Jimena es ingeniera nuclear.
-Ah, ¿si? ¡Que inteligente!
En su trabajo es jefa de todos los empleados. Da órdenes y nadie se atreve a contradecirla. Es la jefa del departamento ¿sabes?
- ¿Y que suena mejor? -interrumpió MarÃa- ¿Ingeniero nuclear o ingeniera nuclear? Es que los feminismos me suenan mal, sÃ... ingeniera, fÃsica, médica, obrera...
-¿Tú que opinas?
- ¡Que va mujer! pero bueno, aunque aún suene mal, es conveniente que la gente se acostumbre. Claro que hasta hace poco tiempo no habÃa muchas ingenieras, médicas, albañilas...
-¡Exacto! es como las prostitutas.
-Si, no vamos a asustarnos si las llaman putas.
-Bueno, -continuó MarÃa- .Es como las putas. Ahora también hay hombres que venden sus servicios y se llaman putos ¿no?
-¡Claro! Si hay femenino en lo otro también es lógico que haya masculino en esto. La discriminación sexual es una especie de trampa para apretar tornillos a las mujeres. Supongo que es obvio.
MarÃa veÃa obvias muchas cosas desde que frecuentaba el bar de copas "Nomeolvides". En el local, podÃa encontrar compañÃa sin necesidad de preámbulos.
Era la primera noche que conseguÃa entablar una conversación de cierta envergadura, se preguntó, si serÃa admita entre aquellas dos amigas, sin que fuese demasiado palpable su soledad, su desconocimiento, y el vacÃo con el que pretendÃa llenar su tiempo libre demasiado largo. Jimena, la ingeniera, era una adulta teórica, oculta tras su aspecto juvenil que no era si no el resumen de un pelo demasiado corto, una delgadez extrema, como si ya su figura no se aclarase por ella misma, y un cierto aire de reivindicadora perenne. Obstinada en declamar textos aclaratorios.
MarÃa no podÃa mirarla por un extraño pudor que notaba siempre que se tropezaba con protagonistas. La admiración que Maife sentÃa por Jimena era la misma que podÃa justificar las sumisiones conyugales, las dependencias sicológicas y las jerarquÃas profesionales. Admirar es una forma de sucumbir y Maife sabÃa que sólo era un peldaño más en la vida de Jimena.
- Jimena y yo venimos todas las noches aquà -dijo- Maife es raro que nunca te hayamos visto.
-Es la primera noche que vengo tan tarde.
-¿Y a qué te dedicas?
-A nada. Precisamente este es mi problema. Acabo de llegar de Londres y ando despistada.
-¿Has vivido allà mucho tiempo?
-No mucho. Antes de irme ya no tenÃa trabajo. Por cierto ¿sabéis de algo en lo que pudiera trabajar? Me conformo con lo que sea.
-Quizá podamos encontrarte algo, ¿verdad Jimena?
-¿Y por qué vas tan maquillada? ¿Es un reclamo?
-¿Un reclamo para quién? Me gusta ir muy maquillada.
-Pues, para los hombres, no tienes que ocultar que eres una profesional. Con nosotras no hay competencia.
-Es que no soy prostituta.
-Solo las putas se maquillan asÃ.
-Bueno, pues entonces tú no eres ingeniera nuclear, solo los hombres pueden serlo.
Jimena se levantó bruscamente, como si hubiese encontrado a la persona que buscaba.
-¿Qué le pasa?
-No lo sé, -contesto Maife-. Si lo sabÃa, eran sus tÃpicos arranques de celos.
-¿VivÃs juntas?
-Si, pero no pienses que somos una pareja cerrada. Lo que pasa es que ella está nerviosa por problemas de trabajo.
-¿Es que los trabajadores se niegan a llamarla ingeniera?
Maife sonrió con ambigüedad. La sonrisa abierta era una traición a Jimena.
MarÃa iba demasiado maquillada, su voz estaba quebrada, pero daba confianza y a su lado sentÃa tranquilidad, nada tenÃa que ver con las crispaciones de su cotidianidad de vida en pareja. Pensó Maife, de las infidelidades de las que era objeto, en su sufrimiento oculto, en tiempos mejores cuando vivÃa una soledad libre que terminó cambiando por compañÃa carcelaria. No estaba dispuesta a seguir callada, y a pesar de todo, incluso del precio tan alto que pagaba por convivir con una mujer genial. La lógica estaba de su parte.
-¿Vives sola?-Preguntó a MarÃa-.
-Si.
-¿No has vivido antes con nadie?
-Si, con una mujer ¿acaso se nota?
-No, no -Maife dudó por momentos-,... Supuse que a tu edad ya habrÃas vivido con alguien. ¿No has tenido relaciones con hombres?
-No, pero quiero tenerlas.
-Yo vivà un tiempo con mi marido pero aquello era insoportable. No creo que pueda volver a convivir con un hombre.
-¿Por qué?
-No se, no se los porqués, se que no lo harÃa. Sencillamente no quiero repetir aquello.
Jimena se acercó a la mesa, dio un golpe en el hombro de Maife, un golpe no muy fuerte, pero si más fuerte de lo necesario, -dijo- sin mirar a MarÃa:
-¡Vámonos! se está haciendo muy tarde.
-Maife se levantó, inexpresiva, besó a MarÃa de modo convencional y dijo adiós haciendo un gesto con la mano.
MarÃa pensó que, después de todo, la noche habÃa merecido la pena. Era la primera prueba de fuego como mujer por la que pasaba. Tras su cambio de sexo en Londres. Y habÃa comprobado con cierta tristeza y algo de desaliento que el mundo seguÃa siendo el mismo, desde cualquier perspectiva o ángulo con el que se mirase.