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EVANGELIO SEGÚN SAN MATEO

SERMÓN DE LA MONTAÑA 5,1-12

Camilo Valverde Mudarra

ESPAÑA



SERMÓN DE LA MONTAÑA 5,1-12

Camilo Valverde Mudarra

San Mateo ha recogido las reacciones que luego se repiten a lo largo de su evangelio. De este modo, alerta sobre un aspecto importante: está haciendo una invitación a tomar partido por JESÚS, que será motivo de división.
El episodio de los magos (Mt 2,1-12) cumple esta misión. Hay algunas alusiones al Éxodo. Herodes y el Faraón símbolos del endurecimiento del corazón ante Jesús. Herodes-Jerusalén, imagen de Faraón-Egipto, entorpecen la acción de Dios y dan lugar a un nuevo éxodo. Este es el sentido del relato y su intención es presentar dos tipos de reacciones ante Jesús. En una, Jerusalén, Herodes, sacerdotes y maestros de la Ley que tienen el anuncio de la buena noticia y la rechazan y buscan su muerte; otra es la reacción de los magos, se ponen en marcha, buscan, llegan al niño, lo reconocen y adoran.
Jesús provoca dos reacciones: aceptación y rechazo, encarnadas en el pueblo judío y los paganos respectivamente. Esta será la constante en todo el evangelio: rechazo que llegará hasta su muerte y aceptación del Nuevo Israel que abarcará a todos los pueblos (Mt 28,18).

Introducción.

“Viendo a la muchedumbre, subió a un monte...” San Mateo dice que Jesús «sube» a un monte con el fin de que lo oigan; esto ya sugiere un adelanto del Sermón. Cristo había predicado ya muchas veces su doctrina en estas condiciones. San Lucas dirá que Cristo, por la noche, subió a la montaña para orar, luego baja para hablar.
La montaña se halla cerca de Cafarnaum (Mt 8,15; Lc 7,1). La tradición, que llega al s. IV, lo sitúa junto a Tabgha; tiene 250 metros de altura, con un kilómetro de superficie, y está a tres de la ciudad.
Rodeado de discípulos y Apóstoles, recién elegidos, se dirige sólo a los discípulos (Lc 6,12), y, probablemente, predicó a la gente, en la llanura; queda así todo situado literariamente: «abriendo la boca, les enseñaba, diciendo...

Las Bienaventuranzas». 5,3-12 (Lc 6,20-23)

San Mateo y San Lucas difieren en el número de «bienaventuranzas». Acaso el texto aramaico, contuvo un número más limitado. La reducción en Lc lo confirmaría. Oratoriamente es probable que Cristo hubiese pronunciado más, aquí o en otras ocasiones, pues es un gran recurso pedagógico. El género literario de las bienaventuranzas es un producto semita. Las Escrituras las usan varias veces (Sal l,l-3; 31,); 41,2: Prov 3,13; 8,34; Eclo 1-L,1; 28,23, etc.), lo mismo que los escritos rabínicos.
Las «bienaventuranzas» evangélicas aparecen rimadas al modo hebreo de hemistiquios; en el primero se señala una virtud y en el segundo el premio correspondiente. De ahí que literariamente, no tengan una diferenciación conceptual rigurosa; el premio suele ser el mismo con simple variación literaria o formulada en relación al primer hemistiquio. Por esto, el número de conceptos es más literario que conceptual. Normalmente, se cuentan ocho en San Mt (v.3-10), ya que los v.11-12 se toman por una prolongación «duplicada». Sin embargo, con relación a su simple distinción literaria, se puede decir que son un total de nueve.
La diferencia, entre Mt y Lc, estriba en que Mt les da una formulación más espiritualista, mientras que Lc las expresa de un modo más material, que es el primitivo; Mt las formula en tercera persona, y Lc en segunda, esto también parece ser primitivo; se dirige a las discípulos oyentes (v. 1; Lc 6,20). Mt parece tener incluso un índice de esta formulación primitiva y les da una interpretación más impersonal y universalista. La forma primitiva es la más escueta y aparentemente más materialista de Lc. Si se colocan en paralelo las de Mt y Lc, los dísticos quedan sólo alterados por las adiciones interpretativas de Mt: «de espíritu» (v.3) «a la justicia» (Lc 6) «por la justicia» (v,10). Y eso suele tener valor decisivo en la estructura del ritmo semita.
La expresión primitiva, la de Lc, es más semita. Y, si hubiese encontrado en el original la matización espiritualista de Mt, no la hubiese cambiado. Mt hace suya, con su matización, la adición «de espíritu», para evitar interpretaciones erróneas, lo mimo que la de «a o por la justicia».
Las cuatro primeras bienaventuranzas expresan la misma dependencia de los fieles respecto a la gracia de Dios. La proclamación en todas ellas es la misma: para quienes han estado buscando la justicia de la alianza de Dios, está aquí: ¡Dios reina! Las cuatro siguientes tocan aspectos de la justicia humana como respuesta a la de Dios. Por esta razón ambas series terminan con la misma palabra: justicia.

1. Bienaventurados los pobres de espíritu, porque suyo es el reino de los cielos (Lc 6,20)

Mt y Lc utilizan la misma palabra «pobre», que no evoca lo mismo, a un gentil que a un judío, en hebreo ’arzí y ’angryírn. Este término designó primero, en la legislación mosaica, a los que no poseían tierras (Ex 22,24; Lev 19,10; 23,23): gentes pobres en sentido material, y, con frecuencia, gente sin apoyo ni influencia social, gentes explotadas y humilladas. Aunque no es éste el exclusivo aspecto que tiene aquí esta palabra «Pero por esta afinidad de conceptos se hacen sinónimos en el paralelismo poético, y los LXX traducen, indistintamente, por las palabras correspondientes «pobre» o «humillado». Por ellos muestran gran solicitud los profetas (Am 8,4; Is 3,14.15; 10,2; 14,32). Pero después del destierro babilónico, a la noción de «pobre» se añade la noción del que confía en Dios, por lo que se aproximan primero y se asimilan después los conceptos «pobre» y «piadoso» (Sal 34,7.8; 35,10). Así el concepto de «pobre», en este sentido bíblico, viene a enriquecerse con el aspecto religioso: es un pobre que confía en Dios y le pide auxilio (Sal 34,19).
En el A. T., se halla expreso, en varios pasajes, el agrado con que Dios ve la pobreza, sea con promesas, sea con hechos. Sin embargo, la renovación de Cristo consiste en que beatifica al que libremente vive la pobreza, con aceptación, -piénsese que se la consideraba castigo en la Ley-, lo mismo que el premio para estos pobres no consiste en bienes temporales, sino la entrada en el Reino. Para los rabinos, «según sentencia propia, ninguno de los males se puede equiparar al de la pobreza». Ya no será el reino patrimonio exclusivo del rico -considerado por ello bueno-, sino que la pobreza, está así situada en el plan de Dios y prepara, meritoria y tranquilamente, la pertenencia al Reino.
La bienaventuranza destaca a Cristo como Mesías, al evocar la «evangelización» de los pobres, conforme a Isaías (61,1). Esta idea es indicada expresamente por Mt en otro pasaje (Mt 11,2-6; Lc 7,18-23). Y es una rectificación del mesianismo rabínico judío: el Mesías no eliminará la pobreza.
El premio a los «pobres» es el reino. Si se dirige a los apóstoles, se pensará en la fase celeste. Pero los tiempos usados para indicar el premio de las «bienaventuranzas», puestos unos en presente -«porque suyo es el reino»- y otros en futuro -«verán a Dios»-, no son argumento decisivo, ya que la redacción es de tipo «sapiencial» o «gnómico», donde los tiempos cuentan menos que el sentido atemporal que encierran, y la permuta de tiempos no suele afectar al concepto. Para la valoración en este punto de todas las «bienaventuranzas» hay que tener presente dos elementos:
a) El doble concepto que se usa en los evangelios sobre el «ingreso» en el reino: Unas veces ya está presente y realizado, otras, en cambio, aparece como futuro, en su fase celeste, «escatológica».
b) El sentido «moral» de adaptación universal que les da Mt, por el sentido «eticista» que imprime.
Así pues, vivir la pobreza con Jesucristo, proporciona el derecho de propiedad del reino.

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