Nevaba sobre los pinos,
hace muchos años.
Los arados del tiempo
han surcado la piel, también el alma.
La tinta se moja en las lágrimas,
sobre todo en las que nunca
se han vertido- sufrimiento furtivo-;
en las que acaso llevan, blancas y espumosas,
los ojos de las nubes en el cielo.
Mis labios eran cosidos con hierro;
la palabra me quedaba quieta y frÃa de muerte.
Dieciocho años:
mayor de edad de la soledad.
Nieve pálida, llanto de plata,
sobre el plomo frÃo del cielo;
en los rÃgidos lagos del sur
como brillantes llanuras de diamante.
Veo todavÃa la plaza de mi juventud;
el frÃo intenso en la tibia excitación
de la carne.
Nevaba sobre los pinos en la plaza;
veÃa a los chicos, en el fuego de la compañÃa;
acercándose los leños de sus propicias soledades,
en esas hogueras frágiles pero emotivas.
Gotas de marfil en los ojos;
mis labios de acero gélido; los dedos
que tocaban en los sueños. Caminos
solitarios del animoso viento patagónico.
El sol de hielo asomando de repente.
Y yo volvÃa donde estaban todos.
Arrimaba mi chispa a la hoguera-
chispa secreta,
indescifrable, prieta de hierro y de acero
en los tÃmidos labios-.
Años que han pulido con bronce
a mi cuerpo, antes sonrosado de tristes ocasos.
Bajaba en viejos dÃas la nieve acuosa de Dios,
allá en el tiempo. En los recuerdos;
la chispa está en la hoguera; y yo busco
mis palabras en el cielo;
páginas, pues, escritas
de labios que sangran sus poesÃas
con el hierro y el acero empapados de tinta.