Abrojos... sólo abrojos
recogieron las yemas
del alma y del cuerpo.
Las palmas de mis manos
callosas, inflamadas
de tanto ir macheteando
el atascado bosque,
no pudieron soltarlos
Y de poquito en poco
se han ido alojando
en aquellas honduras
de la aflicción humana
Ahora, esos abrojos
me tienen intranquilo...
Pinchan y se revuelven
en los mismos adentros
de mi espejo cuarteado;
como si se eclipsaran
con esas turbulencias
que empañan los ánimos...
Como si el dolor vivo
de las carnes ardiendo
no fuera suficiente
para creerse herido.
Esos viejos abrojos,
han logrado su espacio.
Adentro y afuera
tresdoblan sus orillas
Se encarnan... ¡descalabran!
como si el espíritu
no tuviera derecho
a coexistir sin llagas.
Como si los silencios
del alma adolorida
se hubieran quedado
con los meollos difuntos.
Esos broncos abrojos
deben estar cansados
de haber rematado
los espinazos bravos
de mi atroz existencia.
Esos viles espinos,
sin dueño y sin norte,
no se han enterado
que me han averiado.
Tal vez, quizá, lo saben...
e infames... se carcajean
con mis gritos sin eco.