Nunca se me ha ocurrido gritar: “¡Arriba España!”. Para sentirme español, sólo he necesitado demostrármelo a mí mismo con hechos. Por eso he trabajado y he sufrido; por lo mismo, sin proponerme acaudillar movimientos patrióticos, he contribuido con mi esfuerzo a la causa de las libertades. Sin sentirme héroe ni haber promocionado banderías. En silencio, mientras se disfrazaban de demócratas muchos "padres de la patria" que hoy rigen -¿con qué méritos?- nuestro destino. Como otros tantos anónimos amantes de la libertad, yo, que sólo he enarbolado catavientos, conservo en mi casa -para cuando me sea posible izar- la única bandera en la que creo. No menciono sus colores, porque no los tiene. Por eso, cuando a Julio Iglesias se le humedecen los ojos al ver ondear la tela bicolor y a la Sánchez Vicario, por lo mismo, le resbalan por sus rubescentes mejillas las lágrimas que a mí me faltan, me siento menos español. Lo que de verdad lamento es no tener los millones de euros o dólares que ellos tienen en el extranjero, para poder sentirme natural de este país contribuyendo a la Hacienda Pública como hacen millones de ciudadanos sin que les sea posible burlar un céntimo al Estado.
Ahora nadie grita, como antaño, “¡Arriba España!”. Eso no mola. Lo guay, lo que de verdad priva es sacar pecho en el Parlamento -quien pueda conseguirlo-, hacer ruido con falsas dialécticas y, poniendo el grito en el cielo muchos de los que deberían, por decoro al menos, callar, meter miedo a los incautos anunciando cataclismos territoriales cuando Catalunya se salga con la suya. España dividida, atomizada, fragmentada, cuarteada, descompuesta... ¿y qué más, señores patriotas? Clamoreo, batahola y estridencia, puesto que los banqueros callan y los prelados sonríen. Los primeros, porque de toda bulla sacan partido; los segundos, porque bastante tarea tienen con desgañitarse en contra del condón que ellos mismos fabrican y, por lo tanto, ante la perspectiva de una España dividida, enseñan los caninos. No como lo hacen los dirigentes de ERC, dispuestos a morder sin saber dar dentelladas, sino con sonrisa beatífica, que duele más.
Soy español sin haber gritado nunca: “¡Arriba España! Nacido en Alicante, me siento catalán. Considerándome catalán, no establezco fronteras entre Catalunya y Castilla. Si ahora, por conveniencias políticas, los gobernantes andaluces (me carcajeo) quieren convertir Andalucía en nación, con su pan se lo coman. Luego vendrán los extremeños, los gallegos y los asturianos reivindicando localismos patrióticos; pero España será siempre España. Será España con su diversidad, como debe ser. Aunque nos aparezca otro Roldán besando la Bandera y Carod Rovira, con sus bufonadas en compañía de Maragall, no sepa hacer otra cosa que abrazar el pendón por el que litiga y liar la madeja para sacar partido de la confusión. Al menos, eso sí, los de ERC son sinceros cuando se declaran separatistas. No cuando exigen tributos a los que trabajan en la Administración, otro exceso que no podrán evitar en su desvergonzado haber. No sucede otro tanto con quienes -socialistas, pepistas y otros vocingleros-, España por aquí y España por acá, con su dudoso amor a la Patria, tienen asegurado el porvenir a costa de los sufridos españoles que con su trabajo y su silencio van construyendo el mundo patrio que necesitan los vividores. ¿Qué desean los catalanes, los andaluces, manchegos, cántabros y otros conterráneos sino poder vivir en paz y prosperidad de acuerdo con sus costumbres e ideario? Así es como se hace España, y no con debates parlamentarios, ruedas de prensa y otras engañifas que sólo favorecen a los encumbrados y cuestan una fortuna a quienes -insisto-, en silencio, contribuyen al sostenimiento de la nación y a la fastuosa vida de nuestros “salvadores”. Para concluir. Quien ama a España no lo pregona, porque con palabras nada más no se consigue avanzar en la unidad. ¿Qué soy simplista? Pudiera ser, aunque simples son los principios. Cuando oigamos el grito, “¡Arriba España!, temblemos.
augustus.