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La teja (cuentos de tradición oral 4)

Carmen María Camacho Adarve

España



LA TEJA

Existió una vez un hombre que todas las noches tenía el mismo sueño: en una casa de una calle de un pueblo lejano se ocultaba un tesoro.

Al principio no le dio ninguna importancia, pero, como la historia se repetía sin apenas variación, empezó a tener curiosidad.

Era tan real aquel sueño que podía ver el nombre de la calle y el número de la casa, de manera que el hombre se preguntaba si de veras existiría aquel lugar.

En el sueño se veía a sí mismo entrar en la casa aprovechando que la puerta estaba entreabierta. Atravesaba un fresco zaguán empedrado y por una escalinata alcanzaba un patio adornado con laureadas.

Cada vez más excitado y temiendo ser sorprendido por los dueños de la casa, se acercaba entonces al pie de una parra y se ponía a escarbar en la tierra con sus propias manos.

Al fin topaba con una especie de orza y, cuando se disponía a ver su contenido, se despertaba súbitamente, agitado y sudoroso, pero con la certeza de haber encontrado un tesoro.

A nadie se atrevió a contarle su propósito, ni tan siquiera a su esposa, temiendo que lo tomara por loco. Pero un buen día, con la excusa de un negocio, se puso en camino hacia, el pueblo de sus sueños.

Apenas se apeó del coche y después de sacudirse ligeramente el polvo, fue a preguntar a unos hombres parados junto al soportal de la plaza.

Al menos la calle existía y hacia ella dirigió sus pasos cuando, repentinamente, se levantó un gran vendaval.

Todos los lugareños corrieron a sus casas y el pueblo pronto quedó desierto. Nuestro hombre, que no acertaba a protegerse ni a buscar refugio, se metió por un callejón y, entonces, una teja levantada por el aire vino a darle en la cabeza y le hizo una brecha.

Como pudo se llegó a una botica y, cuando lo estaban curando, el forastero renegó de su mala suerte y dijo:

– Â¡Esto me pasa a mí por hacer caso de ensueños!

– Â¡Bueno! ¡Si yo hiciera caso de esas cosas! -exclamó el boticario. Maestro, yo que llevo años soñando que en la calle del Carmen, número 1, hay un tesoro debajo de la meseta de la escalera. ¡Eso son calenturas!

El herido no podía creer lo que estaba oyendo, porque la casa que describía el boticario era la suya propia y sintió que el corazón le latía muy deprisa y que le faltaba la saliva.

Tan pronto como pudo, pagó la cura y se despidió para volver cuanto antes a su casa.

Tanta era la desazón que traía, que, según llegó, le dijo a su mujer:

– No me hagas preguntas ni reparos por lo que voy a hacer.

Y con presteza se puso a picar en el lugar indicado por el boticario.

Al cabo del tiempo, topó con algo sólido que resultó ser una orza y, al abrirla, descubrió, ante la mirada atónita de su mujer, que estaba llena de antiguas monedas de oro.

Muchas veces buscamos fuera lo que tenemos en casa y no sabemos descubrir.

Este artículo tiene © del autor.

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