SUDAFRICA, DESDE EL VERTICE AUSTRAL
La sensación experimentada en aquel recóndito lugar era verdaderamente indescriptible ... los vientos procedentes del Océano Atlántico soplaban con virulencia, levantando enormes olas de más de seis y siete metros de altura, todas ellas con sus nivales y espumosas crestas, removiéndose con Ãmpetu sobre un azulenco y denegrido mar, que se estremecÃa y turbaba a cada instante formando inverosimiles torbellinos, cinéticas espirales, y concentricos remolinos, que convertÃan su ácuea demis en un verdadero báratro; asÃ, a intervalos resollaban los coléricos vientos del Oceano Indico, que parecÃan enfrentarse en una encarnizada y cruel pugna con los del piélago Atlántico, por alzarse con el poder absoluto en una de las zonas más inestables del planeta: el Cabo de Buena Esperanza.
Sin duda, lo más singular, era contemplar desde aquellos encumbrados, abruptos y verticales acantilados; jalonados de sáxeos, escabrosos, e inquebrantables riscos; de estrechas y angostas cornisas en arimez, cuyos salientes se precipitaban a plomo sobre las aguas enfurecidas; y de mamelonas y excrecentes lajas, la unión de dos inmensos océanos: el uno con sus cálidas, transparentes y onÃricas aguas; y el otro con sus frÃas, fuliginosas y sediciosas corrientes, ambos situados en un entorno hostil y adverso debido a la propincua influencia antártica.
En la lontananza, con ayuda de unos prismáticos columbrabamos las alargadas esloras de los petroleros que navegan con frecuencia por esta ruta austral, los cuales, aparecÃan ante nuestras retinas envueltos en una calinosa y neblinosa bruma vesperal; vislumbrabamos sus blindados acastillajes todos ellos lóbregos y negruzcos; sus enhiestos puentes de mando junto a la bañera de popa; sus intrincadas y enmarañadas conducciones de crudo; sus pabellones de conveniencia que ondeaban a merced del intenso ventarrón; y su nacarada y blanquecina estela, que dejaba tras de si un rastro, que ineluctablemente delataba sus posiciones a cada instante.
A media distancia, se podÃan avistar pequeños grupos de cetáceos, que denotaban su presencia mediante constantes acrobacias, emergiendo y sumergiendo sus voluminosos cuerpos con procacidad, formando espumosas y albugÃneas salpicaduras con sus espectaculares y animados juegos acuáticos, lo que causaba el delirio de los escasos turistas que en ese momento estabamos allà congregados.
TodavÃa recuerdo el fugaz desfile de aquellas algodonosas nubes, empujadas por los fuertes vientos que se desplazaban con celeridad sobre un cielo empañado y celajoso, conformando junto a un embravecido mar, un paisaje monocromático pigmentado por una sorprendente gama de azules.
Interrumpidamente, entre Ciudad del Cabo y esta penÃnsula austral se extendÃan a ambos lados de la franja litoral, envidiables playas de albares y finÃsimas arenas, que parecÃan emerger desde el mismo fondo abisal del Océano, su disposición alabeada formaba pequeñas ensenadas paradisiacas, propias de un virgen e inexplorado edén.
AsÃ, en un pequeño catamarán nos trasladamos a Robben Island, el lugar donde permaneció recluÃdo Nelson Mandela durante dieciocho años; en la isla se puede visitar el penal y contemplar los impolutos pasillos verdosos, y las lÃmpidas y azuladas celdas, que ocupaban los presos del apartheid, además de la prisión se puede observar una estupenda vista de Ciudad del Cabo, y de la Table Mountain un gran macizo calcáreo al que se puede ascender mediante un teleférico, las vistas desde este último son verdaderamente espectaculares.
También nos desplazamos a Cap Point allà encontramos un parque natural en el que abundaban numerosisimos pingúinos, que permanecÃan en sus colonias...(...)