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Cultura en Argentina (XL): El silencio de las sirenas

Carlos O. Antognazzi

Argentina



Iniciando su campaña para octubre, Cristina Fernández le dijo en Rosario a Kirchner, su esposo: «Usted es un punto de inflexión en la historia de los argentinos. No somos protagonistas, ni usted ni yo ni nadie. Somos apenas instrumentos que toma la historia para hacer cumplir su designio y voluntad. Tal vez el mérito sea hacernos cargo de esa historia, de esa voluntad y de ese destino común de los argentinos» (citada por Fernando Laborda en El futuro de Cristina Kirchner. La Nación, 16/09/05, p. 09).

Cultura en Argentina (XL):

El silencio de las sirenas

Iniciando su campaña para octubre, Cristina Fernández le dijo en Rosario a Kirchner, su esposo: «Usted es un punto de inflexión en la historia de los argentinos. No somos protagonistas, ni usted ni yo ni nadie. Somos apenas instrumentos que toma la historia para hacer cumplir su designio y voluntad. Tal vez el mérito sea hacernos cargo de esa historia, de esa voluntad y de ese destino común de los argentinos» (citada por Fernando Laborda en El futuro de Cristina Kirchner. La Nación, 16/09/05, p. 09).

Frase curiosa. Para la esposa del Presidente existe un camino ya trazado, un destino, al que nada ni nadie puede torcer, y al cual hay que plegarse. El mérito de nuestro paso por el mundo no sería más que acatar lo que nos pasa ó, por caso, poner la otra mejilla para que nos sigan golpeando los que consideran que su destino es vapulear a los demás. Para la señora de Kirchner el destino no se construye. Cabría preguntarse entonces para qué tanto gasto en campañas políticas, tanto desgaste, tanta crítica hacia dentro y afuera si todo al final no sirve para nada. Menos mal que en otros países, como Finlandia, la clase dirigente, consolidada por la población, hace 35 años consideraron que el país no tenía porqué seguir siendo agropecuario y modificaron a gusto ese “destino”: hoy Finlandia no tiene pobres, la población es culta, lee y estudia. Son prósperos. La comparación entre una actitud y otra permite, en principio, comprender que si bien hay quienes aceptan graciosamente «el designio y la voluntad» de la Historia, hay otros que lo moldean en su propio beneficio y se construyen a sí mismos. Y salen victoriosos.

Elegir lo peor

La sentencia de Cristina Fernández da que pensar. Con sinceridad ya había planteado, en otro discurso, que hace años Kirchner le había manifestado que «necesitaba ganar mucho dinero para poder ser Presidente». Es decir, no para ayudar a la población, disminuir la pobreza, incrementar la educación, sino para ser Presidente. Maquiavelo no lo habría expresado mejor: la buena voluntad, la ayuda, son cosas que sirven en tanto (y sólo en tanto) produzcan poder. El poder (ser Presidente) es lo único que verdaderamente importa. Qué curioso que la ciudadanía apoye estos desatinos. ¿Pueden interpretarse de otra manera estas frases?

Salvando las distancias, Adolf Hitler, antes de ser el Fürer, fue un pintor fracasado que entró en la milicia sin muchas luces y que escribió un libro transparente sobre su megalomanía: Mein Kampf. En él, con claridad y honestidad, describía a los judíos y decía qué es lo que había que hacer con ellos. Nadie lo tomó en cuenta, pero años después, cuando se erigió el Tercer Reigh, llevó a cabo lo que había escrito. Entonces sí, el mundo se horrorizó (algunos, ciertamente, con una llamativa reticencia que sigue hasta nuestros días).

¿En qué se diferencian las anécdotas? En que Hitler entendió la Historia como un proceso en que el ser humano tiene participación para cambiarla, y que Fernández la entiende como un hecho consumado. ¿En qué se asemejan? En que ambos dijeron su pensamiento y, hasta donde conocemos, a ninguno se les reprochó la mediocridad y/o falta de ética del mismo. Esto habla, entre otras cosas, del tipo de sociedad que tenemos: acomodaticia, cursi, novelera. Importa más un Maradona balbuceando sensiblerías en cámara para recuperar a la cornuda de su mujer que un César Milstein que tuvo que emigrar del país luego de la fatídica «Noche de los bastones largos». Esa capacidad que tenemos los argentinos de elegir siempre lo peor hace que, poco a poco, estemos un poco peor. El tema casi excluyente en los últimos días era si Tinelli iría o no al programa de Maradona, en el mismo horario y otro canal. «Vendrá porque es buena gente», sentenció un Maradona circunspecto. Claro que la seriedad pronto sería picardía cuando se jactó de haber cometido con la mano el gol contra los ingleses «porque quise hacerlo así».

Punto de vista

Ahora, de pronto, los discursos han cambiado. Ya Duhalde no es el narcotraficante que era hasta hace un mes, ya no hay complot contra el Presidente, ya Kirchner no recibió «un país quebrado, un país fundido». La misma Chiche Duhalde ya no critica a sus opositores, sino que se limita a remachar la liturgia peronista y a los problemas concretos de la provincia de Buenos Aires. Al menos en un sentido verbal: aún no la han elegido para que se dedique en cuerpo y alma a su trabajo. Cristina Kirchner, por su parte, que comenzó con un discurso presuntuosamente intelectual, seudo académico, ahora incorpora un lenguaje más directo, cosa de que las masas también lo entiendan. No es bueno que el peronismo sea de “elite”, pero la señora sigue ostentando, impúdica, su Rólex de varios miles de pesos.

En un capítulo anterior recordé al personaje de Mamadoc, en la novela Cristóbal Nonato, de Carlos Fuentes, que ilustra esta situación típica del tercer mundo: el Gobierno, procurando que los electores no cambien de líder, inventa a Mamadoc, una especie de Frankenstein que porta joyas para ser reconocida como una igual por las clases pudientes y deambula descalza para que las clases marginadas experimenten el mismo sentimiento de cercanía. La orfandad de los unos siempre termina siendo el alimento de los otros. El ciclo de la hipocresía se cumple al pie de la letra, en literatura o en la vida real.

¿Qué determinó este cambio de actitud? En primer lugar, lo que las encuestas desnudaron sobre el enfrentamiento. Tanta barbarie alejaba a los indecisos hacia otras corrientes un poco más racionales. Cuando el peronismo lo comprendió, decidió cambiar de actitud. Las cosas tendrán que cambiar para que todo siga igual, decía el Gatopardo. En la Argentina el peronismo lo cumple. Los demás partidos, en tanto, se lamentan por el cambio, que una vez más les aleja algunos votos. Tendrán que esforzarse para recuperarlos.

Cosa extraña, fue Duhalde quien gobernó mediante encuestas. Ahora Kirchner hace lo mismo, pero lo fustiga. ¿Hasta dónde no se equipara con Duhalde si esgrime la misma estrategia? ¿En qué se diferencian los discursos? En el punto de vista: yo tengo razón y el otro está equivocado. Pero ambos contendientes utilizan el mismo “argumento”. ¿Entonces? Una vez más la ciudadanía tendrá que elegir no por la racionalidad de los planteos o por la viabilidad de los proyectos de largo plazo, sino por el estómago o la piel. Diría Doña Rosa: «Voto a Fulanito porque es simpático». Es inútil explicarle que Fulanito es un crápula que sólo desea lucrar con el cargo para devolverle a las empresas que lo apoyaron el dinero que invirtieron en la campaña y, de paso, hacerse de un colchón que le permita pasar “dignamente” la vejez.

Visión sesgada

En Estados Unidos Kirchner fustigó nuevamente al FMI. Al mismo tiempo, es el Presidente que más ha pagado la deuda. Es cierto que este comportamiento no es necesariamente contradictorio: se puede criticar y pagar porque no queda otra opción, por ejemplo. Lo cortés, al fin y al cabo, no quita lo valiente. Pero hay dudas que generan suspicacia. Kirchner se ufana de sus críticas al FMI. Es el tono de su discurso lo que hace sospechar que las críticas son para entrecasa, para la gilada, y no para afuera. De hecho, afuera no se inquietan por los dichos de Kirchner: cobran y a otra cosa. Puertas adentro algunos aplauden la “valentía” del Presidente para con el Fondo. Puertas afuera nadie sabe dónde queda Buenos Aires. Tampoco les interesa, ciertamente.

Es decir que uno puede sospechar que Kirchner elabora un doble discurso a partir de la jactancia. Si Kirchner criticara al FMI y se lamentara, simultáneamente, de que paga porque está presionado a hacerlo, otra sería la historia. Pero Kirchner no lo dice, y ese silencio escandaloso es lo que desnuda su estrategia de mercenario. La opereta tiene libreto y actor. Y espectadores, lamentablemente, que toman como verdad la parodia de un discurso preparado para endulzar el oído de las masas.

Ya anteriormente Kirchner había caído en la jactancia cuando anunció que tenía «un as en la manga», y que si lograba lo que tenía pensado con los chinos sería «Gardel». La realidad demostró que los chinos fueron más inteligentes que los argentinos con los que hablaron, y que todo quedó en una ambigua «carta de intención». ¿Alguien sabe qué supuso esa carta? ¿Hubo algún acuerdo? En su momento de gloria (noviembre de 2004) Kirchner hasta sugirió que los chinos pagarían la deuda externa argentina, liberándolo a él (y a nosotros) de la responsabilidad adquirida. ¿Desembolsaron algo los chinos?

La tragicomedia sigue su curso. Y nadie recuerda los yerros pasados, las bravuconadas, las promesas incumplidas, la transversalidad. El olvido es el peor enemigo de la democracia, porque permite la obscena repetición de la barbarie.

Acostumbrado a ver donde el común de las personas no veía nada, un día Kafka se preguntó si había algo más terrible que el canto de las sirenas. Y se respondió que sí: su silencio (cfr. Relatos completos, II. Editorial Losada, Buenos Aires, 1981. p. 150). El aporte de Kafka es sugestivo, y su verdad indirecta iluminó un mundo hasta ese momento acorazado. ¿Por qué, ciertamente, no pensar que el silencio puede ser más opresivo que el canto? ¿Por qué no pensar que lo que nos parece natural puede ser sólo una sombra de lo normal, su cáncer, digamos, su más baja representación? Al fin de cuentas Platón lo señaló mucho antes.

Es probable que si por un momento adoptamos el punto de vista de Kafka, libre de ataduras y dogmatismos, comprendamos entre otras cosas que la política, tal como la vivimos, es una burla, y que en nosotros mismos anida la capacidad de ver de otra manera. Y hacer, en consecuencia.

© Carlos O. Antognazzi.

Escritor.

Santo Tomé, setiembre de 2005.

Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, República Argentina) el 23/09/2005. Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2005.

Este artículo tiene © del autor.

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