Portada del sitio > LITERATURA > Soliloquios > Cartas alicantinas (IV)
{id_article} Imprimir este artculo Enviar este artculo a un amigo

Cartas alicantinas (IV)

Cartas a mi ciudad de Alicante

Ramón Fernández Palmeral

España



14.- MIRANDO AL MAR.   Ebrio del propio destino, angustia descalza del ayer, mansedumbre entre las manos, luz cuajada en tocinitos de cielo, caminé a duras penas en ejercicio rehabilitador y terapéutico una mañana de mayo desmayado en la luz, una de tantas mañanas perdidas en el amable almanaque de los días bobos hasta el final del paseo del Postiguet donde la solería geométrica y cubista esboza un final circular con plazoleta de tierra y olivar artificial, un paseo junto al mar, un pasodoble de mar, eres el  único mar que adoro y lo miro con ojos nuevos sin asperezas ni daltonismo, donde en el recodo final, frente la estación de los ferrocarriles valencianos, o autovías de hierro, enorme placer el viajar en tren, se admiran dos esculturas,  la primera, junto a la Cruz Roja es una mujer desnuda y tendida «Despertar» es su nombre aunque es conocida cariñosamente por «La Culona» de la escultora alicantina Margot, una mujer vital que no ceja en la creación artística. ¿No será acaso una Dulcinea acosada por el calor que se desndua en estas playas alicantinas, porque le laguna de Ruidera queda lejos del Toboso?  Continuando la vara longitudinal del paseo hasta llegar al final de la glorieta, contemplé suspendido en el aire marino, un bosquecillo artificial de tres plantas mal peinadas y otros tres viejos olivos replantados, supervivientes de un huerto jubilado y eclosionado, posiblemente reconvertido en una zona industrial, y entre la luna verde del olivar apareció la cabeza gatuna de una mujer de bronce, inclinada la cintura sobre un marmóreo pilar, una dama no ibérica, prima hermana del Ícaro que el puerto sale del mar desnudos los dos con su tabla de winsurf. La broncínea mujer de parturientas caderas tiene los ojos de mar y olas pecadoras, mira al aire marino que es materia de lo místico, olas dulces que son de mármoles si me baño, arenas que son hojas si las piso, gaviotas que son águilas si la persigo, aparece bronce habitual habitado, verdoso esmeralda marino, es la joven desnuda de mis sueños, la que habita en mi cerebro erótico, la que con el látigo de su boca arranca las últimas prendas de mi coraza de seductor hipócrita y me dejo... La joven desnuda «Mirando al mar» limpio y almendrado, es una obra escultórica de Vicente Ferrer Molina (1999). La mujer es sibila real, secuestrada en el paseo de los pasos perdidos, sirena para siempre esperando a que llegue al marinero marido de la barba de tres días y las botas de agua amarillas, su amante o su esposo, que salió a la mar a pescar provisiones convertibles en euros. La escultura con su culo como dos planetas en colisión, al borde de la playa mira al sur, al borde del deseo mira al espigón guadaña de olas y remolinos, contempla con una mirada de juvenil felicidad un punto no elegido, distante en libertad, es esa mirada perdida en el horizonte de los paquebotes que a dos millas navegan diligentes con su carga de contenedores, cruceros por el Mediterráneo que a tu puerto hospitalario escala hacen, como un punto “santafaz” peregrino, descanso de turistas, puesto que nuestro “mare nostrum” desemboca en el cielo Mediterráneo. Nuestro aire marino merece un monumento de granito, por este clima gentil y mítico que nos protege de los cíclopes vientos del norte, amigos de la tos y del mal de ojo, la ula ruta y el silbar sin escala de solfeo. Tú mu mar y mi ciudad, sueño de la música del piano de mi corazón alegre, tal vez distraído en un mundo insolidario. 

15.- LAS TARDES EN ALICANTE. Entro en una de esas cafeterías con aire acondicionado de tu centro de Alicante, la zona acomodada de Maissonave, una cafería con terraza, donde, además de saciar el bocado del estómago, uno puede obtener la foto mental de una chica de esas alicantinas, bellezas o mises sin concursar. Luego, cuando he mirado y remirado a través de todos los espejos de la entrada, señuelo de crista, dejándome la percha en la puerta sin humildad, que no tengo abuela, me siento en un taburete giratorio, tapizados, palo gallinero vertiginoso, y al momento, como si una orden recibiera el camarero, que es de Bacarot, llega y me sirve lo de siempre, ¡qué pena más grande que te sirvan los de siempre!: un descafeinado de sobre con magdalenas, sin preguntarme si lo quiero o no de máquina, ¡qué dudas más existenciales tiene el camarero. ¿De sobre o de máquina? De maquinas no, por Dios, son los robot y no tienen sensibilidad. La taza es grande como un cubo de la fregona, a las magdalenas les tengo que colocar mondadientes para que no se pierdan en el océano negro descafeinado con color a barro encarcelado, a la sombra, las banderillas como mástiles de barcos en una maqueta de juegos de guerra, navegan por el mar de café. La chica que está a mi lado se ríe socarronamente, como si no prestara atención a los detalles mínimos de mis manías y yo, lento casi camaleónico alargo la mano silenciosamente y con la uña de mi dedo meñique le araño el reloj a la chica curiosa. Ella se sorprende de mi metálica caricia, jamás lo había hecho antes, pero un impulso incontrolado lo tiene cualquiera, porque los impulsos son siempre desagradables a media noche cuando hay que matar al cangrejo. Alicante ere una ciudad de talla media, una 48 en pantalones y un 42 en zapatos de caballero, las señoras con un 36 tienen suficiente para quejarse, cuando uno pasea por el centro acomodado y cosmopolita tiene la sensación de que muchas caras nos son conocidas, casa familiares, del roce visual de los años, sin saber cómo, por intuición ciudadana y la costumbre distinguimos a los indígenas de los foráneos, por ello, algunas veces, reconocido por la apacibilidad de sus ojos, a uno el entran ganas de saludar al peatón, a esos matrimonios tardíos que pasean cada tarde por las calles céntricas, el caballero detrás de la dama detenida en un escaparate, hablando con una amiga, tirando de la bolsa de la compra de los grandes almacenes. Eres una ciudad mimada tienes algo distinto y familiar a otras mega-ciudades, ¿Qué será? Sin embargo, te lo dirá su gente caminera, amantes del paseo después del crepúsculo, a esa hora en que la luz se incendia, diría un poeta de los muchos que en Alicante habitan encariñados en el aplauso de los ámbitos y tertulias. ¿Qué me arrastra a salir cada tarde a reconocer las aceras?, jaulas abiertas, bienes públicos de almoneda, posiblemente sea el deseo persistente, casi mágico de encontrarme otra vez contigo en la cafetería, enfrentarme a la batalla naval con magdalenas con el camarero de Bacarot y yo conformarme tan sólo con arañarte la esfera del reloj, mientras tú me sonríes a una tontería del impulso irrefrenable y la súbita memoria de las tardes y de la nada.

    16.- BIBLIOTE DEL PASEO RAMIRO. Más que un paseo es un rincón o plaza ajardinada tuya Alicante, hija de la cultura y de las obras municipales, donde antes,  existía una plataforma de cemento, donde podían aterrizar los helicópteros si tiesen cuidado con la estilográficas palmeras con talle de bambú,y un árbol semi-tendido de hojas alanceadas que no sé como se llama la especie ni la familia y no quiero incurrir en errores botánicos porque luego se paga con una advertencia lingüística de mi amigo Gaspas. Había en su centro aparece un pequeño monolito decapitado por la guillotina de los ladrones de arte que se han llevado la cabeza o quizás anda en algún sótano municipal, era el busto del nicaraguense Rubén Darío, que en realidad tenía otro nombre que no quiero acordarme, la inscripción decía: “Ser español es timbre de nobleza: Rubén Darío”. El padre del modernismo poético, de Azul. De ese azul que dejó ciegos a los poetas y a muchos del G-27. El monolito pasaba por ser una donación de Nicaragua a la Ciudad de Alicante, fechado Julio de 1974. Cuando dejo mi coche aparcado cerca de la fechada de la iglesia de Santa maría, cerca del taller de reparaciones de antiguedades de mi amigo Vicente, se me acerca un empedernido gorrilla o antiguos guardacoches con sonrisa alcohólica y ojillo de alfiler se queda con la mano extendida esperando la propina o tasa bajo amenaza de romperte un faro. El hombre de la sonrisa alcohólica y el don de la ebriedad claudiana (Claudio Rodríguez y su don de la ebriedad) me es conocido, pues he observado que siempre viste con la misma chaqueta a cuadros de Cartitas. Se llama Ramiro y es tocayo del Ramiro de la plaza, nadie le ha preguntado cuántos trienios lleva en el parking, cuántos hijos tiene y se ha leído el Ulises de Joyce, yo le doy 1 € porque yo también soy alcohólico.  La Biblioteca Pública Provincial de la Generalitat se encuentra en la desembocadura o delta de unas escaleras de mármol gris que posee un meandro y una isleta central, la cual eleva al visitante a la altura de un primer piso. En un descansillo o bando de arena siempre hay chicos y chicas embarrancados en las escaleras, esperando una cita o hablando de exámenes u oposiciones. .  Desde que fortificaron la plaza con oxidadas chapas metálicas, mamparas de defensa contra un ataque naval, aquello parece un blocao, además ya no está Ramiro el gorrilla que amenaza con romperte un faro. La puerta de cristal me da entrada a una antesala donde mamparas exhiben panfletos, folletos o carteles de concurso de pueblos que nadie conoce y que desde luego no te van a premiar. A la izquierda la sala de lectura con arcos detectores de robadores de libros, un mostrador con funcionario de prisiones de libros viejos, y al fondo los sillones bajos, incómodos, despojos seguramente de algún reacondicionamiento del despacho oficial de un funcionario de la calse A. Los anaqueles con libros y revistas o prensa diaria que aguardan el turno de los lectores silenciosos y bien educados. ¿Te gustan los librso, amada Alicante mñia, sabes leer? Nunca te lo he preguntado, al menos la gente compra libros, que los lea o no ya es otra cosa, aunque las bibliotecas están llenas de esperzanza en papel que molieron los batanes quijotescos, la proporción de lectores respecto al medio millón de habitantes es ridícula.  Hemos de acostumbrarnos, los hombres mediterráes somo charlatanes más que lecores, porque nuestra sangre tiene algo de misterio, de mítica de la luz celestial, de sal marina, de fuerza extraña, de noches en bares y farolas en el puerto de las discotecas que madrugan y cabalgan en la noche persiguiendo las educadas y discretas columnas hasta llegar a los sótanos del mar y del puerto, donde los coches descansas en sus pesebres. Hasta otro día bilioteca. Aunque a mí me gusta más escribir ue leer.

Este artculo tiene del autor.

1111

   © 2003- 2023 Mundo Cultural Hispano

 


Mundo Cultural Hispano es un medio plural, democrtico y abierto. No comparte, forzosamente, las opiniones vertidas en los artculos publicados y/o reproducidos en este portal y no se hace responsable de las mismas ni de sus consecuencias.


SPIP | esqueleto | | Mapa del sitio | Seguir la vida del sitio RSS 2.0