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IV. MATRIMONIO. MUJER Y CONDICIÓN

Camilo Valverde Mudarra

ESPAÑA



En la Biblia, se contienen unos escritos religiosos, que ofrecen los testimonios de fe de sus autores y del pueblo de Israel por medio de una metodología denominada de los “Géneros Literarios”. Allí no se verá crónica histórica, sino la manifestación de un “credo” concreto; los hagiógrafos, autores sagrados, recogen el conjunto de creencias milenarias del pueblo judío; tomando unas tradiciones populares, recitadas a diario, pasando de boca en boca, explican la intervención de Dios en el mundo así como los hombres la percibieron en su historia. La Biblia es teología.

Tampoco se trata de una mitología fruto de la imaginación humana, sino de una narración en lenguaje bíblico-simbólico que fuerza a superar lo literal y anecdótico. La Biblia, único libro en el mundo con dos autores: Dios y el hombre, no relata ciencia o filosofía sino que desvela el plan creador y la historia de la salvación del hombre que desde la eternidad fue concebido y desarrollado por la Divinidad. La Biblia es fe, es Expresión de Dios.

Es preciso distinguir con claridad entre la mentalidad, los hábitos y las costumbres del pueblo israelita y las aspiraciones que Dios plantea al hombre. Son cuestiones distintas, por un lado, los factores socio-culturales que presentan la evolución y que han ido cambiando, en el transcurso del A.T., hasta el inicio de los tiempos evangélicos; y, por otro, la doctrina inmutable que Dios entrega a la humanidad por Jesús de Nazaret.

La cuestión estriba aquí en dilucidar el papel y la condición de la mujer en cuanto al orden de igualdad y semejanza con el hombre a la luz de la Sagrada Escritura.

Condición social.

En los distintos libros inspirados, se encuentran hombres y mujeres ejemplares y nefastos, e intentar ponerlos en el fiel de la balanza con el objeto de repasar y examinar sus actos, tal vez fuera tan enfadoso y ridículo como prolijo.

En el pueblo hebreo, las mujeres recibían un trato más respetuoso y digno que en las otras civilizaciones antiguas.

No obstante, hay que señalar que el ambiente cultural, en el que gravita la Biblia, limita los valores y derechos de la mujer (Núm 5,11-28; 27,1-11; Dt 24,1; Si 42,9-14). Está sometida al padre; casada, al marido y si enviuda, depende de los hijos; no puede heredar al padre ni al marido, salvo en defecto de los hijos varones (Núm 27,1-11); ni siquiera hacer voto ni cumplirlo sin el conocimiento del esposo (Núm 30,7-16; Ex 21,7-11).

La sujeción al esposo se prescribe en las disposiciones legales, especialmente en la poligamia, vigente ya en tiempos de los patriarcas, y en la ley de repudio. Se podía comprar por un precio, que se llamaba mohar, entregado al padre por el marido a cuya potestad pasaba, de modo que podía repudiarla con causa justa o por un simple prurito: “Si un hombre toma mujer y consuma el matrimonio, pero luego la esposa deja de agradar al marido, por haber encontrado en ella alguna fealdad, le escribirá el libelo de repudio y poniéndoselo en la mano la mandará fuera de casa” (Dt 24,1-4), lo mismo puede hacer un segundo y un tercero. Pero, ella no podrá hacer uso alguno de este injusto derecho. En caso de infidelidad y adulterio, podía ser apedreada: “El hombre que comete adulterio con la mujer de su prójimo, será castigado con la muerte, él y la mujer” (Lev 20,10); “sea lapidada por toda la ciudad hasta que muera” (Dt 22,21; Jn 8,5).

Comúnmente, las mujeres se mantenían recluidas en su casa a cargo de las faenas domésticas: “Toma presto tres medidas de harina, amásala y haz panecillos” (Gn 18,6; 1Re 18,13; 1Sam 28,24); “Tejerás a cuadros la túnica de lino” (Ex 28,39). Regían y gobernaban toda la servidumbre: ...“acompañada de cinco de sus sirvientas”... (1Sam 25,42); “Como los ojos de una sierva en la mano de su señora” (Sal 123,2).

En época patriarcal, las muchachas guardaban los rebaños, muy probablemente la costumbre seguiría vigente en Israel: “Estaba todavía hablando con ellos cuando llegó Raquel con las ovejas de su padre, pues era pastora” (Gn 29,9); “estaban llenando los abrevaderos para dar de beber al rebaño de su padre” (Ex 2,16-22). Bellísimo es el poema alfabético de la mujer fuerte, discreta y hacendosa que cumple su obligación con diligencia y esmero: “Una mujer perfecta ¿quién la encontrará? Vale más que las perlas” (Prov 31,10-31).

En el ámbito del hogar, la mujer ejercía gran predominio y autoridad de esposa y madre sobre el marido y los hijos. La madre se ocupaba de la educación de los pequeños bajo cuya tutela estaban casi exclusivamente. Este poder, unas veces, es beneficioso, el propio del deber de madre o esposa: “Una mujer virtuosa es la corona de su marido, mas una mujer desvergonzada es como la carcoma en sus huesos” (Prv 11,16; 12,4; Si 26,1-3.15-24), otras, pernicioso.

Funesta fue la ambición de las reinas Jezabel (3Re 17,13; 21,25) y Atalía (4Re 11,3). A este tenor, a la reina madre se le llegó a llamar gebirah -poderosa- por las intrigas conseguidas y el temor representado (3Re 2,19; 15,13). En el Eclesiastés y Proverbios, se descubren frecuentes avisos contra la maldad e infamia de la mujer dañina: “Hacen temblar y no se pueden soportar una mujer aborrecida que encuentra marido y una sierva que suplanta a su señora” (Prov 19,13; 21, 9.19; 30,22 y Si 25,13-26).
Se ha visto un carácter misógino en el texto del Génesis sobre el pecado de Eva. Es la mujer en la tragedia del paraíso, la que dirige, come del fruto, incita y la que recibe la pena más dura por herirla en su naturaleza íntima, trae el pecado y ocasiona la gran ruina. Esto hace concluir que ella tiene toda la culpabilidad.

La explicación radica en el historia del pueblo judío en la que se inspira el hagiógrafo para escribir su narración sapiencial y, por otro lado, le es difícil sustraerse a la mentalidad decididamente antifeminista del mundo antiguo. El forzudo Sansón es aniquilado por la perversa Dalila. El amor de impureza e infidelidad con Betsabé convierte al piadoso David en homicida y adúltero. El sabio Salomón cae en la perversión de su corazón y la rebeldía contra la voluntad de Yahvé por los amores injustos de mujeres extranjeras con que engrosa su harén.

En la historia civil y religiosa de Israel, existieron mujeres de notable importancia. Tras pasar el mar Rojo, María, hermana de Moisés y de Aarón, por impulso adivinatorio compone un canto de alabanza y organiza los coros femeninos de danza (Éx 15,20). Débora, mujer de Lappidot, recibe el nombre de “juez” por ejercer la administración de la justicia con acierto y exactitud (Jue 4,4).

Hubo mujeres dedicadas a la adivinación, los conjuros y a las artes mágicas; Saúl consultó a la pitonisa de Endor (1Sam 28,7); y profetisas: Juldá, contemporánea de Jeremías, a la que acudió Josías tras encontrar el libro de la Ley (2Crón 34,22-28), gozaba de un auténtico carisma profético; Noadías que se opuso a la reconstrucción de los muros de Jerusalén.

Los textos sagrados destacan también muchas mujeres distinguidas y significativas por sus grandes valores, virtudes y méritos: Eva, María, Agar (Gn 21,14; Gál 4,30), Lía y Ester heroínas de dos historias edificantes, auténticas salvadoras del pueblo. Judit, bello símbolo de la ayuda de Dios, que protege de mil modos y por diversos caminos, en los momentos más difíciles, a los que se entregan y confían de veras en Él. Rut figura de la universalidad del Dios de Israel, que acoge a una extranjera en la ascendencia de David y así en la progenie del Mesías. Susana, que patentiza la castidad, la justicia divina y la fe en Yahvé. Sarai, esposa de Abraham y madre de Isaac, ejemplo de firmeza en la fe, porque creyó en la fidelidad de Aquel que se lo había prometido (Heb 11,11). Ana, madre de Samuel, modelo de oración confiada y súplica sencilla ante Dios: estoy desahogando mi corazón ante Yahvé (1Sam 1-2).

Camilo Valverde Mudarra
Catedrático de Lengua y Literatura Españolas

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1 Mensaje

  • > IV. MATRIMONIO. MUJER Y CONDICIÓN 22 de septiembre de 2006 19:44, por Francisco Ruiz Guillén

    Total, la perfecta casada, la pierna quebrada y en casa. Y la libertad de la mujer como ser humano, hecho a imagen y semejanza de Dios, ¿dónde la dejamos?¿No puede decir ella:"El hombre perfecto, ¿dónde lo encontraremos? Pues lo que se dice de la mujer en la Biblia, la cual no es un manual de Teología, se pùede aplicar al hombre masculino. El pecado, según la Biblia, no se puede imputar a Betsabé sino a David; la única culpa de ella fue el ser bella.
    Francisco Ruiz Guillén

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