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SUDAFRICA, DESDE EL VERTICE AUSTRAL

Valentín Justel Tejedor

España



SUDAFRICA, DESDE EL VERTICE AUSTRAL

La sensación experimentada en aquel recóndito lugar era verdaderamente indescriptible ... los vientos procedentes del Océano Atlántico soplaban con virulencia, levantando enormes olas de más de seis y siete metros de altura, todas ellas con sus nivales y espumosas crestas, removiéndose con ímpetu sobre un azulenco y denegrido mar, que se estremecía y turbaba a cada instante formando inverosimiles torbellinos, cinéticas espirales, y concentricos remolinos, que convertían su ácuea demis en un verdadero báratro; así, a intervalos resollaban los coléricos vientos del Oceano Indico, que parecían enfrentarse en una encarnizada y cruel pugna con los del piélago Atlántico, por alzarse con el poder absoluto en una de las zonas más inestables del planeta: el Cabo de Buena Esperanza.
Sin duda, lo más singular, era contemplar desde aquellos encumbrados, abruptos y verticales acantilados; jalonados de sáxeos, escabrosos, e inquebrantables riscos; de estrechas y angostas cornisas en arimez, cuyos salientes se precipitaban a plomo sobre las aguas enfurecidas; y de mamelonas y excrecentes lajas, la unión de dos inmensos océanos: el uno con sus cálidas, transparentes y oníricas aguas; y el otro con sus frías, fuliginosas y sediciosas corrientes, ambos situados en un entorno hostil y adverso debido a la propincua influencia antártica.
En la lontananza, con ayuda de unos prismáticos columbrabamos las alargadas esloras de los petroleros que navegan con frecuencia por esta ruta austral, los cuales, aparecían ante nuestras retinas envueltos en una calinosa y neblinosa bruma vesperal; vislumbrabamos sus blindados acastillajes todos ellos lóbregos y negruzcos; sus enhiestos puentes de mando junto a la bañera de popa; sus intrincadas y enmarañadas conducciones de crudo; sus pabellones de conveniencia que ondeaban a merced del intenso ventarrón; y su nacarada y blanquecina estela, que dejaba tras de si un rastro, que ineluctablemente delataba sus posiciones a cada instante.
A media distancia, se podían avistar pequeños grupos de cetáceos, que denotaban su presencia mediante constantes acrobacias, emergiendo y sumergiendo sus voluminosos cuerpos con procacidad, formando espumosas y albugíneas salpicaduras con sus espectaculares y animados juegos acuáticos, lo que causaba el delirio de los escasos turistas que en ese momento estabamos allí congregados.
Todavía recuerdo el fugaz desfile de aquellas algodonosas nubes, empujadas por los fuertes vientos que se desplazaban con celeridad sobre un cielo empañado y celajoso, conformando junto a un embravecido mar, un paisaje monocromático pigmentado por una sorprendente gama de azules.
Interrumpidamente, entre Ciudad del Cabo y esta península austral se extendían a ambos lados de la franja litoral, envidiables playas de albares y finísimas arenas, que parecían emerger desde el mismo fondo abisal del Océano, su disposición alabeada formaba pequeñas ensenadas paradisiacas, propias de un virgen e inexplorado edén.
Así, en un pequeño catamarán nos trasladamos a Robben Island, el lugar donde permaneció recluído Nelson Mandela durante dieciocho años; en la isla se puede visitar el penal y contemplar los impolutos pasillos verdosos, y las límpidas y azuladas celdas, que ocupaban los presos del apartheid, además de la prisión se puede observar una estupenda vista de Ciudad del Cabo, y de la Table Mountain un gran macizo calcáreo al que se puede ascender mediante un teleférico, las vistas desde este último son verdaderamente espectaculares.
También nos desplazamos a Cap Point allí encontramos un parque natural en el que abundaban numerosisimos pingúinos, que permanecían en sus colonias...(...)

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