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VII. EL MATRIMONIO, INSTITUCIÓN NATURAL

Camilo Valverde Mudarra



El matrimonio es un hecho esencial de la realidad del hombre, ser racional, que consta de alma y cuerpo. Se puede decir que es la unión plena, permanente y legal de personas de distinto sexo.

La característica de la plenitud es la más sobresaliente y la que destacan los libros sagrados desde el Génesis: dos en una sola carne, hasta el de Manú: el varón forma con su mujer una sola persona. Determinan así el principio distintivo del matrimonio en el hecho de entronque y perfección de dos seres que se funden en un unum superior, en una individualidad fraguada por el amor y enraizada en la familia.

El matrimonio es una sociedad constituida en la unión marital de hombre y mujer, personas legítimas y libres que deciden por propia voluntad establecer su vida en común, íntima, permanente y monógama. Es una institución natural con las características propias de sociedad: la unidad íntima y permanente que origina unos objetivos comunes que son el amor profundo y la entrega dadivosa que desborda su caudal afectivo en el “tú”, para olvidar sistemáticamente el “yo”; de esa dádiva amorosa, se hace presente la procreación responsable, libremente elegida y, en consecuencia, la educación de los hijos en el respeto, la libertad, el amor y la responsabilidad; y, en tercer lugar, se ordena a la ayuda mutua, al complemento y a la colaboración sostenimiento y construcción del bienestar espiritual y material de la sociedad familiar, a la vez, que será el cauce que satisfaga los apetitos sexuales en evitación de remedios externos peligrosos y distorsiones emocionales y corporales. Tales finalidades se asientan en un pacto libre y consciente cuyas cláusulas se centran en la mutua donación y en la edificación diaria de la unión de dos en uno.

En esta institución natural, las relaciones específicas de la comunidad conyugal surgen del pacto o contrato que es, en sí, la causa del vínculo. La esencia del matrimonio estriba en el hecho de otorgar el mutuo y libre consentimiento que establece el vínculo. Esta institución supone un convenio específico que lo diferencia de los ayuntamientos animales movidos por el ciego instinto de la naturaleza sin razón y voluntad deliberada y de las inconstantes uniones humanas carentes de todo vínculo honesto de la voluntad y de todo derecho social.

Dos rasgos subyacen en esta institución de naturaleza humana: la sexualidad y la sociabilidad.

Por la primera, la especie humana está dotada del recíproco complemento de hombre y mujer con fines de propagación. La sexualidad pertenece constitutivamente al propio ser humano. La diversidad biológica de ambos sexos se revela también, por la íntima relación de cuerpo y alma, en la anímica y espiritual. La diversidad de sexo es una realidad original incontrovertible. Existe desde el principio del hombre dotada de una bondad natural intrínseca que no se llega a desvirtuar esencialmente con la potencial villanía del hombre. La sexualidad humana hay que entenderla como un don natural originario y anterior cuya bondad es independiente de la conducta y del empleo que reciba. No se prejuzga, en este sentido, la moralidad del ser racional en su uso, pues depende de la sumisión libre y consciente a sus normas intrínsecas, sin que se señale la sexualidad como factor integrante de la persona.
No es admisible desde ningún presupuesto tratar la sexualidad como degradación del hombre. En la historia, han causado un funesto influjo las filosofías sublimadoras, enemigas de lo corporal y de lo sexual. En el mundo grecorromano, la doctrina evangélica se enfrentó con poderosas ideologías que consideraban lo sexual un rebajamiento obsceno: el dualismo persa, el culto oriental de los misterios, el neoplatonismo, el gnosticismo y el maniqueísmo.

Este espiritualismo ha impregnado y seducido de modo larvado el pensamiento occidental hasta el presente.

La condición sexual del hombre es preciso distinguirla del instinto sexual. La primera abarca más y atañe a la totalidad del ser: materia y espíritu. El varón se orienta más a la acción, la mujer, al tú y a la sociedad, a la maternidad en ser y estar a disposición, en su capacidad de renuncia y servidumbre. Sin exagerar las diferencias, hay que afirmar que el distinto modo de ser del hombre y de la mujer incide hasta las más hondas raíces de su constitución física y espiritual.

La simple actividad sexual no implica en sí cualidad moral absoluta. Su consideración moral, como en cualquier otro asunto, reside en la recta o deplorable conducta del sujeto agente. Únicamente la práctica de la sexualidad, sin tener en cuenta otros aspectos, no muestra su calidad moral, así como la abstinencia no constituye un acto moral, en sí bueno o malo.

No obstante, siendo una actuación humana, que exige la cesión y la ofrenda mutua en complementariedad, la relación entre hombre y mujer, sólo si se produce en la amorosa donación del propio ser personal, llega a ser auténtica acción humana con posible valor moral. La sexualidad humana tiene su cauce natural en el matrimonio, pues en él y en la familia se encuentra la raíz estable de una sociedad equilibrada y progresista.

La sociabilidad consiste radicalmente en la inclinación inherente del ser humano hacia el trato con los otros que reside en la misma naturaleza. El carácter social del matrimonio proviene de la tendencia que siente la persona hacia los otros seres. No es posible violentar la realidad previa de la condición de criatura del hombre. Dios crea al hombre y, después, con el “no es bueno que esté solo”, lo entronca en el orden inherente a la naturaleza creada de sociabilidad, libertad y comunidad. Aún históricamente, el hombre es primero y, luego, a partir de él, la familia y la sociedad.

El contrato matrimonial se produce por la conjunción de la voluntad de dos personas que pueden establecerlo por su libre consentimiento. Los principios esenciales del pacto aceptados libremente, escapan al arbitrio del hombre, como cualquier norma que emana del derecho natural.

Este pacto entre hombre y mujer supone un compromiso común de vida íntima para construir la unidad de la comunidad familiar entraña dos aspectos de máxima importancia: la dignificación de la persona que compromete libremente su ser y su vida en un quehacer superior de conservar y enriquecer su amor en la entrega al otro y en la creación y mantenimiento de la célula familiar; el amor conyugal es la causa que lleva al consentimiento y la determinante del hecho.
Para que este amor se produzca entre dos personas es preciso que se de la simpatía entre ellas, sin la que habrá sólo sexualidad, pero no amor; al indagar el origen de la simpatía, Schopenhauer, según enseña Heráclito, lo ve en la heterogeneidad por la que uno tiende al otro por la cualidades que tiene y le faltan a él, la mayoría de los autores la hacen proceder, como entiende Empédocles, de la analogía o semejanza; y, por otra parte, para el creyente, es la respuesta a su vocación, a la llamada divina para firmar tal compromiso personal con el Creador que le manifiesta la trascendencia de su amor matrimonial al servicio del otro y de los hijos. Es sentirse elegidos, desde la eternidad, a la misión sublime de cooperar con Dios a la creación de la familia y a la educación de los hijos.
La unión sexual entre los esposos supone el amor conyugal.

Pero hay que añadir que tal afección no es el fundamento de la institución del matrimonio; la raíz se halla en la diversidad psicofísica del sexo, si bien esa diferencia u oposición se manifiesta en el sentimiento del amor entre los esposos; tampoco es la causa eficiente del matrimonio que se encuentra en el consentimiento, el amor es sólo al causa ocasional; y, por último, si el amor es condición moral para constituir el matrimonio, y ayuda en la elección y en el cumplimiento de los deberes al suavizar los escollos de la vida matrimonial, no es absolutamente necesario en cuanto a su realidad jurídica y menos aún en cuanto a la subsistencia de la unión, puesto que, al constituirse el matrimonio, se originan unos deberes entre los cónyuges y de ellos con los hijos. Son obligaciones ineludibles cuya atención y cumplimiento ciertamente no ha de residir en la existencia o no del amor.

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Camilo V. Mudarra es Lcdo. en Filología Románica

Catedrático de Lengua y Literatura Españolas,
Diplomado en Ciencias Bíblicas y poeta.

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3 Mensajes

  • > VII. EL MATRIMONIO, INSTITUCIÓN NATURAL 1ro de octubre de 2006 01:30, por Dr. Luis Marcelino Gómez

    Me parece maravilloso que el día en que se celebra el nacimiento de Miguel de Cervantes, haya traído usted a colación la idea del matrimonio de los tiempos del ilustre escritor. Me asombra el ver que todavía pueda usted narrarnos, con tanto detalle, las ideas renacentistas de la institución amorosa en su artículo "EL MATRIMONIO, INSTITUCIÓN NATURAL". Hoy, siglo XXI, y dejadas atrás la dinastía de los Austrias, las ideas de la inquisición y el concilio de Trento, es aún más hermoso ver como los seres humanos sin importar el sexo, pueden unirse por amor en matrimonio, avance, que nos hace no solamente más humanos sino más divinos. Detrás de cada purista, o puritano, se escondía, en tiempos de Fernando e Isabel, Carlos V y sus herederos, un hombre que temía a la libertad y a sí mismo. Son esos tiempos pasados, por fortuna. Tiempos crueles donde una minoría heterosexual creía ser la única que podía hacer y deshacer en este mundo que Dios hizo para todos y no para unos pocos. Gracias a la inteligencia del hombre hoy lo mismo es válido un matrimonio homosexual que otro de cualquier tipo, porque el amor siempre es el igual y bueno. Es que andamos por el siglo XXI. Y gracias a Dios que los tiempos de Torquemada de los que usted habla ya han quedado atrás hace tiempo. Para que ya la gente no tenga que esconderse detrás de fobias inconscientes y sea feliz sin hacer el ridículo. Muchas gracias, le repito, por hablarnos del matrimonio en los tiempos cervantinos.

    Dr. Luis Marcelino Gómez
    (Psiquiatra).

    • > VII. EL MATRIMONIO, INSTITUCIÓN NATURAL 1ro de octubre de 2006 20:21, por Marita Ragozza de Mandrini

      Toda persona formada medianamente sabe que la cultura del mundo es posible por quienes antes, ahora y también en el futuro, se extenúan en buscar la verdad y clarificar conceptos, como dijo del gran Sócrates su discípulo Platón.
      Como dijo Cristo: Sólo la verdad los hará libres.
      Cuando aprendemos a distinguir seguimos un camino ascendente en cuanto a claridad de ideas, firmeza de conducta, seguridad en ideales y concordia con uno mismo y con los demás.
      En cambio la confusión disminuye a la persona y a la sociedad.
      Digo esto para llegar a que en los últimos decenios se ha deteriorado en la gente la idea del Matrimonio.
      Cuando dos personas de distinto sexo se aman y unen sus vidas con sexo, amistad y fecundidad, ordenan sus recíprocas energías en el logro de una espléndida meta. Se convierten en ESPOSOS. Esta unión recibe de antiguo el nombre de Matrimonio.
      Si dos personas del mismo sexo están enamoradas, tienen relaciones sexuales y amistad, pueden llegar a ser excelentes amantes, pero nunca esposos, por ley natural también les están cerradas las puertas de lapaternidad y maternidad.
      No confundamos.
      Si Max Scheler o Merleau Ponty pudieranl evantar la cabeza se volverían consternados a sus tumbas al ver que hn sido vanas sus respectivas investigaciones
      No confundamos: responsabilidad de toda persona culta. No desquiciemosl a vida. Seamos fieles a la realidad.

      MARITA RAGOZZA DE MANDRINI- Profesora de Filosfía y Psicología- Educadora Católica- Poeta por la Paz - Delegada de IFLAC ( Foro Internacional de Literatura y Cultura por la Paz - Embajadora de la Paz por el Círculo Universal de Embajadores de la Paz deGinebra ( Suiza )

  • > VII. EL MATRIMONIO, INSTITUCIÓN NATURAL 1ro de octubre de 2006 22:15, por Camilo Valverde

    Dr. Luis Marcelino Gómez:

    Puede muy bien guardarse sus irónicas gracias, para sus sabihondas florituras históricas.

    La validez de una ley humana no implca la esencialidad de la Ley Natural.

    El principio distintivo del matrimonio reside en el hecho de entronque y perfección de dos seres que se funden en un unum superior, en una individualidad fraguada por el amor y enraizada en la familia, que fundan y desarrollan.

    El matrimonio es una institución natural constituida en la unión marital de hombre y mujer, personas legítimas y libres que deciden por propia voluntad establecer su vida en común, íntima, permanente y monógama. Esta idea no es de ayer, está vigente hoy y lo estará mañana.

    En su resentimiento, Vds. tienen siempre a mano el fácil y vacuo recurso de las inquisiciones, de los Torquemada, de los que habla usted, sólo usted; yo ni los nomboro, de los R. Católicos y de los tiempos pasados. A eso y a negar la verdad y tergiversarla, le llaman hoy progresía.

    Saludos, Camilo

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