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Ausencia (23 años extrañándote)

Oscar Deigonet López Posas

Honduras



Yo te busqué ausencia, en las noches de magia insospechada. Te buscaba. Te deseaba, hasta morir, noche a noche. Mi ausencia se hizo eterna y al filo de un sin fin de noches te extrañé. Aún te extraño, amada mía.

 La tragedia más querida

Ahora querida, te siento más cerca. Tan cerca, que puedo oler tus muertos. Sus olores colman las calles y los espacios por donde vagan los incrédulos, sordos y mudos. Los abogados y los jueces. Huelo la carne podrida de tus muertos arrancados de tus mamas. Te siento herida como un ave, flechada por el famélico cazador. Sangras. Sangras, purpúrea y lastimada. Y yo, he asumido mi plañir como buen amante, para luego sumarme a tu masa. Querida mía, madre de los frugales, que dolor tan obsceno el que cae de la lumbre este día.

 Martirios

Acércate un poco. Déjame sentir el efluvio enmohecido de tu vientre, tu aliento. Ese, que inhibe mis pasiones más descarnadas. Permíteme idolatrar tu egolatría de mujer frenética e indomable, encender la vela del candor y buscar refugio en tu sueño. Tómame entonces como a un gitano perdido en la hiperbórea, cansado de tanto frío en el pensamiento.

 Viaje sin retorno

Talvez te recuerde, sentada en tu pequeña silla de álamo. Es un asunto de tiempo para que los sentimientos afloren excesivos y laxos. No debí extenuar la rutina y ahora sin embargo, extraño tu acostumbrada fuerza de ave fugas, en las noches de diciembre. Siempre, sentada ahí en tu pequeña silla de álamo, viendo mis ojos de asombro, día tras día y, otra vez ahí. El tiempo en silencio se ha comido los años que trazaron tu distancia, mi ausencia. Es un viaje largo y sin retorno en este mundo de fronteras. Yo sin tus ojos, aun.

 Rostro líquido

Ahora la lluvia, nos serena la nostalgia. Se ha quedado quieta, colgada en las paredes de nuestra habitación como un retrato que intenta contarnos, los buenos ratos. Se ha clavado en la puerta del baño, colgada en las cortinas de la casa, recordando el fantasma de tu ausencia. En las tardes decide volver a las callejuelas de este pueblo que extraña tu perfume carthier. Cabalga intemporal y distraída rascándose sus cabellos de agua. Se sienta en la rutina de nuestra plaza con los mismos transeúntes movidos por aquel viento de nuestros días. Simula jugar con niños de barro, que deshace mientras baila con ellos. Cansada y triste vuelve a nuestra casa intentando recobrarte. Creo que te extraña mucho más que yo.

 Olvido

Mírame. Los años me han estrujado los huesos. Los mismos con que solía cargar con tu sonrisa de abril. Mi cuerpo, tomo el rumbo de un tren que no volvió jamás. Mis ojos han perdido algo de su lucidez, ya no son los mismos. Mi pensamiento hace tiempo que no cuenta los días de ausencia. El único que siguió empecinado en sus quehaceres es el corazón que testarudo, se empeña en vivir como un ruiseñor.

 Estertores

Te soñé. Charlabas con el recuerdo de mis locuras. Era una de esas mañanas de domingo, en el corredor de casa, cuando los años te formaron la condición más perfecta de la senectud. Así nos ha dejado el tiempo. Un pedazo de tierra cansada y sin frutos que recoger.

 Una carta insospechada

No tenía a quien escribirle. Por esos días, la costra de los años ya era perpetua. Así que rascándole un poco a los resquicios de la memoria, uno que otro recuerdo, me di cuenta que hacía ya veintitrés años de mi partida; que lo único que quedaba en mis neuronas, era un extraño eco de tu voz. De aquella voz ardiente y decidida, que cuando decía te quiero; era eso; te quiero y nada más.

 La espera

Una mañana cualquiera, el día te envuelve en su monótono ruido de zanates desbocados, pierdes entonces la palidez que deja la noche cansina. En otras, cruzas la calle tan decidida y perpetua, incluso aun más, que cuando estás despierta. Esquiva y pertinaz te alejas cuando intento describirte debajo de la tenue lluvia de octubre. Es eso, una imagen inexacta de este cansado espíritu de años de espera.

 Estima

Nuestra casa, sufre el letargo perfecto. Desde hace años perdió el color de sus trinos y no ha vuelto a sonreír, como si le hubieran contado una historia con un final triste. Sus ojos, ayer risueños y golosos lucen desencajados, y han perdido la luz y la música de nuestros días. Últimamente, se asoma por la puerta de sus recuerdos intentando recobrar los pájaros perdidos. Cuando abro sus puertas y ventanas se reclina complacida como si fuera amada.

 Llanto

Su llanto, cruzó las barreras del día y la noche. Era tan fugaz en una noche tenue y discreta. La luz avivó sus juegos de niña, y caminaba mimosa y cachorra hasta que se acercaba, la pertinaz voz. Se lo escuchaba en las mañanas en el té de la tarde y al entrar de nuevo, la oscura noche. Se extendía por las calles y los vientos y se acercaba a lo más sublime del amor de una madre. Su llanto, era insistente, incluso, si se tomaba el chocolate a las tres de la mañana.

P.-S.

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