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EN LA CIMA DEL TEIDE

Valentín Justel Tejedor

España



Desde el Valle de la Orotava, un espléndido vergel, una alfombra esmeralda y jalde, tendida a los pies del coloso Teide, donde predominan las plataneras más selectas, se vislumbra en la lontananza de las alturas la inconfundible y mayestática silueta del gigante, que despunta impertérrito en un nítido y cerúleo cielo.

Tras abandonar el teleférico en la zona conocida como la Rambleta a unos tres mil quinientos metros de altura, tan solo nos separan de la cumbre casi perpetuamente nevada, unos escasos doscientos metros para llegar a la cruz que marca su cima, el ascenso se hace lento, entre fumarolas y el olor a azufre es intenso, en los últimos metros ya se hace visible la cruz de hierro, que señala la cúspide de esos tres mil setecientos diez metros de altura, aquel lugar no sólo es un espacio mágico, sino también celestial y divino; un infinito mar de nubes, densas y algodonosas, en formaciones de imponentes cumulonimbos se situa por debajo de nosotros, creando una aparente capa mullida, blanda y esponjosa que transita sigilosamente propulsada por la suavidad de los vientos alisios, tan característicos de estas latitudes; debajo de ese manto de vapor acuoso se vislumbran verdaderos tesoros de la naturaleza, así una simple observación visual nos permite distinguir las espléndidas masas forestales de pino canario con su verdor característico, y hacia el sur un paisaje árido, desértico, agreste, e indómito, dominado por el influjo absoluto del hirsuto ocre, con reminiscencias más propias de un paisaje lunar, que de una formación geológica terrestre, por lo abrupto de su orografía, por lo áspero de su relieve, y por lo fragoso de su morfología volcánica. Esta zona conocida como los llanos o cañadas, solo rompe su monótona horizontalidad cuando aparecen extrañas y caprichosas formas que la naturaleza ha esculpido a lo largo de años, decenios, y siglos.

Sin embargo, si esta insólita y agreste belleza formada por coladas de lava negruzca, roques o formaciones rocosas describiendo imposibles equilibrios, y especies de flora endémica tales como los tajinastes rojizos, o la violeta del Teide, consigue llamar la atención del visitante, lo que resulta verdaderamente sorprendente es observar entre los espacios del tupido manto de nubes, la isla de la Gomera, se trata de una panorámica inenarrable, única, y maravillosa, a pesar de su exiguo tamaño en forma cuasi circular, se pueden vislumbrar las características formas erosivas, y numerosos barrancos, en los que aún perviven costumbres ancestrales como el silbo; también se puede distinguir una espesa tonalidad verdosa en su zona central donde se ubica el Parque Nacional de Garajonay, debido a la exuberante vegetación formada principalmente por laurisilvas, brezos, helechos, barbuzanos, y fayales; fuera de este verdor las playas de arena doradas, y negras jalonan su orbicular litoral.

Coronar la cima del Teide supone tan sólo un minúsculo vértice, de los infinitos ángulos, aristas, y lados todos ellos maravillosos y fascinantes, que muestran con esplendor estas bellas y paradigmáticas islas atlánticas.

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