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MUNDOS PARALELOS

Adrián N. Escudero

Argentina



A los militantes de la vida...


Ahora, fue como el onírico espejismo de dos mundos paralelos...
De pronto, como si el alma se hubiera separado del cuerpo, me vi desnudo, completamente; me vi corriendo por una calle empedrada en busca o compra de algo tan impreciso, como podrían ser los broches -para sujetar ropa lavada- que había que reemplazar por los que pendían, desarticulados como inertes marionetas, de una soga estirada a lo largo de la terraza de mi casa... Sí, vi mi virginal ingreso en aquella extensa cuadra prolongada hacia ambos lados por monobloques o torres de alquiler que se perdían en la lejanía de un horizonte frío y grisáceo...
Y mientras corría por una de sus veredas sin forma, tratando de ocultar mis partes pudendas con ambas manos, sentí temblar a ese cuerpo avergonzado y acechado por todas aquellas torres perforadas de oscuros orificios, por donde un enjambre de cabezas somnolientas hacía gestos de estupor y escándalo al verme topar en cada esquina, en cada cruce de cuadra, en cada resquicio habitado de una avenida sin sol donde la escarcha había puesto su mortaja de hielo, con aquella multitud creciente de seres arropados, enronquecidos y desencajados que manifestaban algún tipo de descontento social, portando pancartas de protestas de todo tipo; voces en cuello que achacaban y denunciaban con letras de nervioso marketing; voces desenfrenadas que proferían improperios, deseos de venganza y alentaban provocaciones; voces y alaridos para los que ningún problema de la vida comunitaria quedaba descartado: aumentos de impuestos y tarifas, bajos salarios, inmovilizaciones financieras de ahorristas apenados, gritos de desesperanza de desempleados, deshabitados, jubilados, madres solteras y mujeres embarazadas sin seguro de salud, y todo un tropel organizado de menesterosos, marginados y discapacitados faltos de atención oficial, con el que una clase media venida a menos se entrelazaba airadamente en un solo cuerpo desgarrado, agarrotado y macizo de piernas, troncos y brazos que, en formación castrense, avanzaban y avanzaban hacia un destino imprevisible y sin límites...


En tanto, yo, corría... 
Corría aún pero, en este caso, sin ser visto, ni mirado, ni observado por aquellas columnas perfectamente movilizadas; corría como escuchaba -con la vergüenza a flor de piel-, desnudo como un Adán redivivo, traspasado como un ciego torpe, con el sudor helado clausurando todo razonamiento, por esas agrupaciones de bombos ruidosos golpeados sin cesar y sin piedad, que hacían estallar en el aire infinitas vibraciones de clamor popular...
No huía, sin embargo. Sólo sabía que debía seguir, deprisa y desnudo, mi camino hacia una compra de broches para ropa lavada en la terraza de mi casa, mientras -de reojo- era el estupefacto espectador de una revolución de masas, ordenada por altavoces rodeados de reporteros y cámaras de televisión...
Hasta encontrar aquella esquina especial que me incitó a doblarla, hacia la izquierda, como en forma de atajo de la gran avenida sin horizonte ni sol, venciendo el paralelismo de las formas, e incorporándome a otra dimensión contigua al enjambre de aquellos tétricos y simétricos monobloques; una dimensión donde a un extenso bosquecillo de pinos y eucaliptus continuó, detrás de los médanos que la ocultaban, la más amplia y hermosa playa que mis pies hubieran pisado alguna vez... Y el mar azul... Y su distancia también azul y sin fronteras...
Allí el sol brillaba sin telones, y la pálida desnudez de mi cuerpo, entibiado ahora por sus fuegos, se bronceó sutil y gradualmente, hasta que cada uno de sus poros se confundió con los granos de aquella arena dorada, desapareciendo con el alma en el misterio de la nada, vivido como en un bifronte espejismo donde muerte y vida eran caras de una misma moneda: sí, como el rostro de Jano o de la frágil y transida existencia humana...

No sé que hizo en ese instante el amigo que me escuchaba, porque mis ojos habían quedado extraviados en el hueco rectangular de un esquelético monobloque urbano, mirando correr desnudo a un pobre tipo que, de vez en cuando, levantaba la vista y me miraba, y me miraba, sin poder creer lo que veía y  vivía... Ahora, fue como el onírico espejismo de dos mundos paralelos...

No sé que hizo en ese instante el amigo que me escuchaba, porque mis ojos habían quedado extraviados en el hueco rectangular de un esquelético monobloque urbano, mirando correr desnudo a un pobre tipo que, de vez en cuando, levantaba la vista y me miraba, y me miraba, sin poder creer lo que veía y  vivía... 

Marzo 2004

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