Esa frase, que le pone rojo a nuestra Libreta de Notas, y hasta podría motivar que nos jalen de año, puede servir, sin ser exagerados, para calificar la terrible indisciplina y el desorden organizado que existe en el Perú y quizàs en muchos paìses de Latinoamèrica en todos los niveles. O si no démosle una mirada a la base fundamental de nuestra  sociedad, y veremos que hasta nuestras familias son reducidas al polvo por la  desintegración, y la desnaturalización más espantosa. Y puede ser eso así, por que en  la educación, que dicho sea de paso no trabaja por la recuperación de valores ni por nada, existe una clamorosa ausencia de disciplina, y es fácil inferir la inexistencia de  paradigmas que permitan sustentar el futuro. 

Con 11.3% de analfabetismo y 31.5% de población con educación primaria, el Perú es uno de los países  con mayor retraso cultural de Latinoamérica. El rechazo a la cultura propia, y la  pobre  identidad, sumados a sentimientos de orfandad y minusvalía, una escasa competitividad y deficiente productividad, son indicadores inequívocos de esa decadente realidad.
A esa locura que nos envilece, se agrega la baja calidad de la educación estatal, el periodismo de alcantarilla, la cultura de la miseria, la televisión basura, y la burocracia papeluchera de procedimientos engorrosos y hasta ofensivos, que le entra a la mecida para forzar  actos de corrupción que la población ya no soporta.
Yendo más allá, o poniéndonos  más acá, para que no nos atropellen, tenemos otros “méritos” para que nos pongan cero en disciplina, como ese transporte vial no apto para cardíacos, caótico por donde se le  mire, que genera cuellos de botella, promovidos por choferes, especialmente de microbús y combis, que se detienen en cualquier lugar o compiten temerariamente en velocidad para ganarse los pasajeros, sin respetar los paraderos ni las señalizaciones; ómnibus interprovinciales con paraderos informales que también recogen gente en donde se les ocurre, el ruido infernal ocasionado por esa cultura del claxon loco que se  usa sin ton ni son; y la parte insólita de los frecuentes semáforos malogrados, que huachafean las calles con su horripilancia.

Y es que - digámoslo con humildad y hasta con cierta compasión, sin amargarnos - somos campeones en lo que respecta a desorden e informalidad. En el campo comercial, por ejemplo, mercados de abastos apestosos e informales nos calcutan
el alma, y colocan debajo del nivel del mal, en donde la mala intención le rompe la cara a la honestidad. Y por allí nomás una delincuencia crecida por la impunidad, convierte esas zonas en tierra de nadie, en territorio del delito.

Puede ser que en todo ese tole tole, los principales culpables sean la ausencia de liderazgo de nuestra clase dirigencial (¿clase?¿dirigencial?) o líderes políticos que no lideran ni a su propia sombra, y han convertido la política en parcela de truhanes, la falta de autoridad, la inexistencia de planificación y planeamiento (por que todo se quiere hacer a la criolla, sin visionar ni planificar el mañana), y la competencia frívola, a veces estúpida, entre autoridades salientes y entrantes, que originan problemas de continuidad y disfunciones institucionales inevitables, que por supuesto  repercuten en las organizaciones sociales, cívicas y políticas. A eso se  adiciona que en el Perú prevalece la cultura de la imitación acrítica, más bamba y chicha que cultura, y un 75% de la población económicamente activa, subempleada o desempleada y de extrema pobreza, contribuyen a esa nefasta realidad.
Si hay que  pasar examen, nos jalan en conducta. Y encima nos botan del colegio, por que todo tiene la cara mañosa de la indisciplina. ¿Pero quién responde por esta cultura de la barbarización? ¿Qué hacemos para salir del caos?
Es necesario que entre hoy y mañana encontremos la respuesta. Es urgente.