POSTDAM, EL VERSALLES BERLINES
Al acceder al magnÃfico recinto palaciego de “Sans Souci” -sin problemas-, ya se percibe el refinamiento de lÃneas y la abigarrada decoración que suntualiza la decoración exterior, asà su fachada en tonos amarillentos, con grandes ventanales en cuadrÃcula, su tendida balaustrada superior, sus pétreas esculturas de atlantes, que parecen surgir de un misterioso océano, su esplenderoso salón de columnas, su inigualable sala de la naturaleza, y su maravillosa cúpula verdemar, consiguen trasladar al visitante a la época de la Europa absolutista y monárquica germánica.Si bien la belleza de este palacete, no reside sólo intramuros, pues un paseo por los magnificos jardines de este recinto, puede hacer las delicias de cualquier visitante, asà los primeros pasos descendiendo la escalinata que conduce a los parterres son verdaderamente idÃlicos, abajo un bello estanque orbicular con un gran surtidor de agua, el cual con su potente efusión impregna de frescas gotas todo cuanto se encuentra en su radio de acción, desde esta contrapicada perspectiva una mirada hacia la fachada palatina presenta una vista realmente fantástica y sublime, pues las escalonadas terrazas de Sans Soucci, con sus viñas son singulares y únicas.Recorriendo los parterres situados a mano derecha entre el sosiego y la tranquilidad reinantes, se descubre una de las joyas del arte asiático más importantes de Europa: La casita del té, una construcción que hechiza e impacta, pues los visitantes la rodean enésimas veces admirando su indiscutible belleza, la expresividad de sus figuras doradas, sus suntuosas columnas, y su espectacular techumbre, ello la convierte en uno de los pocos ejemplos del arte rococo chinesco en Europa.Otro de los encantos de este Palacio es la atmósfera creada al atardecer, cuando suenan por los rincones de sus extensos jardines los ecos de los instrumentos de cuerda, que con sus dulces melodÃas impregnan el ambiente de una agradable musicalidad, que envuelve el entorno en una magia indescriptible; asÃ, junto a los vibrantes acordes de la música clásica, y el undÃvago sonido del agua, los destellos de una iluminación oblÃcua diseminada por los esconces, recovecos, y ángulos de estos jardines palaciegos, conseguÃan crear unos efectos de contraste entre el brillo, el fulgor, y el sombreado fuliginoso de la lóbrega y obscura madrugada, verdaderamente sorprendentes; en cada templete, en cada pérgola, en cada triforio resonaban las notas de una partitura, que a medida que caminabamos se entremezclaba con el sonido de los arpegios de violonchelos, mandolinas, o arpas... aquella sensación rozaba lo onÃrico, pues las melodÃas se escuchaban en los lejanos y glaucos pradales, próximos a los Neus Palais, y en las tupidas arboledas y trémulos plantÃos, que parecÃan batÃr sus hojas discoloras al son del suave y eufónico estribillo musical...(...)