Siempre estarán yaciendo en su piel carcomida por los dientes del lobo,
porque los chocolates no llegaron al hueco de su ultraje
y nada estuvo cerca
cuando la noche, a paso de gangrena,
devoraba muñones con sus fauces de escarcha
y los dioses urgÃan su cuota de despojo,
el diezmo de homicidios cotidianos
que ordena su estatura,
su identidad de crótalo que repta acorralando sueños
mientras el mundo observa, mientras los templos rezan, mientras rugen los odios.
Siempre estarán yaciendo en esas soledades de profundos insomnios,
celosos habitantes de sus rotundas muertes en trinchera,
cubiertos por la nieve
como si fuera un velo funerario,
como leves sudarios sobre rostros roÃdos
donde el miedo demora los rictus del asombro,
donde la historia muerde sus traiciones,
donde la indiferencia
negocia cada llaga contundente, cada coágulo inerme
y el silencio es apenas otra infamia lloviendo sobre sus promontorios.
Propietarios de tumbas que no engendran corolas porque hasta el suelo es sórdido,
dueños de las raÃces de sus nombres renunciando al olvido,
suturando las venas
degolladas por filos mercenarios
en el tiempo del frÃo, en la hora de las súplicas,
cuando el hambre alcanzaba la altura del sollozo,
la guerra era ese vértigo quemante,
la oscura pesadilla,
una cruel petulancia enredada en marañas de estrategias
y ellos esa centuria de ternura indefensa amartillando el vómito.
Libro “Desde otras voces”