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"ANIKULA NAITI"

Ramón Fernández Palmeral

España



En mi viaje a Sidney y Perth acompañando al Dr. Wiliam Riopar como secretario particular, eminente arqueólogo, etnólogo, lingüista de lenguas perdidas... tuve una experiencia insólita.

Entramos en contacto con los aborígenes de un poblado en el desieto de Gibson, en Australiano Occidental, y las mujeres de la tribu no paraban de gritarme algo así como «anikula naiti», que no sabía lo que quería decir.
Me sucedió este caso, tremendamente insólito y chocante en 1985, que os voy a contar. En mi viaje a Sidney acompañando al Dr. Wiliam Riopar como secretario particular, eminente arqueólogo, etnólogo, lingüista de lenguas perdidas, bueno mejor sería decir la verdad, yo iba como guardaespaldas y acompañante, en una visitas de negocios, el nombre que le he puesto a mi cliente es ficticio para no revelar su verdader identidad, porque cuando trabajo me gusta mantener la confidencialidad absoluta.
Después de unos días en Sydney pasamos a la ciudad de Perth, los clientes del señor Riopar le invitaron a una excursión y visitar unas reservas de nativos de la zona central y desértica del condado de Leverton, en Australia, zona donde vivían aborígenes, la gente más fea, que yo haya podido encontrarme jamás, las mujeres son altas y grandes, no tienen formas, son de un negro chocolate sin leche y la nariz por lo general es como un pimiento morrón pegado a la cara. Para ahorrarme dilaciones en distracciones de ambientes, y saltarme aquel horrible viaje en jeep, sobre los polvorientos y rojizos carriles, y kilómetros de alambradas..., en fin que llegamos a ver una tribu, como nada, como quien quiere ver un tablao flamenco. Folclore puro.
Nada más bajar de los jeep con nuestros pantalones cortos y nuestros sombreros o quitasoles porque en el mes de diciembre allí es verano, el guía y traductor nos llevó a una especie de cabaña para presenciar una especie de boda o ritual de apareamiento entre aborígenes, donde se cambian cerdos por la novia, y eso sí cerdos godos y seleccionados. Son una raza fea, de nariz ancha y pelo a lo «afro» con huesos que lo decoran sin color definido. En cuanto me vieron las mujeres, ellas empezaron a gritar: "anikula naiti, anikula, naiti" una y otra vez, y me señalaban con el dedo. Cuando le pregunté al guía que me lo tradujera me quedé estupefacto, y comprendí la verdad de las circunstancias de cada cultura. Las mujeres aborígenes estaban criticándonos entre ellas, y más o menos decían: «¡Qué tío más feo». Para ellas yo era feo. Esto de la belleza masculina es algo relativo, una forma de ver, bien por modas, culturas o acostumbrarse a una piel blanca como la mía que raya los cristales.

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