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ENTRE FANDANGOS ANDAN LOS MUERTOS

César Rubio Aracil

España



Cuando el silencio se expresa, enmudece la palabraría.

Causa tristeza tanta lucha innecesaria. No puedo, ni podré nunca, colarme en el corazón de las víctimas del terrorismo etarra, como tampoco nadie está, ni estará nunca, en condiciones de borrar mis pensamientos de la mente que me ha sido regalada por la Naturaleza. Otra cosa distinta sería que yo supiese expresarme de manera conveniente para que me comprendiesen los afectados por la intolerancia que, sujetos por necesidad -o por lo que sea; me niego a pensar mal de nadie- a las directrices emanadas de cierta dirigencia que no quiero calificar, sufren por diversos motivos. Unos padecen, es verdad, mientras “otros” se aprovechan del dolor ajeno y de la memoria de los muertos para medrar. Que su Dios, al que mancillan con sus propios actos, les perdone.

Creo sinceramente enel valor de la noble lucha que sostuvieron quienes nos han dejado para siempre por defender la unidad de España. Unos de derechas y otros de izquierdas, es evidente su sacrificio por mor de unos ideales dignos de respeto y admiración. Ellos han perdido la vida, aunque han ganado la paz que se les niega a sus deudos desde tribunas callejeras, mítines sin sentido ético ni estético y multitudinarios paseos presididos por una arboleda estremecida y ruborizada. Suerte tienen los indignos de que los muertos no puedan expresar su ira sepulcral, porque tendrían que vérselas con espectros dispuestos a sesgar palabras de inequívocas intenciones partidistas. ¿Quién tiene derecho a interpretar la voluntad íntima -no la desplegada en actos políticos a los que estaban obligados por las circunstancias de cada momento- de los desaparecidos? Ellos ansiaban la paz desde el corazón multiforme de los españoles y murieron por lo mismo, generosamente. Pues si es verdad -lo es- que entregaron su vida por alcanzar la concordia, ¿qué de malo hay en buscarla por cualquier vía efectiva, incluidos compromisos y estrategias incapaces de perturbar la unidad que la mayoría de españoles anhelamos? ¿Acaso la paz se consigue por la fuerza bruta, como pretenden algunos, distanciándonos por ello de la hermandad en la diversidad? ¿Acaso no dieron mucho más los muertos, de quienes hablo? Sin embargo, esto es una utopía hoy por hoy. No hay dos Españas, como muchos creen. Existe una sola, manipulada desde los suburbios de la razón. Pero una España única entraña el riesgo -alto por cierto- de tener limitada la cancha donde se juega al trinquete con la cabeza de los votantes.

Estarán contentos quienes dirigen desde la sombra -siempre desde las tinieblas- determinado medio de difusión de patológica fobia a la elegancia, en todo momento con la “linterna” dispuesta a enfocar la mentira con deslumbradores destellos de falsa verdad. Sofisma tras sofisma, luego, en las bullas callejeras, se presentarán como padres de la patria para engañar a los pobres de espíritu, “porque de ellos es el reino de los Cielos”. Con su pan se lo coman, puesto que para los injustos no existe la indigestión. Se estarán frotando las manos ciertos hechiceros, amigos del paredón,pensando en el cercano porvenir en que confían -no sé con qué fundamento de peso- para "salvar" una vez más a la Patria.No temáis, patrioteros, porque los muertos no hablan.

No lamento que parte de mis contribuciones a la Hacienda Pública vayan a parar a manos de algunos malandrines de la “Cosa Nostra” política, creada a espaldas de la Justicia y de las instituciones democráticas, porque es inevitable que existan ladrones en todas partes. Lo que me irrita, perturba y mortifica es mi involuntario sostenimiento de una religión que aspira a perpetuarse entre nosotros sin recato. No lo puedo soportar. Favorecedora de incertidumbres y de maniqueísmos, la Iglesia Católica -que se nutre de creyentes, de ateos y de pasotas- tiene dos manos: una, para pedir sin cesar; la otra, para bendecir despropósitos como los que desgraciadamente estamos viviendo, incentivando con su actitud a las dos Españas ansiadas por quienes, pancartas en mano, se atreven a interpretar la voluntad de los muertos. De los políticos deshonestos no quiero hablar más por hoy, puesto que ellos, al fin y al cabo, no están comprometidos de hecho con la autoridad divina. ¡Pero los otros!, con o sin ropas talares, con o sin tonsura, ¿qué advierten en el mensaje evangélico?

Lo dicho: el muerto al hoyo y el vivo al bollo, hasta que dentro de un par de años, ¡arriba España!, el rodillo de la facundia, en nombre de Dios, de los muertos y de más de un “bon vivant” de los que aspiran a gobernarnos, haga rodar a España con ruedas cuadradas.

Intento comprender a las víctimas del terrorismo que aún viven aunque sea de forma precaria, y quiero entender a las viudas y viudos generados por la barbarie cuando reclaman con urgencia un cambio de rumbo de la estrategia socialista. Ellos y ellas saben lo que están sufriendo. Lo que no entiendo es que se dejen manejar. La mejor ofrenda que se puede hacer al Sacrificio es el silencio. Con el silencio no pueden jugar los políticos desaprensivos ni, mucho menos, quienes en nombre de Dios estimulan vocingleras voces que nada saben de política y sí de avemarías cuando se ven con la soga al cuello. ¡Perra vida!

Augustus.

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