Afuera, en el linaje de la noche, las fauces de la luna desangran transparencias en las arterias mÃsticas del agua y suspende en la urdimbre de las hierbas filamentos de escarcha. Adentro, en la tibieza, el leño trasfoguero fosforece su vigilia quemada -duende azul de ceniza enlutando senderos de hojalata-. En la liturgia de la alfarerÃa, desde su blanda arcilla traicionada Juan Migaja combate la inocencia con puños de aldabones, con ojos humillados, con corazón de piedra cuando estalla en la piel de la intemperie la ronca ingratitud de las cucharas. Por los pliegues del hambre extravió el alfabeto y las hogazas... y sin decreto inciso o codicilo, heredó este cansancio que le deshila el alma. Tendido sobre el vientre del planeta, sueña que sueña sueños implacables de espigas y panales y naranjas... Fantasma encadenado a la tristeza, polvo en el polvo de la madrugada, embriagado de sal, sombra y vinagre, adelgaza su risa de hojarasca y edifica en los lÃmites del miedo blancas torres lunarias desde donde enarbola la miseria la terca insurrección de la esperanza.
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