayan estado conformes?”, me pregunté. La respuesta ha venido dada por un artículo del columnista Ignacio Escolar en el diario Público, de fecha 28 de junio.

Como queda dicho: “El sentido común de la cagada…” eclesiástica. Supongo que en Intereconomía y en la redacción de La Gaceta estarán contentos.