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EL ROMANTICISMO DE HOY

César Rubio Aracil

España



¿Deseas ser romántico/a? Aprende entonces de la palabra. La palabra es mágica. Por eso mismo la Iglesia, pese a estar casi vacía de fieles y de vocaciones seminaristas, después de más de dos milenios de injusticias, de inquisiciones y de mentiras, todavía sigue en pie. La palabra tiene más fuerza que la fisión nuclear.

Si entendemos por romanticismo aquello en lo que mucha gente cree: estados melancólicos, enamoramiento sin freno, ensoñación con la rosa y el beso y demás movimientos anímicos, por lo regular perturbadores de las exigentes demandas cotidianas del momento, puede ser que el mundo esté plagado de sentimentales noveleros, aunque no de auténticos idealistas.

De considerar las principales características que maldefinen el romanticismo como: predominio del individualismo, del sentimiento y la pasión; del idealismo y del amor a la libertad sobre la razón y las normas, ¿dónde están los románticos de hoy? Individualistas y sentimentales apasionados claro que los hay, y no pocos. Y personas que desean romper con las normas establecidas por el poder y los Estados, podrían contarse por centenares de millones; pero no para ajustar sus pretensiones al ideal de un mundo mejor, en el que el individualismo tenga como razón de ser la extrema libertad, propia y del semejante. Porque el consumismo y el “sálvese quien pueda”, por ejemplo, o que “cada palo mantenga su vela”, es la nota dominante de nuestra conducta actual. Respecto al amor de pareja, qué decir de la tónica general, puesto que todos sabemos qué significado tiene hoy en día la relación íntima y sentimental entre los humanos. "Viagra", drogas y otros estimulantes (incluso entre la juventud) para poder funcionar mejor y que la frecuencia del acoplamiento sea máxima, entristecen el ideal del amor. En cuanto al creciente y actual deseo de ruptura con el clasicismo, ¿tiene acaso semejanza con el anhelo romántico del siglo XIX, en que se pretendía la revalorización de la Edad Media sobre el Renacimiento, amén del divorcio con el reduccionismo de Descartes y Newton, y de su alejamiento del arte? A lo que hoy aspiran numerosos poetastros y escritores de cuarta fila, no es al avance literario en función del divorcio de las letras con el academicismo que no conocen y que sí entendieron los románticos, ansiosos de liberalidad y del idealismo e individualidad que necesitaban para sentirse personas. Se trata más bien de comodonería ante el duro trabajo que representa conocer a fondo la gramática y el vocabulario, imprescindibles como herramientas para decir cosas, y además bien dichas. Pero se sigue hablando de romántico y romántica por el sólo hecho de adoptar un comportamiento lunático ante el amor. Del mismo modo podríamos referirnos a los pintores y artistas en general, esclavos del dinero y de los marchantes, galerías de arte y representantes varios, y cuya única rebeldía consiste en abrirse paso a puntapiés.

Los tiempos cambian; de eso no cabe la menor duda, y seguirán cambiando eternamente; por lo tanto, ser hoy romántico, o siquiera aproximarse al romanticismo característico de los españoles de los siglos XVIII y XIX, significaría una memez de no ser a muerte; con todas sus consecuencias. Y nada digamos del romanticismo francés, inglés y alemán, de los cuales tomó forma el nuestro, aunque con significativas diferencias. Podremos ser idealistas, apasionados, imaginativos, soñadores y todo lo que pueda recordar a nuestros citados ancestros, pero ya no es posible conjugar estas tendencias en el ideal por el que soñaron y batallaron ellos, a no ser con su mismo espíritu combativo. Tal vez, vacíos como estamos de nobles aspiraciones, añoremos muchos de nosotros otros tiempos. Esto sí que es posible, aunque no creo que viable la puesta en práctica de conductas tan ajenas a las exigencias de los poderes fácticos. La vida actual no se presta a los florilegios románticos. La única antología que admitimos es la que nos conduce a la festiva lectura y a la connivencia con los relatos intrigantes de fácil interpretación. Ser romántico no queda supeditado exclusivamente al embelesamiento ante una flor o, a veces, cuando las circunstancias nos exprimen el alma, a contemplar el cielo extasiados. Lo que tal vez sucede es que, ante la imposibilidad de conjugar en una definición exacta la variedad romántica ya dicha: idealismo, imaginación, desprecio de la norma y del academicismo; ansias de libertad y demás complejidades, nos quedamos con la temporal e improvisada selección de algunos componentes del romanticismo, dejando en suspenso sus auténticos valores. Aunque el momento presente incline a muchas personas hacia la singularidad esotérica, a cierto panteísmo de admirable concepción y a la añoranza, y en bastantes circunstancias al deseo de retorno a una vida natural, nuestro proceder dista mucho de parecerse al que algunas personas intentan emular de los románticos. Quizá una de las más próximas semejanzas con el romanticismo, en términos globales, haya sido el masacrado movimiento "hippye", que tuvo en jaque al poder terrenal durante un par de décadas. Batalla por las libertades, que quedó resuelta a favor de las minorías dirigentes en base a los hábiles artificios del poder en connivencia con la Iglesia. Pero ya, desde la Contracultura hasta nuestros días, el engaño consumista nos ha dejado a expensas del demonio del "cristoeuro" o del "cristodólar". No obstante, cabe aún la esperanza de que la sociedad pueda recomponer su convivencia en un plano de mayor justicia e igualdad. No será fácil, pero sí posible aunque algo utópico. Con la experiencia adquirida de la citada explosión libertaria (porque algo al menos tenía de romántica anarquía), sería posible que los hipotéticos nuevos dirigentes de una -también hipotética- futura movida universal tomasen en serio el romanticismo, con otro talante y con otras intenciones ajustadas a los nuevos tiempos, propiciándose entonces un cambio político a modo de la magnífica Revolución francesa.

¿A qué espera, pues, la machacada sociedad universal? ¿A que venga Dios a salvarnos? ¿Después de más de dos milenios prometiéndosenos gloria eterna a los justos? La gloria, aquí. En el más allá Dios sabe lo que habrá, si es que hay algo. Porque ni el cristianismo ni el islamismo ni religión o filosofía religiosa alguna nos ha salvado de vivir como auténticas alimañas. Sólo una verdadera rebelión romántica podrá liberar al mundo de las garras diabólicas: las Iglesias y las altas finanzas.

Augustus.

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