DE DAVID Y GOLIAT
El capÃtulo 17 del 1° libro de Samuel (Shmuel Alef) narra la difundida historia de David contra Goliat; de un pequeño pastor contra un guerrero gigante.
La mayorÃa de Ustedes sabe que el vencedor fue el más débil.
Uno de sus pasajes pone en boca de David lo que sigue: "El mundo sabrá que hay un Dios en Israel; y todos los aquà reunidos deben saber que ni con espadas ni con lanzas salva el Señor. La batalla es del Señor".
Según este enunciado: La suerte de Israel, y no dudo que la de los pueblos, está sujeta a la voluntad de Dios.
Habrá quien objete mi aseveración alegando que la cita sólo aplica a Israel. Lo sé. Sin embargo, a esta altura de la historia de la humanidad y de las actuales circunstancias, prefiero acogerme a una lectura más fraternal, alejada de toda parcialidad, que nos presente a un único Dios y Padre de todos los pueblos.
Humildemente, me parece que si aceptamos la existencia de DIOS, es razonable pensar que es el creador de todos y es para todos por igual.
Volviendo al relato de David y Goliat, a simple vista, parecerÃa que se lee una historia.
Pero eso es sólo la cáscara.
Sin poner en tela de juicio el valor histórico que pudiera tener, la narración nos regala algo de mayor provecho: ciertas moralejas.
¿Cuáles?
- Un pequeño puede vencer a un gigante.
- No importa cuantas armas tenga el poderoso rival.
- Dios decide quien será el vencedor.
Ese es el eje del pasaje de 1ra. de Samuel 17.
Nadie podrá concluir algo sustancialmente diferente a esto.
David, un joven pastor, pequeño, sin entrenamiento militar, pudo vencer a un guerrero experimentado, mucho más grande que él.
Goliat tenÃa armadura y espada; David sólo una honda y fe.
Pero todo fue posible porque Dios asà lo quiso.
Nadie hubiera apostado una sola moneda a David. ¿Qué maravilla podrÃa esperarse de un pastor de ovejas metido a lidiar contra un jayán?
Pero lo inesperado sucedió.
Cuenta el pasaje bÃblico que la piedra arrojada por David golpeó exacta sobre la frente de Goliat, haciendo que éste perdiera el conocimiento. Una vez inconsciente sobre el suelo, tomando la propia espada del gigante guerrero, David lo decapitó.
Nadie hubiera pensado que el más débil derrotarÃa al más fuerte.
Sin embargo era algo previsible, tal como lo confirma un pasaje del capÃtulo anterior: "Lo que mira el hombre no es importante, pues el hombre se fija en las apariencias. Dios se fija en el corazón" (1 Samuel 16:7).
Hoy en Oriente Medio se repite la historia.
Pero, a diferencia del pasaje analizado, el débil no es Israel. Israel es el gigante, una potencia que cuenta con un arsenal militar de primera lÃnea provisto por Estados Unidos y, como si esto fuera poco 250 bombas atómicas según informa el escritor uruguayo Eduardo Galeano en una nota aparecida en el diario Página 12, titulada "¿Hasta cuándo?".
La relación de vÃctimas por bando lo confirma. Mueren más de 10 árabes por cada israelÃ.
Desde mucho tiempo atrás esta es una guerra desigual denunciada decenas y decenas de veces por la Organización de Naciones Unidas.
Las conclusiones para el texto bÃblico fueron:
- Un pequeño puede vencer a un gigante.
- No importa cuantas armas tenga el poderoso rival.
- Dios decide quien será el vencedor.
Esas reflexiones anteriores pueden ser aceptadas sin demora para el caso expuesto en la 1ra. de Samuel.
Pero para el siglo XXI, para esta interminable crisis del Oriente Medio, deberÃa reconocerse la abismal diferencia entre un caso y el otro.
- Los pequeños, actualmente, lo son mucho más. La mayorÃa de los pueblos está expuesta al peligro inminente de los poderosos.
- Hoy las armas no sólo pueden matar a un hombre sino a toda la humanidad.
- Hace tiempo que los hombres mataron a DIOS y deciden a ultranza, avariciosamente, quien será el vencedor.
Jamás podrÃa elegir con justicia un bando al que prestare mi simpatÃa. Yo sólo justifico y apuesto a la paz.
Los seres humanos deben nacer para vivir felices, sirviéndose unos a otros, trabajando unidos por el bien común. Cómo si fueran hijos de un mismo Padre Celestial, obra de un mismo Creador.
Cualquiera que me haya leÃdo o contactado sabe que una de mis premisas es "Construyamos una Tierra digna de nuestros niños".
Siento que aquellos que aun disfrutamos de paz no estamos haciendo lo suficiente para lograr que asà suceda.
Ruego para que pronto se dé fin a este y a todos los conflictos bélicos en nuestra única casa, la Tierra y que, en lo particular, el pueblo que históricamente ha sufrido sobre millones de los suyos la desgraciada experiencia de los dolores que nacen por la persecución, la segregación y el genocidio, haga suya las palabras de Matisyahu: "La avaricia, el dinero y las mentiras deben ser destruidas en cada uno de nosotros para que devolvamos nuestras almas a Dios".
Daniel Adrián Madeiro
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