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El trueno naranja

脕ngeles Charlyne

Argentina



No es f谩cil acostumbrarse al tono profundo del trueno. Marian hab铆a comprobado, en distintas geograf铆as que la historia ofrece, que el hecho nunca se repite. Tal vez la majestuosidad. Ahora, encaramada al promontorio, vigilaba el valle donde la luna parec铆a haber reproducido un p谩lido perfil de un espejo plano. Hab铆a notado que desde el lado de la monta帽a, el rumor crec铆a como un desenfrenado galope que llegaba en busca de algo que no se pod铆a precisar. No se equivocaba, pens贸, cuando dec铆a rumor, porque su sangre se agitaba a medida que 茅l llegaba para perderse. Una sensaci贸n de posesi贸n y plenitud salvaje, que la somet铆a indefectiblemente.
Su mente vagaba articulando estremecimientos probables y aceptando la derrota infligida por los otros.
El cielo mutaba al gris acero y en esa zona desolada, donde la desolaci贸n es algo m谩s que una reiteraci贸n, la gradualidad de la imponencia, empeque帽ec铆a al ser humano, s贸lo con presencia. Una r谩faga cruz贸 y arrastr贸, en su proximidad, guijarros y un rollo de pasto proveniente de la nada sin procedencia, mucho menos, de la forma de ser rollo, como si alguien hubiera denegado autor铆a de ese prolijo alijo que navegaba a la deriva, como sus sentimientos.
Eso s铆, sinti贸 que deb铆a preservarse de alguna manera y aceptar la soledad elegida. Segura, eso s铆 estaba, de que nunca hallar铆a palabras suficientes, para contar el momento.
Trat贸, infructuosamente, que su mirada abarcara lo imposible. El espacio es sensaci贸n de infinitud que se prolonga m谩s all谩 de la voluntad y nadie resigna, tratando de descifrar. All铆 los grises pueden volverse azules y las matas, ser espejismos tropicales, tan s贸lo con agitarse. “Quiero quedarme a morir la eternidad “-se prometi贸 con la grandilocuencia con que las personas tratan de limitar la desmesura.
-驴C贸mo es posible si aqu铆 nunca llueve? -la pregunta imposible ten铆a respuestas imposibles-. Nada y todo naufragan frente a lo superior. Caudalosa, su imaginaci贸n cre贸 un r铆o lila, capaz de trasladar todas las razones que hab铆an condicionado su existencia. No fue f谩cil. Siempre vivi贸 tiempos tormentosos, por lo menos desde que su memoria probable aceptaba. Todav铆a guardaba tibiezas del 煤ltimo cuerpo que tuvo a su disposici贸n, para creer que era posible disolverse en los sentidos, supo que, otra vez, esa asignatura estaba pendiente.
Le pareci贸 que una neblina rebelde, como el papel desnudo se vest铆a de palabras. Tambi茅n se dijo que una estrecha alfombra para el pie involuntario del tiempo, se tend铆a frente a ella. “El silencio es una muerte callada que se adue帽a de la voz hasta dejarla muda.” le susurr贸 su conciencia. 
Los juncos, plumerillos capaces de distribuir copos de algod贸n, parec铆an celebrar un ritual de colores dispersos pero plenos, conformando caras, cuerpos, figuras, mecidas por el viento. 驴Qu茅 vendr铆a despu茅s?, era m谩s que una pregunta;  abanico de alternativas promovidas por las fibras aguzadas frente a la inmensidad. Cierta manera de pedir disculpas por la estupidez cotidiana.
Hilos de agua, descendentes, lloraban desde las elevaciones, trazando las mejillas de la piedra, para construir la eleg铆a de la perdurabilidad.
驴Qu茅 significaba ese estruendo expandido en un sitio donde la naturaleza hab铆a decidido el nunca m谩s? 驴D贸nde la lluvia era l谩grima negada?
Sacudi贸 la cabeza sorprendida por las preguntas llegadas desde su interior, pero alerta acept贸 que la inminencia de un suceso, le daba platea preferencial, punta de banco de la primera fila, para asistir a un espect谩culo 煤nico, supon铆a, porque no hab铆a otras se帽ales de vida que su aliento suspendido. Un p谩jaro ote贸 el horizonte p茅treo y cant贸, 驴cant贸? 驴o anunci贸 el fen贸meno?
Tartamude贸 la tarde cuando el rel谩mpago desenfrenado cruz贸 el cielo. Alumbraba la marcha a la l铆nea gris casi negra que avanzaba con la velocidad de la idea. Sin saber por qu茅 se puso de rodillas. Se burl贸 de la imploraci贸n impl铆cita para una atea inconfensable. Se acept贸 que la maravilla tambi茅n lo puede lograr sin que la adoraci贸n o la creencia colisionen. Tambi茅n, porque no, de su propia estupidez y la mentira con que uno mistifica decisiones.
La retirada de las 煤ltimas nubes blancas le hicieron comprender que la batalla estaba decidida, igual que su resultado. La primera r谩faga que se extendi贸 desde el centro de la tormenta, anticip贸 el embate. Su cabello, rubio  ceniza, s贸lo qued贸 en cenizas, sospech贸, cuando advirti贸 que sus mejillas viajaban raudas hacia atr谩s, por la fuerza de la primera l铆nea de combate. 
El cielo dispuso una muestra posible de su poder. Se ray贸 el lucero incipiente, que procuraba asomarse desde la cornisa oscura. Cuando la mole -tal era la impresi贸n- decidi贸 avanzar, definitivamente, casi sobre la mujer aterida y de rodillas en el promontorio, la densidad se quebr贸 en la plenitud del trueno y el color naranja invadi贸 el espacio con una uniformidad inexplicable. De pronto ella descubri贸 que todo el suceso ocurr铆a en el per铆metro de ese valle, donde la luna hab铆a hecho nido y la sospecha le confirm贸 que algo iba a parir... cuando lleg贸 la lluvia. 

 

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