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Poeta en la luna de Cuba

René Dayre Abella

U.S.A.



El alma de René

Si bien recién ayer me quejaba de la obsesiva presencia de Lezama y Virgilio por todas partes, como "no hay boca que habló que Dios no castigó", cuando Belkis Cuza Malé me dio a leer el libro Poeta en la luna de Cuba, de René Dayre Abella, publicado por su editorial Linden Lane Press, el título que primero me vino a la mente para encabezar la reseña que ahora estoy escribiendo fue El alma de René, que a los conocedores de la obra de Virgilio Piñera de seguro que los remitirá a su La carne de René, aunque les aseguro a los "piñerianos" que las dos obras no tienen nada que ver entre sí, porque si en La carne, "a punto de cumplir sus veinte años, René es enviado por su padre a una peculiar escuela para que, en vez de cultivar el espíritu, se adiestre en el castigo de la carne, y el cruento aprendizaje que allí se le imparte, muy cercano al suplicio, culmina con un grotesco rito de iniciación del que escapa René..." (compren el libro si quieren saber más, que hay que ayudar al librero latino), en El alma... -ah, disculpen, que no se llama así el libro de René Dayre, sino Poeta en la luna de Cuba- nuestro René exhibe impúdicamente su espíritu, empeñado en cultivarse y desprenderse -no siempre- de las ataduras de la carne.
Nuestro René -como le he llamado aquí, para diferenciarlo del de Virgilio- es un hombre al que conocí primero por su blog, y que se ha ido completando a retazos dentro de mi cabeza, gracias a las historias que Belkis me ha contado sobre él, sus gatos, su gran corazón y su también cruento aprendizaje. ¡Niño, no te manches la ropa, ni los zapatos blancos!, le grita en sueños la madre desde el "pozo de la memoria"; luego el poeta enumera aquellas "soledades" que lo acompañan "en cada nueva vuelta de la noria", e intenta "el juego del cadáver exquisito", en esa isla que materializó lo surrealista -castrista y cederista-, como nunca lo imaginó Bretón. Retratos y retratos; un rótulo en su puerta: "Aquí viven Rimbaud y Verlaine" -"¿qué nueva pajarería es ésa?", diría la vecina-; reproches a la mariposa, para que se entregue "veloz al tiempo nuevo", pero que se cuide del desamor, ese "viento que silba entre los árboles"; una fina evocación de Heberto, cuando René escribe: "Más tarde me pedirán que me convierta en una débil vocecita".Vuelta a la soledad, para intentar "exorcizar a la maldita", cantándole "nanas al pasado", o "los aretes que le faltan a la luna", esa "amiga y confidente del guajiro enamorado". Zapatos rotos, recuerdos "que se pliegan a veces... a un juguete olvidado"; esas nubes que "van dejando a su paso un cielo limpio, listo para desposarse con la noche", y para escuchar "la canción del peregrino", las "imprecaciones a la lechuza", o el breve "poema para Paco". Omara canta, arropada en un poema; y entonces, equilibrista, René le hace una "carta a Isabel", una balada a un suicida que baila "entre silencios", y una apología a la locura de Van Gogh y a su oreja incompleta. Continúa René desnudando su espíritu, despojándolo de músculos y huesos, cruel como ese mes de abril que "descubrió" Eliot, cual "breve apología de la muerte", Chopin al piano. "Con palabras de todos los días", el señor Dayre hasta piensa en francés, se escurre con la tarde "en la espesura de un espasmo", y repite su "elogio a la locura", ahora "en blanco y negro", para decirle adiós a un "tren de vagones azules" que se marcha al destierro, dejando atrás "un ocuje, un quebracho, y también un limonero". El poeta, entre crótalos, junta los "fragmentos de un sueño", donde vuelve a escuchar a su mamá gritarle: "¡se te acabó el paseo!"; quiere ser otro, "cualquier cosa, ¡para dejar de ser esta débil sombra, doblada por el peso de tanto caminar!", o ese "niño con pájaro", que "pudo tocar la muerte con sus manos", y que tiene un "infamante recuerdo del infierno". Los poemas a Elena, Sabines; y a esa "blanca casita" de cal embadurnada, de la que "ya nada queda", develan la fina sensibilidad del autor para la música, y le tomo prestados sus versos a Sabines, para preguntarle: "Dinos, poeta... qué rayos se esconde tras la muerte"; yo también, al final, he fabricado un cadáver exquisito, con la carne y el alma de René.

BALTASAR SANTIAGO MARTÍN, poeta, narrador y critico, dirige la Fundación Apogeo.

P.-S.

Linden Lane Press
PO Box 101582
Fort Worth, TX 76185-1582

www.lacasaazul.org
www.lindenlanemag@aol.com

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