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Selección de Poemas de Daniel Alejandro Gomez

Daniel Alejandro Gomez

Argentina



LÁGRIMAS EN LOS LABIOS

Lágrimas rojas en tus labios,
déjate llorar en mi boca.
Tu cobre desnudo huele a sol,
la sonrisa me sabe a luna...
Te derramas por mi cuerpo,
como ríos de sombras desbocadas.
Espero la sorna de los silencios;
ansío rarezas de los diálogos
de dulzores sexuales- féminos
argotismos
cautivando mis insomnios-.
Querrás arar en el mar.
Teñir de negro los mármoles.
Volar liviana en leve
vuelo de gorrión.
O cesar tu carne;
vestirte de estatua; quietud
sacra sobre la ondulada piedra.
Pero tienes mis venas en tu boca,
amas besos míos hasta en los ojos;
y también en los huesos fogosos
te desnudas para mis brazos.
Dos pétalos veo del bermejo
crepúsculo en tus pechos. 
Ahora, por ello, he de besar
sólo como la sangre besa;
y mis labios llorarán
el llanto de los tuyos.

 

DESNUDA CIUDAD

Las luces civiles, perros de ojos tristes
que lamen mi tristeza, canción
de nubes llorando ceniza, música
de lejanas praderas, gatos que miran
con miel untada de polvo. Te busco
cuando me busco. Te pierdo
cuando me encuentro. Canción
de calles solitarias, de voces neumónicas,
de labios que mendigan todos los besos
que los otros labios dejan de besar.
Rayaduras de cemento, respiración de metal,
tintineo de adoquines bajo mis zapatos.
Bailo con tu sombra hacia las sombras
que han meditado en mi pluma. Bailo
sombras, sonrío luces. Y mis ojos
duelen a gotas...
Canto de pueblos
que caminan cada cual en cada vereda;
gorrión que agita sus alas de jaula,
que te palpa los dientes dorados.
Él derrama nuestros bares
en la ansiosa memoria de la poesía.
Tienes todavía tu catártica piel de leche;
donde la luna se acuesta a dormir,
y mi cuerpo todavía está quemándose,
y mis silencios siguen callándonos.
Donde mis manos te han recorrido...
 
A ti: universo.


OLAS DE MUJER

He visto las espumas del mar
en su piel de nieve, la suave brisa
de las olas sangrando palabras
de labios rosados;
las yemas de sus dedos tocaron
mi esquivo cuerpo,
como si los horizontes inadmisibles me palparan;
y en sus ojos fluían cristales de sal,
llorándonos las cartas, intrépidas de amor.
Los dientes rieron como pálidas gaviotas;
en la breve lascivia de su vestido,
se inspiraba la desnuda púrpura del ocaso.
Digo que tuvo los ojos meridionales
como la sabia sombra de las aguas solitarias.
Yo besé el hambre blanda de su carne,
arena blanca que se burlaba
del hueco de mis manos.
Recuerdo que la mujer
dejaba nadar las pupilas por alta mar;
que luego volvían hacia mi mirada, ya cejadas
por la polar gelidez de sus párpados.
Las estrellas en las aguas de la noche.
Su alba figura
empapada de ondas de helado ébano.
Comprendo que el otro
la pudo amar mejor: debo dejarla ir.
También la luna se está muriendo en él,
en el mar; pero, ahora,
un perdido lirio de los jardines de Eros,
una flor de risas, de piel, de ojos
y ardiente verbo, de misteriosa belleza,
se ha arrojado a la oscura soledad,
y señala la extinta memoria
de la luna y de mí.

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