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Violencia en Argentina (XLI): Cromagnon, símbolo del homo pampeanus

Carlos O. Antognazzi

Argentina



El desastre de Republica Cromagnon tuvo múltiples actores, amparados por la cultura de la desidia y por la corrupción generalizada que imperan en Argentina, que posibilitaron el pago de coimas y la falta de controles. En el altar de Cromagnon se inmolaron voluntariamente decenas de jóvenes y padres atolondrados, saturados de estupidez y avaricia. Ninguna ley puede ser más importante que el sentido común y la responsabilidad, porque las leyes son construcciones colectivas, elementos de apoyo externo, y la responsabilidad, si bien se inculca y se aprende, es algo que subyace en el mismo ser humano. Las leyes pueden fallar, y no ocurrir un Cromagnon. Pero cuando falla la cultura de una comunidad no hay ley o reglamento que la salve del derrumbe.

Violencia en Argentina (XLI):

Cromagnon, símbolo del homo pampeanus

El desastre de Republica Cromagnon tuvo múltiples actores, amparados por la cultura de la desidia y por la corrupción generalizada que imperan en Argentina, que posibilitaron el pago de coimas y la falta de controles. En el altar de Cromagnon se inmolaron voluntariamente decenas de jóvenes y padres atolondrados, saturados de estupidez y avaricia. Ninguna ley puede ser más importante que el sentido común y la responsabilidad, porque las leyes son construcciones colectivas, elementos de apoyo externo, y la responsabilidad, si bien se inculca y se aprende, es algo que subyace en el mismo ser humano. Las leyes pueden fallar, y no ocurrir un Cromagnon. Pero cuando falla la cultura de una comunidad no hay ley o reglamento que la salve del derrumbe.

Las matemáticas de Cristina

Cuando la senadora Cristina Fernández de Kirchner se jacta de ocupar la banca «en nombre de más de tres millones de bonaerenses» que la votaron, haciendo notar que ese sería el voto mayoritario y por eso el resto de la sociedad debería tolerar cualquier abuso orquestado desde el populismo del número suficiente, falsea los datos: el resto de los electores se dividió en 1,3 millón que votaron por Hilda de Duhalde, 566.332 por ARI, 514.884 por la UCR, 509.756 por Pro y otros 500.000 distribuidos en partidos minoritarios también opositores al Gobierno. De los 6.677.483 votos que hubo en la provincia de Buenos Aires (sin contar los votos en blanco), más de la mitad (3.620.911) fueron opositores (cfr. La Nación, 28/12/05, p. 04). Así el “argumento” numérico de Cristina Fernández no tiene sentido, máxime cuando regímenes totalitarios de distinto signo contaron al principio con el visto bueno de la población. Al retacear astutamente la información la modifica, y construye una mentira completa y no una media verdad.

El Gobierno arrasó en las elecciones del 23/10/2005, y el poder adquirido en esa victoria lo exime de manipulaciones venales y otras artimañas. ¿Por qué la mentira, entonces? La respuesta aparece en la figura ambivalente del ideario colectivo: tenía razón el Presidente uruguayo Jorge Batlle cuando definió que «los argentinos, desde el primero hasta el último, son una manga de ladrones». Nuestro estigma es el engaño y sus derivados, como la violencia. Es una pauta cultural que arrastramos desde los albores del país, cuando se forjó la idea de Nación y cuando un Sarmiento tuvo que huir de la barbarie de un Rosas. La dicotomía que nos marca hoy nació en aquel comienzo informe, y desde entonces moldeamos los aspectos más perniciosos: caradurismo, viveza y chantada criolla, trampas leguleyas para zafar, dobles discursos, teorías conspirativas cuando hay que desviar la atención de la sociedad de algún chanchullo, demagogia de barricada para sumar votos, enroques tránsfugas de un partido a otro que paga mejor. El matadero, de Echeverría, sigue vigente.

De tanto mentir y vivir sumidos en el engaño, la línea divisoria entre corrupción y civismo se diluye, y se llega al extremo en que cuando un político en funciones reconoce en cámara que hay que dejar de robar para salvar al país todos lo festejan como una humorada y no como lo que realmente fue: (aunque inusual) una declaración de sentido común de Luis Barrionuevo. Tanto se engaña y tuerce la verdad que cuando surge, prístina, nadie la puede ver. Es lo que ocurre en Las mil y una noches, con una Sherezade hilando la historia que le salva la vida, y que en una de esas noches le cuenta al sultán su propia historia, la de un sultán engañado que para saciar su sed de venganza asesina por la mañana a la mujer que desposó la víspera. Pero el sultán, que ya está perdido en las marañas de idas y vueltas de esa historia sin fin que lo embelesa cada noche, no se reconoce en el cuento. Ya ha traspasado un límite de credibilidad, y se encuentra sumido en un mundo diferente. Su realidad, en ese momento, es la otra: la literatura, que seduce pero que no por ello deja de ser lo que en definitiva es, una mentira.

Los argentinos no reconocemos el límite, y cada vez se nos hace más difícil retornar al mundo real. Esta situación, que es eminentemente cultural, es lo que nos diferencia de los países serios que han sabido transformarse y construirse a sí mismos: esos países viven la realidad, y eligen sumergirse en la literatura. Nosotros en cambio vivimos en un mundo de sueños perdidos y conspiraciones extranjeras y sólo de vez en cuando afloramos a la realidad.

Aprietes oficialistas

El ansia de poder es una de las falacias que nos pauperizan. El Gobierno conseguirá finalmente reformar el Consejo de la Legislatura, pero eso no redundará en más libertad y en la diferenciación entre los poderes legislativo y judicial. Lo que no consiguió Menem, lo conseguirá ahora Kirchner. Estamos llegando a una situación que hace unos años nadie hubiera imaginado: que pudiera haber algo peor que Menem.

Hace unos meses las amenazas y reprimendas eran a puertas cerradas. Se sabía que existían, pero nunca trascendían abiertamente el despacho del Presidente. Ahora en cambio, ante una postura reticente de Rafael Bielsa frente a la votación para reformar el Consejo, el ministro del Interior, Aníbal Fernández, directamente lo amenazó desde Radio 10: «No puede cometer un error semejante, uno tras otro. Ya cometió varios como para poder resolverlos, como para agregar uno más», para precisar «si no vota está conspirando» (cfr. La Nación, 29/12/05, p. 06). Así también negarle la palabra a la oposición en el trámite de la ley de emergencia económica, o Cristina Kirchner fustigando al vicepresidente Scioli aprovechando que él no podía responder a sus invectivas. La burla que el Presidente protagonizó en la Casa de Gobierno contra Fernando de la Rúa es índice del peculiar “sentido del humor” de algunos políticos y de la no menos curiosa elección de las cosas importantes.

El termómetro de la barbarie es la vulgaridad y el desparpajo, que se incrementan en una relación directamente proporcional al poder que va adquiriendo el Gobierno: a medida que el poder aumenta, se cuidan menos las formas. Es, en otras palabras, lo que ya ha acuñado el saber popular: el poder corrompe. Así quedó demostrado, también, con las explícitas amenazas del Gobierno a gobernadores radicales para que ignoraran el mandato del partido y se sumaran al apoyo oficialista a cambio de ayuda económica para sus provincias. Lo que el Gobierno acostumbra con los medios a través de la pauta de publicidad, ahora se expande a las provincias. Pero, como manifesté en otras oportunidades, para que exista corrupción debe haber al menos dos partes de acuerdo. Si el Gobierno propone la corrupción, ésta se afianza gracias a que algunos la aceptan. El estado de corrupción que vivimos es fruto de esas dos partes. Y ambas son nuestras, no provienen de algún gobierno extranjero interesado en perjudicarnos.

Levantar el programa radial de Pepe Eliaschev el penúltimo día del año es un paso más en la misma senda. El Gobierno está instaurando una campaña para anular la crítica. El riesgo de la uniformidad es enorme, además de antidemocrático. Lo que caracteriza a la democracia y a la república es la diversidad de voces, no la anuencia lela.

Una sociedad enferma

En la homilía del 30/12/05 el Cardenal Bergoglio aseguró que hace falta llorar más, como si eso supusiera ponerle fin a Cromagnon y otros males. Se podría parodiar a Moria Casán y sugerirle al cardenal y sus seguidores que si quieren llorar, lloren. Pero que sepan que el llanto no terminará con la barbarie política ni va a modificar los problemas de este país. Tampoco el poner la otra mejilla, gesto que eclesiásticos encumbrados como Storni o Grassi o Maccarone no parecen compartir.

No se trata de llorar y lamentar lo sucedido, sino de incorporarlo. La realidad ha demostrado que estando Chabán preso y Aníbal Ibarra fuera del Gobierno se mantiene la cuota de estupidez en la juventud, que no vaciló en volver a disparar bengalas en un ámbito cerrado y en encender un petardo dentro de un ropero quemando parte de una escuela. Estos hechos no se corrigen con el llanto que pide Bergoglio ni con la cárcel a chivos expiatorios. Es la sociedad argentina la que está enferma, y el Gobierno se parece demasiado a esa sociedad. Los que alientan la barbarie luego se rasgan las vestiduras exigiendo culpables, sin saber que ellos son parte del engranaje de lujuria homicida, y que la hipocresía de ciertas conductas no hace más que lubricarlo para su mejor funcionamiento. Por eso tuvimos una confitería Kheyvis el 20/12/1993 con 17 muertos. Porque el drama no fue asumido y nada cambió llegamos a Cromagnon.

Emblema de nuestra cursilería es también que se esté instalando en la sociedad el tema de la reelección del Presidente en 2007; hubo un primer tanteo hace un año (cfr. ¿Un as en la manga? Castellanos, 26/11/2004). Para algunos funcionarios como Aníbal Fernández el 2006 sólo será la antesala de las elecciones. Quizá llegue un poco de equilibrio con el libro no autorizado que Rafael Bielsa está escribiendo sobre Horacio Verbitsky, que promete desnudar contradicciones y oscuridades del asesor presidencial.

© Carlos O. Antognazzi

Escritor.

Santo Tomé, diciembre de 2005/

enero de 2006.

Publicado en el diario “Castellanos” (Rafaela, Santa Fe, República Argentina) el 06/01/2006. Copyright: Carlos O. Antognazzi, 2006.

Este artículo tiene © del autor.

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