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Selección de Poemas de María Eugenia Caseiro

María Eugenia Caseiro

Cuba



Como un ángel muerto.
 
Abre el agujero
enfrenta el desabrigo, tiembla
el poema tiembla como un ángel recién nacido
frente a los bancos alineados que aguardan fríamente
Se lo lleva una ausencia repentina
como de sombras, como de miedos con rostro desnudo
habitando otras bocas desprovistas de palabra y cielo.
El poema siente el compromiso
la incertidumbre de salir a escena
con la luz en los brazos
con las alas abiertas
Un crepitar de la palabra
próxima al llanto le oprime el pecho
duele en cada verso
en el hueso endeble del momento.
Con la púa clavada en el costado
sin maquillar el vuelo
sale del vientre
salta
arriesga su sendero en la cuerda de una hoja
Ya no tiembla
A su paso
piedra terrible el silencio...
Como un ángel muerto
el poema cae como un ángel muerto.
 
******
Van los trenes.
 
Los trenes pasan
a ambos lados de Dios
sin arruinar la muerte
que lima cada paso.
 
Ausentes de palabra
de leyes, de constelaciones
caminan lentamente
mordiendo las arenas sin pudor.
 
Se anaranjan
descienden, almas en pena;
después de las campanas
anochecen.
 
En la reserva
en el gris empedrado
bajo el ocre desteñido de las casas
no se detienen
junto al hambre, pasan.
 
Van los trenes
rumiando su dolor
marcando el paso
sin que nadie logre comprenderlos.
 
******
 
No soy yo.
 
Porque el mar se ha quedado
putrefacto en otra orilla,
yo inconforme,
con mis párpados ceñidos al calor y al verde claro
de una isla,
de un fulgor,
estas plumas que han crecido en mi
ya no me bastan.
 
Lloran también en mi
todas las castas
-y la ciudad de papeles recortados-
para ser lo que no quiero
en el destierro de mi misma
en esta calma de mis pies
que acampan en el nido
de otro mar que no me busca.
 
No soy yo la que miraba
en el cielo, desmembrado
el impudor, la costumbre
no soy yo
la que nadaba dormida, ciertamente
toda el agua
sin errar un solo pie
o un solo brazo en el silencio
que me amaba
hasta saber de memoria mis latidos
yo sus polvos y sus marcas
en el ruido
con las cuerdas de estos dedos que bordaban
los manteles sin saber de despedidas
ni nostalgias.
 
Esa voz que ahora me suple
y su sombra indefinida en la dureza de un adiós
luego me canta.
Ha llamado inútilmente,
en secreto a los fantasmas
de la piel que la olvidaron.
 
Y la máscara,
que a veces me sonríe con una risa empolvada
con una mueca de niña
con unos ojos lejanos
clavados en la playa que fue suya,
en la calma,
que busca los precipicios
para gritar en silencio
con el eco desdoblando
la caricia deseada;
de una ola,
de una huella,
en las agrias baldosas de estos pies
que ayer buscaban
su justo lugar entre las cosas
y hoy desean conciliarse
con sus antiguas pisadas.
 
****
Un deseo
 
Un deseo de ríos y palmeras
me tiembla entre los dedos
enredándose
en la voz del tiempo
tan cansado
que va nombrando las calles
donde nadie ha pasado llorando desde entonces
y está en juego el recuerdo de la piña
fermentándose en las venas,
en mis labios que desean el azúcar,
o ese tiempo del regreso
al amarillo de un girasol despierto
centro de fieltro
encrucijando tiempos.
 
****
Las cosas en su vacío.
 
El haber sido,
la duda al menos;
pizca, señal, asomo, idea...
la muerte que tuvo sus rasgos de vida
la pisada que no ha dejado huellas,
aún la palabra que nunca se dijo
o la humedad de cuando
en una misma ansia de dejarse acompañar
la oscuridad y el tiempo se colmaron
franqueando el perfil de la luz que no había muerto,
es este siempre dispuesto silencio.
 
¿Quién guarda otra palabra
otra piedra
si ya no son la piedra o la palabra que se quiere guardar?
o respetar en el oído
en la memoria:
esa rebelde inconciencia que cita las respiraciones
y las coloca debajo de sus nombres propios
en la indecible ilación de tantos sueños.
 
¿Quién ordena
los sudores, los pasos, los jadeos...
en sus cajones adecuados?
 
Las cosas en su vacío
guardan rotunda severidad o la indiferencia,
pero nadie quiere un recuerdo vacío
como nadie quiere una memoria de la niebla
o del hambre
porque la niebla y el hambre, incluso la sed
cruzan con su guante blanco
el rostro de quienes las nombran.
 
Si por ejemplo,
canto el timbre o el grito
canto la voz
canto la palabra en su mudez,
el recuerdo intenta,
intensa la intención valiente;
luego tal vez se desvanece
sin haber rozado apenas el órgano de corti
aunque no ha muerto para siempre,
entonces calla
y tardará mucho tiempo en encontrar de nuevo
una chispa de fuego.
 
Mientras tanto
sigue siendo la palabra desoída,
respetando solamente, un pequeño espacio de la sombra
en el sueño indiferente, en la respiración acompasada;
sin calidad, pero sin miedo...
Una fruta que seguramente vendrá en su momento
a poner aroma y color en el mantel de la fiesta,
un ligero calor de madrugada
justamente al borde de la lumbre sin ser vista
sobre el pie derecho,
despuntando siempre en el diamante de cada silencio
conservado apenas debajo de la lengua.
 
****
 
Tengo lluvia en las manos
 
No hay más vida ni más muerte
solo lluvia en las manos;
no hay más voz que su voz
en los cristales de agua viva
ni más cuerpo
que su cuerpo en el deleite
de esta estrofa mojada
acariciando tréboles.
 
No hay más vuelo ni más risa
que beber sus esmeraldas;
ni otro hechizo que no sea la sorpresa
en el húmedo poema de su llanto
ni alegría ni dolor...
en las plantas de este cielo hay luz
cobijándome.
 
No hay más barcos ni más puertos
que esta lluvia en las manos
entre verdes diluidos y azabaches que ruedan
por el frío receloso de las fuentes
donde la luz del agua esclava
palidece ante otra luz
del agua libre que rueda.
 
No hay más día ni más noche
solo lluvia
y los corceles del viento en jubileo
sus llameantes flores, sus metales
vagan seducidos en el tiempo
y este ramo de lluvia en mis manos
se abre de miradas.
 
No hay más reino ni más reina
ni más corona ni cetro
que la gloria indefinida de la lluvia
de alabastro, de violines
de pisadas y de espejos
y la mano del agua
acariciándome.
 
****
Súplica.
 
Déjenme entrar allí
donde pastan las hormigas de otros cuerpos.
No me cierren las puertas
donde muero
sin olor a poema
sin reloj
sentada en el último banco de mis versos.
 
Déjenme entrar allí
donde no hay bruma en la palabra
donde mi cuerpo
siente el equilibrio de los ojos despiertos;
allí, donde los muertos
tienen su propio corazón latiendo.
 
Déjenme entrar allí
no me nieguen el agua de una estrofa
para calmar la sed de tantos sueños.
 
****
 
Me niego.
 
He estado a punto
de emblanquecer como los ángeles
cuando el labio con que soplo el talco de los días
borraba la esfera del reloj
cuerpo de pájaros que aún me late.
 
He estado a punto de salir volando
en el ala lenta de las hojas
que espera una mano sin nombre
llenando crucigramas en la inercia,
sin profanar la mansedumbre
retenida en la blandura de la espalda.
 
Un rumor de secretos detrás de cada puerta
me lleva por las calles
sobre pies de plegarias
con zapatos de viento conmovido
apagando los pequeños incendios de la tarde...
 
pero yo me niego
me niego a ser un ángel.
 
Maria Eugenia Caseiro

Este artículo tiene © del autor.

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