Cierto dÃa iba la arpÃa volando. La arpÃa estaba muy contenta y fue a casa de la lechuza, al llegar se sentó y le dijo:
-Hola lechuza como estás:
-Muy bien, gracias, ¿Qué te trae por aqu�
-Vine a decirte algo. Ayer me encontré esta piedra que brilla y te la traje porque ya que tú eres tan sabia me podrás decir de que tipo es.
La lechuza la observó, la examinó, y después de un rato dijo:
-Es un pedazo de oro.
-Ya sabia yo, como no lo supe antes si todo lo que brilla es oro .- DecÃa la arpÃa contenta.
-Siento desilusionarte amiga, pero a veces todo lo que brilla no es oro.
-No, nada de eso, es más, te voy a demostrar que todo lo que brilla si es oro. Responde, ¿El diamante brilla?
- SÃ, pero...
- Ves amiga mÃa, también otras cosas que brillan son los lingotes, las pepitas, los rubÃes y otras piedras preciosas y son valiosas como el oro.
La lechuza y su amiga siguieron discutiendo todo el dÃa. Al llegar la noche la arpÃa se fue y la lechuza se quedó pensando como darle una lección.
A la mañana siguiente fue a casa de la arpÃa. Al llegar la llamó y le dijo:
-Amiga arpÃa ayer vi en lo alto de una montaña una bola grande y brillosa en el cielo y pensé que te gustarÃa cogerla.
-Claro que sÃ, dime donde esta la montaña.
-La lechuza le explicó donde estaba la montaña y como la arpÃa era de pocas entendederas no se dio cuenta que era el sol.
La arpÃa se paso todo el dÃa pensando como lo iba a bajar, pues si era tan grande...
Por la madrugada subió a la montaña con una soga en el ala para amarrar a la bola brillante. Pasado un rato salió el sol.
-¡Oh la lechuza no mentÃa, si parece un lingote de oro grande y redondo!
La arpÃa comenzó a volar para coger al sol y en los ojos se le veÃa la ambición.
La lechuza que la observaba desde abajo decÃa.
Ay tonta arpÃa, mira que no darte cuenta que lo que brilla es el sol.
Al llegar la arpÃa lo fue a tocar y se quemo las alas y como no podÃa volar empezó a caer. La lechuza rápidamente preparó un colchón de pajas para que su amiga no se golpeara. La arpÃa cayo en las pajas y la lechuza la llevo a su casa y le vendo las alas. La arpÃa curiosa le pregunto.
-¿Qué es eso brillante que quema tanto?
-Eso es el sol.
-¿Como, yo toqué el sol?
-SÃ
-¿Y por qué me mandaste?
-Para que vieras y aprendieras que todo lo que brilla no es oro.
-SÃ pe....
-No discutas más, acepta que te equivocaste.
-Si ya sé que me equivoqué.
Asà fue como la arpÃa aprendió que todo lo que brilla no es oro.
RaulÃn es un niñito que ha visto correr dos primaveras ante sus grandes y expresivos ojos, de un negro mar de noche con todas las estrellas bailando dentro y que si le preguntan _ ¿Cuántos años tienes? Estira mucho dos dedos gordezuelos, casi siempre con recuerdos de algún caramelo en ellos y responde muy orgulloso con ese gesto. Es vivaracho, alegre, parece un cascabel nuevo, alpinista descubridor de mundos secretos y no sé cuantas cosas más.
Vive en una casa blanca alegre rodeada de bien dispuestos jardines. Su abuelita lo cuida más que a sus jazmines y la su rosa amarilla, que de puro bonita rivaliza con las mariposas.
Un dÃa en que fatigado de tantos descubrimientos, encaminó sus aún algo inseguros pasos hasta el patio, su lugar preferido para el descanso, sucedió algo que voy a contarles ahora. No bien estuvo allÃ, después de mirar a su alrededor por breves momentos, se sentó sobre la fresca hierba, mientras que el aire más suave del mediodÃa
jugueteaba con sus brillantes rizos negros; asà estuvo un rato, hasta que los inquietos ojos fueron atraÃdos por un casi imperceptible movimiento en una de las muchas macetas con flores que adornaban aquel patio, algo se movÃa en una de ellas, fijó su vista y no habÃa pasado mucho tiempo cuando vio saltar del borde de una maceta un hombrecito, pequeñito, pequeñito cómo no habÃa visto otro antes. Tan pequeño era que cabÃa en una de las manos del niño; Caminaba dando saltitos y la ropa parecÃa quedarle un poco grande pero lo que más llamaba la atención era su risa, pues se reÃa a grandes carcajadas dando la impresión de estar muy alegre. Asà entre salticos y carcajadas
fue acercándose al pequeño, quién lo miraba entre asombrado y divertido, hasta que contagiado con su risa rió también, para ése momento ya el hombrecito estaba a su lado, bastarÃa con estirar uno sólo de sus dedos para tocarlo, pero prefirió quedarse quietecito
para ver que sucedÃa. Porque habÃamos olvidado decirles amiguito que RaulÃn era un niño muy valiente que no temÃa a nada, como deben ser los niños.
_ Hola amigo, ¿Cómo te llamas? Preguntó el hombrecito dejando de reÃrse por primera vez.
_ RaulÃn dijo el pequeño quién a su vez le respondió con otra pregunta, ¿Y tú cómo te llamas?
_ Ja, ja., je, je, ji. ji, volvió a reÃr el hombre pequeñito, - mi nombre es Din Dón y soy amigo de todos los niños- sabes vivo allà en esa maceta._¿Quieres que seamos amigos?. Mientras esto decÃa no cesó de dar saltos ni un sólo instante, si quieres ya verás que bien la pasamos, ¿por qué sabes una cosa? No hay nada que yo ignore que no sepa a la perfección. Sé hacer cuentos, conozco dónde viven las hormiguitas, dónde duermen las mariposas y muchÃsimas cosas más, que tal vez te pueda gustar conocer también, por lo pronto vayamos hasta el mango que da mucha sombra y allà estaremos más a gusto.
Efectivamente al final del patio se erguÃa orgulloso como rey en su castillo un hermoso árbol de cuyas ramas pendÃan sus sabrosos frutos, además de brindar una sombra fresca y perfumada tentadora al descanso, hacia allà se dirigieron los recién estrenados amigos, el niño divertido y algo asombrado miraba todo lo que Din Dón hacÃa, quién se movÃa dando sus acostumbrados saltos, para aquÃ, para allá. No bien hubieron llegado comenzó a contarle un sin fin de historias por cierto muy alegres y divertidas todas. Pronto no estuvieron solos, cosa que claramente agradaba a Din Dón, quién entonces se esmeraba más relatando sus cuentos y al final de cada uno de ellos
daba unas cabriolas que hacÃan reÃrse hasta las mismas hojas del majestuoso mango.
El Sinsonte que se encontraba posado en una de sus ramas lo premiaba con algunos de sus mejores trinos, las flores todas se mecÃan en señal de contento y aprobación y el viento juguetón lo envolvÃa en sus frescos brazos para después quitarle el sombrero durante breves momentos y RaulÃn ni qué decir reÃa y aplaudÃa a más no poder disfrutando de aquel concierto de amistad y buena compañÃa.
Din Dón se esmeraba más y más en el relato de sus interesantes historias, todas nuevas para el pequeño, entre ellas la del Sapo Manolón y su esposa Doña Rana Manuelita; el cuento del Por qué La Lagartijita Mocha habÃa perdido parte de su cola, El por qué Bella Rosa, la rosa amarilla que era orgullo de la abuela, por vanidosa dejó de recibir las visitas de sus amigas las abejas y hasta las mariposas.
Asà entre cuentos, cabriolas, trinos, risas, historias y más historias, el tiempo pasó corriendo, cual chiquillo travieso, dejando sólo en el aire el perfume de sus juegos.
De pronto RaulÃn sintió que su cuerpo era levantado con mucho cuidado y sus mejillas prisioneras de un beso, con asombro inmenso abrió sus ojos, parpadeó un instante, miró a su alrededor buscando, pero no, increÃblemente el hombrecito no estaba y lo más sorprendente de todo era que estaba en los brazos de su papá, quién lo apretaba fuerte contra su pecho, para un momento después, separarlo un poco y mirándole la carita preguntarle mitad en broma mitad en serio. _ ¿A ver que hace mi dueño dormido aquà en el patio?
Mirándolo sorependido el niño respondió_ No papi, RaulÃn no estaba dormido.
Alrededor hubo un revuelo, cómo de cosas que recuperan su sitio, advertido el niño miró hacia las macetas, y pudo ver como Din Dón, detrás de las flores de su maceta lo saludaba con su sombrero.
Y colorÃn, colorán, mi cuento nuevo, mi primer cuento ya te he contado.
Ileana Corvisón Menéndez, 1987