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EL VINO DE LOS POETAS

Artículo publicado en "Testimonio", Editorial Raíces, España

Pedro Fuentes-Guío

España



      Aquel escritor famoso, al anunciar que se había retirado de la bebida, manifestó contundente: "Si algún día noto que, a la hora de escribir, me falta la inspiración, sin ninguna duda volveré a beber".

      Más importante que el posible deterioro físico que produzca la bebida, deterioro que no es tal si se toma con mesura, es para el escritor su inspiración. Quizá por eso un elevado porcentaje de poetas, de escritores, en general, escriben con su copa de vino, de coñac o de güisqui delante. Y es que parece que uno de los grandes placeres del espíritu es la semi-embriaguez de los sentidos, no la embriaguez total, que priva del disfrute de las sensaciones inherentes al estado de euforia. A veces, leyendo un poema, un articulo literario, un ensayo o escuchando música, uno se siente transportado, como si el ego inmaterial flotara, lejos de la carga carnal, por los espacios etéreos. Esto, en mayor medida, le ocurre al poeta, al escritor, al músico en su momento de creación.

      En más de una ocasión nos hemos encontrado a un amigo eufórico, simpático, locuaz. Se había tomado unas copas. Su estado de felicidad es contagioso, su agudeza mental nos sorprende. Algo especial tiene este hombre, como si sus sentidos hubieran perdido las cadenas cotidianas, estuvieran en el estado de puertas abiertas, funcionando al máximo de rendimiento. Si el hombre, no siempre por los caminos adecuados, busca la felicidad, ésta es una forma de felicidad momentánea. Estos estados anímicos del hombre, quizá por el exceso de repetición, cabalgan a lomos de un sinfín de tópicos, que han llegado a ser tales por su tradicional manoseo, como "ahoga sus penas en vino" o "bebe para olvidar". Algo le ocurre al espíritu del hombre, sin duda, cuando el hombre bebe.

      Tratemos de armonizar, por unos instantes, las dos semi-embriagueces de los sentidos, la del vino y la de la creación poética, en una misma persona, en el escritor que está pariendo un poema, porque eso es un parto, y a veces doloroso. Esta conjunción de sentidos desplegados. de sensibilidad en punta de vivencias, que pueden armonizar la inspiración y los efectos de una copa, desembocan, en nuestro mundo de deducciones, en la posible genialidad creadora. Esto explica que, por inercia, por un instinto imposible de reprimir, la mayoría de los poetas y escritores beban, como si el licor fuera el sacacorchos que puede destapar el frasco de sus mejores esencias literarias.

      Cuando me he parado ante un viñedo, y he mirado con éxtasis los racimos dorados, un interminable camino de lucubraciones han dado vueltas en mi mente, como un tiovivo de colores, trazando efectos y consecuencias. Las uvas, relucientes, preñadas de sol, se me han antojado odres llenos de efectos vivificantes, de condimentos para inspiraciones poéticas. Y el camino, laborioso y materialista, que lleva sus efectos hasta una copa, han pasado fugaces, en giro vertiginoso, situándose en la plataforma creadora del poeta, de ese ser distinto, sensibilizado en el momento de volcar sus versos sobre una cuartilla en blanco. Las consecuencias, un poema genial, o varios. ¿Qué tiene el vino de los poetas? Lo mismo que el de los demás seres humanos. Lo que ocurre es que el poeta, su sensibilidad, que le hace gozar y sufrir en medidas extremas, es campo abonado para los efectos etílicos, que dan rienda suelta a sus sensaciones, obligándole a vomitarlas perfumadas -versos, versos, versos...-  fuera de una copa, nunca dentro.

      Perdonad que no siga, pero mi copa está vacía, y la botella también. 

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