Todo comenzó en una isla muy pequeña llamada Turbelsin, donde a todos les gustaba cuidar las plantas. Esta isla, como todas, tenÃa un gobernador y éste un consejero llamado Paolo. El gobernador era muy conocido por las acciones que efectuaba a favor del medio ambiente.
En Turbelsin habÃa muchas leyes que imponÃan el cuidado y protección de las plantas y animales. Además, en la isla no existÃan fábricas contaminantes, todos eran artesanos o artistas; no habÃa coches - se podÃa caminar de una punta a otra, o en último caso, ir en caballo o burro -, y se les prohibÃa a la gente hasta que fumaran.
Todos en esta isla apreciaban y admiraban a su gobernador. Pero sucedió que un dÃa, éste cayó enfermo en cama con una gripe muy fuerte, no se podÃa ni mover de tanto dolor en la cabeza y en los huesos. Y su hijo Escel, el cual era muy avaricioso e inconforme, tomó el poder.
Al momento de hacerse con el mando comenzó a construir fábricas en el pueblo, sin tomar ninguna medida de precaución. El consejero del gobernador le advertÃa a Escel, aconsejándole que por favor dejara de construir fábricas, que éstas estaban contaminando las aguas, el aire, dañando las plantas y animales. Pero Escel no le hacÃa caso, porque él veÃa que esto le proporcionaba dinero.
Los turbelsinos no estaban de acuerdo con su nuevo gobernador, ni con sus fábricas, porque éstas expulsaban mucho humo y los desperdicios de las mismas eran desechados a las aguas sin cuidado alguno. La linda ciudad se estaba manchando de humo y las calles estaban llenas de desperdicios.
Como ya no habÃa limpieza, a las calles, casas y locales, comenzaron a llegar plagas de ratones, moscas, cucarachas y mosquitos. Y las enfermedades comenzaron a matar a los Turbelsinos. Paolo ya no sabÃa como iba a hacerle ver a Escel el daño que se estaba haciendo él mismo y le hacÃa a los habitantes de la isla, por otro lado, no querÃa molestar al gobernador, que aún no se habÃa repuesto de su enfermedad.
Y en el pueblo, algunos turbelsinos comenzaron a violar las leyes, porque llegó un momento en que de tanta inconformidad les daba lo mismo lo que pasara con la naturaleza; ya no habÃa un árbol que no estuviese rayado o pintado, ni una planta que no estuviese aplastada o arrancada, ni una gota de agua que no se encontrara sucia, ni un poquito de aire que no estuviese contaminado.
En breve tiempo las plagas y enfermedades se dispersaron por toda la isla. Escel, al ver que tantas personas se enfermaban y morÃan por su descuido y despreocupación, habló con Paolo para que éste lo aconsejara.
Paolo sólo le dijo:
- Durante todo este tiempo te estuve aconsejando que dejaras de contaminar y no le diste importancia a mis palabras, y ahora vienes a pedirme que te ayude. Pero Escel, sólo te puedo aconsejar que no intentes nada, ya es muy tarde, el mal está hecho.
Un tiempo después, el gobernador, que ya se habÃa curado de su gripe, Paolo y los turbelsinos que aún cuidaban el medio ambiente y querÃan vivir en un mundo sano, abandonaron la isla en un gran barco, en busca de otros horizontes. Quedaron solos Escel, sus lacayos y sus seguidores.
Poco a poco, Turbelsin fue desapareciendo. Ya ni se mencionaba su nombre, la isla se extinguió, desapareció y nadie la recuerda. Ahora es sólo un pequeño punto en los enormes mapas y planisferios, y nadie lo estudia en las clases de geografÃa.
Ilustración Ray Respall
15 años