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EL  SANTO  OFICIO


El día veinte y siete de octubre del año 1553. Seria sobre las dos de la tarden cuando el médico, astrónomo, geógrafo,  y astrólogo español era llevado hasta el campo de Champel. En una colina llamada campo del  verdugo. Preparaban un poste fijándolo firmemente a la tierra. Ataron al médico y pusieron en su cabeza una corona de ramajes con azufre.

-¿Cuál es  su última voluntad? preguntó el verdugo Fanel, lugar teniente de Calvino.

Miguel no contestó. Y su verdugo se volvió hacia la multitud allí congregada y les gritó:

-Fijaos bien en este hombre y comprobad el gran poder  que Satanás ejerce sobre las almas que posee. Este sabio, creyó enseñar la verdad. Pero cayó en manos de Lucifer. Cuidad que a vosotros no os pase lo mismo.

Cuando Servet vio la antorcha destinada a prender la pira de leña sobre la que estaba  atado al poste, se oyeron gritos de lamentos y aullidos de dolor pidiendo clemencia. La leña fue encendida. Sucedió que los haces que formaban el montículo estaban húmedos del rocío de la mañana y  verdes. Sopló un fuerte viento y las llamas se apartaron del poste.

Durante dos horas el ajusticiado y desgraciado médico de Villanueva de Sijena no dejaba de clamar y suplicar clemencia.

-¿Por qué -gritaba- no comprasteis leña seca, con las doscientas coronas de oro que me robasteis?

Y hubo almas caritativas  que fueron a buscar leña seca y la añadieron a la pira, para acortar el suplicio cruel al que estaba siendo sometido.

Al final de dos largas horas el  hereje español "poseído" por el demonio y su  diabólico libro "Chistiamismi restitutio" quedaron reducidos a cenizas que el viento se encargó de esparcir por el campo.

Miguel Servet había cometido, entre otros pecados, el más grave, de todos los pecados: descubrir la circulación pulmonar de la sangre.

La Santa Inquisición lo condenó a la hoguera.


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Una fría mañana del diecisiete de febrero del año 1.600. El fraile dominico Giordano Bruno. Fue quemado públicamente en Roma. La Santa Inquisición no admitió jamás sus afirmaciones:

-Las leyes naturales tienen un valor permanente, y  el Universo, por tanto debe ser investigado al margen de todo dogma.

-Las estrellas son  otros tantos soles que pueden ser dotados de sistemas planetarios.

-La tierra no es el centro del Universo y, además tiene movimiento.

-El sol también goza de movimiento propio: Simple rotación sobre si mismo.

-Creo en la existencia del  átomo, ladrillo del Universo, que es posible descubrir.

Ni  siquiera Copernico se había permitido semejante audacia. Y  el Santo Oficio quemó al gran sabio y filosofo.


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-Yo, Galileo Galilei,  hijo del difunto Vincenzo Galilei, florentino, de setenta años de edad, constituido personalmente en juicio y postrado delante de vosotros, eminentísimos y revendísimos cardenales de la República Universal Cristiana, inquisidores generales contra la malicia herética, y teniendo ante los ojos los  Santos y sagrados Evangelios, que estoy tocando con mis propias manos, juro que siempre he creído, que creo ahora y  que, con la ayuda de Dios, creeré en el futuro todo cuanto sostiene, predica y enseña la santa Iglesia católica y apostólica romana;  Pero como sea que este Santo Oficio me ordenó jurídicamente que abandonara completamente la errónea opinión  que sustenta que el sol es el centro del mundo y permanece inmóvil;  que la tierra no es el centro y se mueve; y como sea que no podía yo sostener dicha opinión, ni defenderla, ni enseñarla de cualquier forma que fuese, de viva voz o bien por escrito, y pese a habérseme advertido  que la mentada doctrina era contraria a la Sagrada Escritura, escribí e hice imprimir un libro en que trato  de esta doctrina condenada y aporto razones de peso en favor de la misma, sin añadir empero solución alguna. Por todo ello he sido juzgado vehementemente  como sospechoso de herejía, a saber: por haber sostenido y creído que el sol era el centro y se movía. Visto lo que antecede y queriendo desvanecer de la mente de vuestra eminencia y de todo cristiano católico esta sospecha vehemente concebida contra mi con razón, con corazón y fe no fingida, abjuro, maldigo, y detesto los susodichos errores y secta contradictorios a la citada Santa Iglesia; y juro que en lo sucesivo no diré o afirmaré, de viva voz o por escrito,  nada  que pueda autorizar contra mis semejantes sospechosos; y si conozco yo a algún herético o sospechoso de herejía, lo denunciaré a este Santo Oficio o al inquisidor o bien al  ordinario del lugar donde me encuentre. Juro, además y prometo que cumpliré y observaré plenamente todas las penitencias que me son o sean impuestas por este Santo Oficio; que si me ocurre que me desdigo de algunas de mis palabras, promesas, protestas y  juramentos -lo que Dios no permita-, me someteré a todas las penas y suplicios que, por los rectos cánones y otras constituciones generales y particulares, ha sido instituidas y promulgadas contra tales delincuentes. Así, pues, que Dios me ayude, lo mismo que sus  Santos Evangelios que estoy tocando con mis propias manos.


Yo, el ya nombrado Galileo Galilei, he abjurado, jurado y prometido y me he obligado según he dicho, en fe de lo cual, de mi propio puño y letra, he suscrito el presente quirógrafo de mi abjuración, habiéndolo recitado palabra por palabra en Roma, en el convento de la Minerva, este 22 de junio de 1.633. Yo, Galileo Galilei he abjurado como antes con mi propia mano.


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El  Papa Juan Pablo Segundo pidió perdón a todas las personas, públicamente, por los crímenes, guerras, asesinatos. Por los pecados de su Iglesia cometidos a lo largo de los siglos. Por el holocausto judío. Y  rezó ante el  Muro de las Lamentaciones, dejando su petición entre las gastadas piedras.

La  Santa Inquisición no existe. La hogueras se supone que tampoco... Ni los inquisidores.

Estamos en el año 2005. Y mueren millones de ancianos, mujeres, niños, y hombres. Inocentes, en todas partes de la tierra, víctimas de la guerras, del terrorismo, de las mafias organizadas del crimen. Otros son torturados hasta la muerte, por defender sus ideas, sus derechos, sus investigaciones en cualquier  campo.

Muertos, masacrados por integrismos, fundamentalismos islámicos. En el nombre de Ala. Por salvadores del mundo capitalista en el nombre de Dios. Por nacionalismos y guerras civiles, entre hermanos.

Por miedo a la verdad. A decir o escribir la verdad.

Este artículo tiene © del autor.

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