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Hora de salida

脕ngeles Charlyne

Argentina



“La ciudad es como una boa constrictor, todo lo traga y alguna vez lo digiere” pens贸 Ru铆z, cuando abandon贸 el edificio de oficinas donde trabajaba. Hasta el ascensor, que se arrojaba sin frenos veinte pisos abajo, era una suerte de c谩mara, donde los indefensos pasajeros, ni siquiera se miraban unos a otros, antes de ser devorados por la noche incipiente en una llamarada de luces arrojadas por los carteles de ne贸n. El escenario fantasmal del todo se puede, menos vivir.
Ru铆z se refugiaba en la lustrosa barra del bar, antes de emprender la retirada. Es que para 茅l se trataba de una retirada de esa guerra imaginaria, cada d铆a imaginada, donde resist铆a las infinitas formas de la intolerancia. Donde se demoraban aquellos que buscaban destinatarios para expiar sus propias culpas.
Hab铆a cultivado el anticuerpo del silencio y aprendido, de los gatos, el deslizarse sigiloso ante la agresi贸n desatada.
La estrategia le dio resultados, pero a un costo elevado. S贸lo medido por 茅l, en la m谩s rigurosa y espartana soledad.
Berm煤dez, le entreg贸 casi a la salida, la gota que faltaba. -La cuenta de Mart铆nez, se cierra el lunes. Hoy es viernes. Se te acab贸 el tiempo, salvo que en estos dos d铆as lo arregles -le dijo como al pasar, en realidad pas贸 por su lado para notificarle su defunci贸n. Si se ca铆a la cuenta de Mart铆nez, su vida en la empresa ten铆a los d铆as contados.
Febrero era una fragua. Decidi贸 que era buen tiempo para beber un trago en la grata compa帽铆a de si mismo. El espejo oval del “Yesterday” le permit铆a comprobar que ese flaco, ligeramente barbudo, la corbata desarreglada que lo miraba, ten铆a suficiente silencio para los dos.  
Pati帽o, due帽o de la barra y los tragos, nada le pregunt贸, cuando desliz贸 la copa sin hielo.
Ru铆z tomaba el whisky puro. El hombre rehuy贸 la confidencia. Ni siquiera le mereci贸 un segundo de atenci贸n el empate de Boca, que ya desluc铆a todo el oro ganado hac铆a meses.
Crey贸 que algo se le pod铆a ocurrir, aunque secretamente pens贸 que lo mejor para 茅l era que siguiera sin que se le ocurriera nada, por salud claro. Se ri贸 para adentro y pens贸 con cierta nostalgia que se hab铆a obligado por todos, demasiado tiempo. Se encogi贸 de hombros.
Cuatro copas despu茅s segu铆a sin siquiera preguntarse que iba hacer. Algo lamentable para un hombre sin futuro, en un pa铆s sin futuro y en una ciudad sin futuro.
No lo pudo resolver. Sali贸 a la calle detuvo un taxi, de esos que forman parte de la tropilla de radio, que se enlazan como extra帽os confidentes de caminos desconocidos, para pasajeros desconocidos. El conductor mir贸 desganado por el espejo retrovisor.
La ciudad le quita a los protagonistas hasta las ganas de ser. Esto a veces sirve para salvar una vida. La distracci贸n estira los espacios.
Luego de darle la direcci贸n, Ru铆z se dedic贸 a mirar las r谩fagas de luz que aumentaban junto con la velocidad del taxi. Viajaba m谩s r谩pido de lo aconsejable y del gusto de Ru铆z. La avenida era un pa帽o gris, liso y tentador. El pie derecho sucumbe cuando de acelerar se trata y no siempre la acci贸n  y la decisi贸n van juntas y en armon铆a.
La intersecci贸n con la avenida m谩s ancha del mundo, pareci贸 no ofrecer obst谩culos. Ten铆an luz verde que los habilitaba. La moto Guzzi que apareci贸 de la nada se atraves贸 tarde y sin frenos. El casco, luego el cuerpo y m谩s tarde la moto, trazaron la perpendicular del desastre. Las frenadas, colisiones, sirenas y gritos, abrieron el recital de la desgracia. Ru铆z estaba perplejo, el chofer del taxi buscaba justificativos por supuesto en la responsabilidad del otro que yac铆a  a cincuenta metros, desmadejado.
Sigui贸 al chofer y a la gente para ver que ocurr铆a cuando no era nada dif铆cil imaginar que hab铆a sucedido. Una rueda de la moto segu铆a girando casi disconforme con el destino. Cuando llegaron ya una ambulancia que elud铆a escollos humanos y de los otros, estacionaba y diligentes, los socorristas, buscaban v铆ctima y explicaciones. Cuando Ru铆z se quiso acordar, el taxi y el taxista ya no estaban.
El m茅dico jefe, severo, se lo qued贸 mirando. Ru铆z se preguntaba como sab铆a que 茅l viajaba en el auto. Alguna cara de culpable lo delatar铆a, entre tantas caras supuestamente tan culpables como la suya.
Acept贸, intrigado, dar las explicaciones y subir a la ambulancia, acosado por la misma duda. El hospital abr铆a sus fauces blancas y se los trag贸 de un bocado. La camilla y el cortejo recorrieron pasillos y el viento de las puertas vaiv茅n, oxigenaba la falta de 茅l. Le indicaron que aguardara y se qued贸 con las pertenencias del herido, olvidadas por los m茅dicos en el apuro. El calor fue m谩s que la tensi贸n y se adormil贸 con ayuda del alcohol consumido antes.
Alguien le sacudi贸 los hombros, y un m茅dico con m谩scara verde y manos en alto, en tanto le quitaban el guardapolvo tambi茅n verde,  murmuraba sonriente y aliviado -lo salvamos, la verdad es que este chico se salv贸 de milagro.
El desfile de enfermeras y ayudantes indic贸 que abandonaban el escenario, en este caso el quir贸fano. Curioso, not贸 que nadie se le aproxim贸 para decirle nada y menos para preguntarle. Lo mejor era esperar. Pasado un tiempo, en verdad prolongado, decidi贸 mirar las pertenencias del herido  “Reinaldo Mart铆nez”  rezaba la tarjeta que inclu铆a direcci贸n y tel茅fono. Indeciso mir贸 a ambos lados del pasillo. La cabina  telef贸nica brillaba en tonos verde y celeste. Llam贸. Una voz adormilada de hombre, quiso enterarse y la penumbra del sue帽o desapareci贸, a medida que ingresaban los detalles que Ru铆z suministraba. La urgencia y el compromiso viajaban a lo largo de la l铆nea telef贸nica.
Mart铆nez padre, lleg贸 angustiado y tom贸 a su cargo las diligencias necesarias. Ru铆z sentado en un banco de madera, lo miraba, no hab铆a tenido tiempo, tampoco que alguien lo interrogara. M茅dicos, polic铆as y funcionarios, resolv铆an los datos que consignar, sin tenerlo presente. Ru铆z de todas maneras no se molest贸 mucho por eso. Un tiempo prudencial despu茅s decidi贸 que era hora de marcharse. Al parecer nadie consideraba necesario consultarlo y quiz谩s ni su presencia.
Se irgui贸 en el mismo momento que Mart铆nez padre se perd铆a rumbo a la sala de terapia intensiva. Se encogi贸 de hombros. “Son tiempos de confusi贸n” se dijo. Al abandonar la explanada, ni rastros de la ambulancia encontr贸.
Detuvo otro taxi, vio que el hombre era mayor y lo tranquiliz贸 la esperanza de un viaje sin sobresaltos. As铆 fue. El lunes por la ma帽ana lleg贸 a su oficina. Berm煤dez le sonri贸 torcidamente.
-Mart铆nez llega en una hora- , le avis贸 como la sentencia y la condena. Se lo qued贸 mirando. Ocup贸 su lugar y volvi贸 a recibir los cargos y las cargas propias de cada d铆a que reun铆a las frustraciones cotidianas de sus compa帽eros. Se enfrasc贸 en el informe que diariamente confeccionaba antes de iniciar las gestiones pautadas.
El timbre asordinado de su escritorio zumb贸 para avisarle que lo esperaban en la sala de direcci贸n. Cuando lleg贸 luego de sortear las burlonas sonrisas de los otros, encontr贸 a Berm煤dez, el due帽o de la empresa Mac谩n, otros ejecutivos y los representantes del cliente que los abandonar铆a, seg煤n el anuncio agorero de Berm煤dez del viernes. El hombre que le daba la espalda al entrar, seguramente ser铆a Mart铆nez.
-Pase, tome asiento Ru铆z, queremos que participe. El se帽or Mart铆nez nos inform贸 -a Ru铆z el coraz贸n le dio un vuelco-, que continuar谩 con nosotros porque dice que es la mejor agencia que ha conocido y que su diligencia y preocupaci贸n son la mejor garant铆a para permanecer con nosotros.
El tono del due帽o de la empresa Mac谩n, rezumaba satisfacci贸n. -Se帽or Mart铆nez -agreg贸 -le present贸 al oficial de cuentas Ru铆z.
-Mucho gusto -dijo Mart铆nez girando en su silla e irgui茅ndose para saludarlo. Ru铆z se dio cuenta que era el padre del motociclista accidentado. Lo curioso es que no se mostr贸 sorprendido de verlo ni siquiera de descubrir la relaci贸n. Se mantuvo imperturbable. Mientras los hombres se estrechaban las manos, not贸 el pecho henchido de Mac谩n, una sonrisa nueva, casi amable en Berm煤dez y un silencio respetuoso del resto. Mart铆nez lo tom贸 de un hombro y dirigi茅ndose a nadie en particular apunt贸 -驴Ru铆z puede acompa帽arme a la salida?
-Naturalmente -acot贸 Mac谩n. Salieron. El ascensor los llev贸 raudo hasta la calle. Ru铆z segu铆a expectante. El silencio de Mart铆nez, era casi afectuoso.
Se detuvieron en la d谩rsena de acceso al estacionamiento. Ru铆z segu铆a decidido a mantener el silencio. -Mi hijo est谩 bien, gracias a usted -fue su 煤nico comentario. Ru铆z inclin贸 la cabeza cort茅smente. -Se va a recuperar -agreg贸 Mart铆nez pensando en voz alta.   
-No se preocupe -agreg贸 palme谩ndole la espalda -a veces el tiempo llega antes -agreg贸 dicho que no agreg贸 nada a la comprensi贸n de Ru铆z.
Cuando la comitiva se dispon铆a a abordar los veh铆culos que la trasladar铆a, una ambulancia blanca y verde se desliz贸  para detenerse ante 茅l. El vidrio polarizado descendi贸 y el m茅dico de la mirada penetrante que lo trasladara esa noche, le hizo una se帽a. -Cuando se acepta lo inevitable y la raz贸n nos da la espalda, s贸lo la nobleza obliga y la grandeza ocupa su lugar-.  Ru铆z no contest贸; su mirada interrogativa quer铆a s贸lo decir 驴qui茅n es usted? El hombre sonri贸 a medida que el vidrio ascend铆a lentamente, -A veces hay que estar donde se debe estar y decir lo que se debe decir -fue su despedida.
El vidrio se cerr贸, la ambulancia parti贸 silenciosa. Lo extra帽o fue que la verja de entrada no se abri贸 y ella desapareci贸.

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