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CINCO MINUTOS A SOLAS CON LAS MUSAS

Marie Rojas Tamayo

Cuba



 

         Le pedí a mi princesa majadera que me diera cinco minutos de absoluta tranquilidad, silencio incluido, para poder al menos tomar nota de un cuento que me venía rondando desde por la mañana. 

 

         Sería injusto negar que ella tiene siempre la mejor voluntad de complacerme, el diálogo que sigue lo fui anotando en mi agenda mientras intentaba concentrarme en el cuento.

 

-         Sí, mamita linda, yo te quiero mucho y me voy a portar bien. No voy a hablar para que escribas tu cuento... ¿cuánto demoran cinco minutos?

 

         No puedo explicarle que demoran exactamente cinco minutos, así que marco el despertador para que suene al concluir ese lapso, se lo entrego y me vuelvo a sentar frente a la pantalla en blanco.

 

-         ¡Ah! Ya entiendo... bueno, dame un libro y me porto bien.

 

         Le entrego un precioso tomo de fábulas de varios autores, así tiene para escoger.

 

-         Mamá, ¿cuánto suman cuatro más cuatro más cuatro más cuatro?

-         Son dieciséis -  y al ver que espera algo más de mí - ¿por qué lo preguntas?

-         Para que me busques la página dieciséis.

 

         No más abrir la página comienza a leer en voz alta y yo intento hacer abstracción.

 

-         Mamá, este escritor esta loco... ¡mira que decir que los zorros y los cuervos comen queso!

 

         Evidentemente no le preocupa mucho que sepan hablar, ni que sean capaces de argucias o bromas de mal gusto; sólo le llama la atención el equívoco con la alimentación. Eso es síntoma de que...

 

-         Debería haber helado de queso y de galletas con mantequilla, tengo hambre, ¿no habrá quesito por ahí?

 

         Me incorporo de nuevo, le sirvo unas galletas con queso, un vaso de agua y vuelvo a mi teclado.

 

-         Mamá, ¿los caballos son herbívoros?

-         Sí - respondo lacónicamente.

-         Préstame un papel para dibujar un caballo... - algo adivina en mi expresión cuando le entrego varios papeles y los rotuladores - ¿Me estoy portando bien?

-         Más o menos.

-         ¿Y qué vas a hacer si me porto mal?

-         Te voy a sacar un pasaje para Nunca Jamás.

 

         Casi creo que he ganado unos minutos de silencio, pero he subvalorado su capacidad de reacción.

 

-         No puedes, eres grande y ya olvidaste como se llega.

 

         Pruebo a no responder. Las frases que siguen son pronunciadas una tras otra, con un segundo apenas de intermedio:

 

-         ¿Falta mucho para que yo sea grande?

-         Las brujas no saben matemática, cuatro más cuatro más cuatro más cuatro es igual a cuatro mil cuatrocientos cuarenta y cuatro.

-         ¿De qué están hechos los caramelos de miel?

-         El caballo me salió mal, quédate quieta que voy a dibujarte, ¡no escribas!

-         Estás quedando preciosa... mírame... eso... ahora sonríe.

-         Tú eres mi mejor amiga.

-         Voy al baño, no, mejor no voy y hago otro dibujo.

-         Mamá, si me porto bien y escribes tu cuento, ¿vamos a ser famosas?

-         Mañana es jueves porque hoy es miércoles.

-         Cuando seamos famosas vamos a vivir en una casita rosada, al lado de un árbol y vamos a tener un cachorro.

-         Mi cachorro se va a llamar Pixie, ahí lo llevo de la mano y tú llevas la cartera. No hay sol porque no encuentro el color amarillo.

-         Ayer Daniel se portó mal y por su culpa me regañó la maestra, no lo voy a poner en el dibujo.

-         En Nunca Jamás no hay maestras.

-         Anoche soñé que estaba durmiendo y no podía abrir los ojos.

-         Vamos a poner mis dibujos en tu cuento. Verás que cuento más lindo con mis dibujos.

-         Los extraterrestres son del mundo real y los unicornios son fantasías.

-         Como somos tan felices, pinté también un corazón.

-         ¿Tú no estás brava, verdad?

 

         Se levanta con sus dos creaciones en una mano y el plato vacío en la otra; se acerca con cautela a donde yo, pantalla en blanco al frente y agenda llena de garabatos al lado, acabo de pedirle a las musas que me disculpen y regresen otro día, preferentemente en horario escolar.

 

         En ese preciso instante, suena el despertador.

 

-         ¿Viste que bien me porté? - me dice con la mejor de su sonrisas.

 

 

 

 

Marié Rojas

Este artículo tiene © del autor.

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