Un velo negro
envuelve su rostro apagado.
Su mirada azabache
Se pierde en el claro _ oscuro de del anochecer.
Sus ojos abatidos
están secos de tanto llorar.
Las lágrimas punzantes
surcan aún más su rostro agrietado.
Sus manos rasposas
como la arena del desierto,
acarician al único hijo que le queda.
Su memoria se pierde
entre los estallidos de la contienda.
Vive para salvar su último retoño.
Sin él, se hubiera dejado morir de dolor
bajo las bombas asesinas
que aniquilan a niños, hombres, mujeres,
que destruyen a seres inocentes.
Las estampidas de los mÃsiles
desgarran el cielo turbio del anochecer
y el alma de la mujer sin rostro.