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LA LENGUA ESPAÑOLA (5)

Camilo Valverde Mudarra

ESPAÑA



DE LA ESPAÑA PRERROMANA HASTA LOS ORÍGENES DEL ESPAÑOL

V. LA LENGUA ESPAÑOLA

PUEBLOS Y LENGUAS PRERROMANOS
DE LA ESPAÑA PRERROMANA HASTA LOS ORÍGENES DEL ESPAÑOL

La lengua es el signo primordial de identidad de los pueblos. Los hechos históricos son los principales factores que configuran y modelan los pueblos y, por otra parte, la formación de la lengua de una comunidad se debe especialmente a las vicisitudes históricas. Lengua e historia son dos realidades inseparables,
El estudio de los pueblos aborígenes de nuestra Península no está desvelado; solamente existen unas cuantas leyendas, datos heterogéneos y distintas hipótesis. La historia de la Península Ibérica encierra un cúmulo de incógnitas aún sin esclarecer; se habla de una encrucijada de razas, invasiones, y asimilaciones de influencias diversas; de ahí que la lengua española sea el resultado de un abundante conjunto de elementos distintos, consecuencia de la diversidad histórica. Entre noticias y conjeturas, etnógrafos, arqueólogos y lingüistas se esfuerzan por extraer del nebuloso pasado el secreto, que oculta celosamente. Y, teniendo en cuenta que la lengua normal y la literaria se interrelacionan mutuamente, como dice Menéndez Pidal, «el habla literaria es siempre la meta a que aspira el lenguaje popular, y, viceversa, la lengua popular es siempre fuente en que la lengua literaria gusta refrescarse», ambos niveles, el popular y el culto, son también dos realidades inseparables.
En estas dos premisas, radica la razón por la que hay que acercarse a la historia y la literatura españolas, para conocer el desarrollo de la lengua.
Al introducirse en el ámbito histórico, se ha de hablar del pueblo y de la lengua vasca, raza antiquísima asentada a ambos lados de los Pirineos, de pescadores y agricultores, como hemos dicho anteriormente.
La Península Ibérica, como afirma el geógrafo griego Estrabón, carecía de unidad lingüística. Se hablaban lenguas vascas, ibéricas, tartesias, ligures, etc. Todas, menos el vasco, desaparecerán al ser sustituidas por el latín. Sin embargo, las lenguas prerromanas, legando algunas venerables reliquias, han perdurado, en suelo español, en forma del fenómeno lingüístico denominado sustrato: «Por analogía con las capas geológicas, -dice L. Carreter- se da este nombre a la lengua que, a consecuencia de una invasión de cualquier tipo, queda sumergida bajo la otra que la ha sustituido. La lengua invadida no desaparece sin dejar teñida a la invasora de algunos rasgos: palabras que sobrenadan en el hundimiento, hábitos fonéticos, gramaticales, etc.».

I. LIGURES

El Centro y Nordeste lo ocuparon unos pueblos mal conocidos: los Ligures. Gentes que procedían de la Europa Central debieron de superponerse a la población nativa, por una invasión agrupada, o bien por el establecimiento de tribus dispersas. La hipótesis de una inmigración ligur, basada en referencias de historiadores griegos, ha ganado crédito, apoyada por la arqueología y la toponimia.
Es cierto que la presencia histórica de los ligures es muy borrosa y que no formaron ningún vasto imperio; pero entre los nombres de lugares españoles y los de zonas, indudablemente ligures, hay significativas coincidencias: Langa y Beryantia (Álava) y Toledo, por ejemplo, corresponden, sin duda posible, a Lanya, Bergenja y Tuleto de Piamonte y Lombardía. Aunque no exclusivo, es característicamente ligur el sufijo -asco, que abunda en denominaciones geográficas de la mitad septentrional de España: Beasque, Viascón (Pontevedra); Piasca (Santander); Benasque (Huesca); más al Sur, Magasca, río de la provincia de Cáceres; Benascos (Murcia). Algunos de estos nombres se hallan, con forma idéntica, en la región mediterránea francesa, en el valle del Ródano o en el Norte de Italia. Igual sucede con Velasco, derivado de bela ’cuervo’ y arraigado en la onomástica personal hispánica, sobre todo en territorio vasco. Otros, tienen analogías, no sólo en el dominio ligur, sino también en el antiguo de los ilirios. Lo mismo ocurre con el sufijo -ona de Barcelona, Badalona, frecuente en el Sur de Francia, Norte de Italia y en la Iliria balcánica. Algunos topónimos sólo encuentran paralelos en Iliria.
Precisamente, se admite ahora que la lengua de los ligures, no indoeuropea en su origen, sufrió el influjo de las de vecinos indoeuropeos, que, según unos, fueron los ilirios, y, según otros, los Ambrones.

II. IBEROS

Los Iberos, situados geográficamente desde el Rosellón hasta Gibraltar, habitaban las costas orientales de la Península: de Andalucía, Cataluña, zona meridional de Levante y las zonas montañosas próximas hasta el Jalón y el Ebro, quizá como resto de un dominio anterior más amplio. La población de esa zona en contacto con los colonizadores evolucionan hacia formas mucho más avanzadas que el resto de la población peninsular.
Pueblo cazador y pacífico, orgulloso de su raza, entró muy tempranamente, procedente, según alguna teoría, del Norte Africano y de origen camita. Disponían ya de su propio alfabeto y se conservan textos redactados en su idioma que no se han podido interpretar todavía. Fue el geógrafo griego Estrabón, el que aplicó a la Península y a la población el nombre de Iberia, que le dan otros autores antiguos. La ibérica fue la primera civilización indígena peninsular que conoció el uso de la escritura
Parece que practicaron la agricultura, poniendo en marcha sistemas de irrigación y la metalurgia del hierro que experimentó un gran desarrollo. La fabricación de las falcatas o espadas curvas, es característica de la cultura ibérica. Su estructura social estaba organizada por un sistema de jefaturas. En el s. II a.C., coincidiendo ya con la presencia romana, comenzaron a acuñar moneda; muchas de ellas presentan leyendas bilingües en ibérico y latín, que han servido de gran auxilio en el estudio del alfabeto ibérico, aunque en la actualidad no se ha llegado a descifrar.
Los alfabetos ibérico y tartesio sirvieron cada uno para diversas lenguas. Se hallan dos sistemas de escritura, íntimamente emparentados: el meridional, denominado tartésico o turdetano y el del Este, más típico, el propiamente íbero. El alfabeto ibérico ofrece ya pocas dificultades para la lectura, bastantes menos que el tartesio; pero, a pesar de ciertas transcripciones, queda por resolver lo fundamental, el contenido, no se logra encontrar su sentido; se necesita un texto que contenga la versión indígena en otra lengua conocida.

III. CELTAS

Los celtas, pueblo indoeuropeo, se establecieron en la Galia, en las islas Británicas, en buena parte de la Península Ibérica, en Europa Central y en parte del Asia Menor. Sufrían la presión de los germanos por el norte y los romanos por el sur. Parece ser que el origen de los celtas se halla en la cultura de los campos de urnas, de finales de la Edad del Bronce. Al estar en constantes disensiones y a la falta de cohesión interna, los celtas jamás llegaron a ser naciones poderosas ni pudieron gozar de su independencia.
Hacia el siglo VII a. C., penetran los Celtas que, procedentes del Sur de Alemania, se habían adueñado de las Galias y tras someter a los naturales, se asentaron en Galicia, Portugal, Extremadura y Sierra Morena. Al mezclarse con los Iberos formaron el pueblo que los antiguos llamaron Celtíbero. Los celtas no debió de ser un pueblo muy belicoso; se vio obligado a refugiarse y a fortificarse en ciudadelas y vivían pobremente. Muchas ciudades fundadas por los celtas tienen nombres guerreros, compuestos de briga = ’fortaleza’ o sego = ’victoria’: Conimbriga > Coimbra, Mirobr i g a (Ciudad Rodrigo), Segontia > Sigüenza, S e g ó v i a > Segovia. Céltico es el sufijo -acu, superviviente en Luzaga, Buitrago. Los celtas adoraban a los ríos; recuerdo de este culto son los nombres Deva (Guipúzcoa y Santander) y Ríodeva (Teruel), cuya raíz indoeuropea es la misma del latín divus, deus. Más al Sur son de origen celta Alcobendas, topónimo hermano del nombre personal Alcovindos ’corzo blanco’; Coslada, de cosla ’avellana’; Arganda, Argandoña, de arganto ’metal brillante, plata’
Al fusionarse los dos pueblos, en suelo hispánico prerromano, se habla de la Celtiberia. Los celtíberos se agruparon en tribus distribuidas por distintas regiones; las principales fueron los arévacos, lusones, belos, titos, lobetanos y pelendones. En el siglo II a.C., se enfrentaron y vencieron los romanos en numerosas batallas que tristemente culminan con la destrucción de Numancia el año 133 a.C. Pese a su ímpetu y a sus dotes guerreras y militares, no llegaron a establecer estructuras políticas duraderas y de consistencia; en el momento en que fueron sometidos por los romanos, no disponían aún del desarrollo de ninguna forma de vida urbana.

IV. TARTESIOS

El mítico y legendario reino de Tartesos, coincidiendo en el tiempo con Salomón, fue la más importante de las civilizaciones del occidente europeo mil años antes de Cristo. Para los griegos del siglo VI a.C. Tartesos venía a ser un Edén fabuloso, signo de opulencia y bienestar, plantado allá en el extremo occidental. Los Tartesios, afines en raza a los Iberos, se asentaron en la baja Andalucía y el Sur de Portugal desde tiempos remotos con floreciente capital, en algún punto próximo a la desembocadura del Guadalquivir; pueblo próspero y dinámico tuvo contactos con Oriente y entabló relaciones comerciales, desde la antigüedad, con navegantes venidos de tierras remotas. El florecimiento de la mítica civilización tartesia o turdetana fue largo y rico, y de tanto renombre que, en la Biblia, se hace referencia a su esplendor: «para mí se congregaron las naves de Tarsis cargadas de plata y oro» (Is 60,9), el profeta Isaías menciona Tarsis -nombre bíblico de Tartessos-, como símbolo de la pretérita grandeza de Tiro, y Herodoto cuenta que «el fabuloso rey Argantonio», rey de Tartessos, proporcionó a los focenses plata bastante para construir un muro, con el que resistieron algún tiempo los ataques de Ciro. Se citan también otros reyes, como Gárgoris, Habidis, al que se atribuye la enseñanza del cultivo de la tierra; poco se sabe sobre la organización interna de estas gentes; las viviendas más antiguas son de planta circular u oval.
Se ha relacionado a los tartesios con los tirsenos de Lidia, en Asia Menor, de los cuales proceden los tirrenos o etruscos de Italia; incluso se ha dado como posible una colonización etrusca en las costas españolas del Mediodía y Levante, ya que desde Huelva al Pirineo hubo topónimos que reaparecen con forma igual o análoga en Etruria o en otras zonas italianas (Tarraco, Subur, un río Arnus). Argantonio, el más importante de los reyes tartésicos permanece envuelto en la pátina del misterio; su longevidad y riquezas se hicieron proverbiales en la Hélade. Estas noticias responden al hecho indudable de que los dos pueblos navegantes del Mediterráneo oriental, fenicios y griegos, se disputaron el predominio en la región tartesia. La pugna, que acabó con la desaparición de las factorías griegas, barridas por los cartagineses, herederos de los fenicios, debió de acarrear la ruina de Tartessos.
Modernas investigaciones arqueológicas ya han desenterrado varios arcanos de la civilización tartésica. Por desgracia, aún permanecen muchas cuestiones en las brumas del pasado. Algunos arqueólogos, entre ellos Adolf Schulten, buscaron, sin resultado, la capital de Tartessos en las marismas del Guadalquivir. Pero, Tartesos con sus rutas comerciales por el Mediterráneo fue una importante entidad económica y política, que llegó a ser un emporio mediante la explotación de sus ricas minas y su comercio. Por sus puertos y en sus centros comerciales se traficaba con las mercancías y productos que producían, a la vez que se abastecían de artículos exóticos transportados desde las lejanas orillas del Mare Nostrum. Estos, los íberos y los celtas son nuestros ancestros, las raíces y orígenes más antiguos conocidos, con visitas y asentamientos de los fenicios, griegos y cartagineses. No han dejado el oro y la plata; pero, nos ha legado costumbres, conocimientos y formas de vida; y como sustrato perviven y conforman los hábitos articulatorios de muchos andaluces.
La arqueología y la ciencia, como deseamos, tal vez, lleguen a desentrañar esta sugestiva época de la historia.

IV. FENICIOS Y GRIEGOS

Los Fenicios ocuparon distintos puntos de la costa sur mediterránea. Procedían de Fenicia, la actual Siria y Líbano. Eminentemente mercaderes, influirán en la orfebrería, minería.
Ya en el año 1100 a. C. tuvo lugar la fundación de Gádir, cuyo nombre, equivalente a ’recinto amurallado’, era de origen púnico, aunque viniera a través del líbico; deformado por los romanos (Gades) y árabes (Qúdis), ha dado el actual Cádiz. Otras colonias fenicias eran Asido, hoy Medinasidonia, relacionable con el Sidón asiático; Málaka (Málaga), probablemente ’factoría’; y Abdera, hoy Adra. Más tarde, los cartagineses reafirmaron con sus conquistas, intensificándola y extendiéndola, la influencia que habían tenido sus antecesores, los fenicios, en el Sur. A los cartagineses, se debe la fundación de la nueva Cartago (Cartagena), capital de sus dominios en España, y la de Portus Magonis (Mahón), que lleva el nombre de un hijo de Asdrúbal. De origen púnico, parece ser el nombre de Hispania, que, en lengua fenicia, significaba ’tierra de conejos’, así como el de Ebusus (Ibiza), que originariamente querría decir ’isla o tierra de pinos’ o ’isla del dios Bes’, divinidad egipcia, cuyo culto, muy popular en el mundo púnico, se halla atestiguado en monedas y figurillas de la isla.
Los Griegos fundaron sus colonias mercantiles en la zona mediterránea y su influencia, tan importante después, a través de Roma, empezará a notarse en el arte. La colonización helénica, desterrada del Sur, prosiguió en Levante, donde se hallaban Lucentum (Alicante), Rhode (Rosas) y Emporion (Ampurias).
Al contacto con las civilizaciones oriental y griega se desarrolló el arte ibérico, que alcanzó brillantísimo florecimiento en monedas y metalistería, las figurillas de Castellar de Santisteban, las esculturas del Cerro de los Santos y el singular encanto de la La Dama de Elche, el grado de finura con que los hispanos primitivos captaron las influencias técnicas extrañas asimilándolas y dotándolas de nuevo impulso.

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Camilo V. Mudarra es Lcdo. en Filología Románica
Catedrático de Lengua y Literatura Españolas,
Diplomado en Ciencias Bíblicas y poeta.

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