Jinetes
Al menos
aquí aun no se nos olvida que temprano en la noche los fantasmas vagan por las calles,
indolentes, macabros y destructivos.
Así ha sido por siempre. Nuestro más
grande temor era quedarnos fuera de la casa, después de las nueve de la noche, y
esto solo ocurriría si nos portábamos mal. El castigo, no se hacía esperar. Al
pueblito, aún le faltaban veinte años para que el progreso de la luz eléctrica
llegara. Los miedos y los cuentos de los abuelos eran una cultura galopante,
que nos mantenía unidos en familia. Veinte años para saborear el misterio y las
tradiciones de los últimos quinientos años, y no caer en el desacierto de una
actitud individualista y falta de ideas y sueños constructores de nuevos
proyectos. Así es. La electricidad nos facilitó todo, pero nos arrancó la
comunicación de nuestras barbas y nos mando a los hijos al carajo. Las esposas
reemplazaron los maridos por arquetipos virtuales en las telenovelas, y los
hombres ya no pararon en la casa. __Algo me despierta. Me sobresalto porque mis
peores temores se hacen presentes. Al parecer es el ajetreo de una bestia.
Patea. Parece no estarse quieta. Se que se trata de una mula. Su herraje es
nuevo, su cabestro es de acero. Luce
nuevo. La montura, igual nueva. Lo percibo pues chirría. Su finura esta
expuesta. En el pueblo solo he visto dos o tres, entre las familias más ricas.
¿Quien será? Este animal es lozano y maravilloso. Su andar es esbelto, su
resuello lo denota, pero no quiero imaginar quien es su jinete. A esta hora de
la noche lo único que me inspira es enrollarme aun más en mi cobija y temblar
de miedo. Mi abuelo dice que en la noche, en esta calle galopa un caballo que
baja desde la loma de la cruz, y va pasando por todas las casas, cascabeleando
su herraje, metiéndoles miedo a los niños que se portan mal y a los hombres que andan de tunantes. Eso
dice mi abuelo Julián, que llega hasta la última casa en campo de pelota y al regreso pasa por
donde Fausta. Se detiene un momento donde doña Rita, que según cuentan hace
cosas de noche y que este la acompaña. Me recuerda que esa viejecita se
roba los niños, y eso me consta porque a
mi hermano José lo tuvo encerrado toda una tarde en su casa que está a la orilla de la calle principal cerca de
donde Paca la de Nicolás. Luego sigue su recorrido por el mismo camino por
donde baja de la loma donde está la cruz.
Despierto a mi hermano quien igual que yo se sobresalta y en oscuras sale
corriendo a meterse en la cama de mi madre. Esta simplemente le sonríe y piensa
que a saber que pasas por nuestras cabecitas, que últimamente estamos
despertándola en las noches. Yo, al verme despojado de la seguridad de mi
hermano, también salto de la cama y voy a refugiarme en la saya
de mi madre. Desde ahí puedo entender que lo que la gente dice es verdad, y
entre mas oigo lo que oigo y pienso en ese personaje del que todos los viejitos
del pueblo hablan, más tiemblo entre los calzones de mi madre. Realmente no es
posible soportar un minuto la presencia de este espectro que aun sin verlo, nos
atormenta en nuestros corazoncitos. Es mejor que amanezca o me voy a morir de
pena en este rincón tan oscuro en que me encuentro. Ojala y mi madre pudiera
escuchar lo que nosotros escuchamos, aunque creo que a todos nos pasa. Si ese
animal ha estado bajando de la cruz durante años quiere decir entonces que mi
madre también lo oía. A veces nos cuenta que siendo niña, salió de noche con mi
tía María al patio a orinar y que de la quebrada que pasaba frente a la casa
del abuelo salió una bolita blanca, como un huevo, que entre las vacas que
estaban ahí echadas se movía hacia ellas, que con la luz de la luna relumbraba
intensamente, y que según le dijo el tío Quilino era el carbunco y que qué
lástima que no lo guardaras por que te hubiera traído suerte, si lo hubieras envuelto
en un pañuelo blanco___era tu suerte y se te fue___ Mi madre al igual que yo
estuvo tan ligada a esta tierra. Contaba que cuando se caso por primera vez, el
recién casado la
llevó donde su tío Gregorio Altamirano, donde a escondidillas se miraban meses
antes y, donde al final se terminó
quedando con él. Al parecer mi abuelo la enviaba a la ciénaga a moler café,
pues era el único lugar donde se molía café y bajo este pretexto viajaba tan
lejos. Mi abuelo fue cómplice de algún
arreglo para que ella se quedara entre aquella familia. La esposa de don
Gregorio Altamirano, era una mujer de lazo y reata, como decía mi madre. Se
montaban ambas en la mula lozana de la familia y cruzaban el vado aun hasta en
días de crecida. Aquella mujer tenía más dotes de hombre que de mujer. No se
comprende como, pues parió ocho hijos, los cuales crió como Dios manda. Mi madre había
Aprendido de Cristina Guerrero lo que sabía. Había acumulado una experiencia
sincronizada en la vida. Lo sobrenatural no le era extraño. Así que hoy, en este momento en que nos sentía
tiritando de miedo nos acariciaba nuestras cabezas como último recurso para no
perder la calma pues pienso, en medio de todo, que sabía lo que ocurría en la
calle, frente a nuestra humilde casa. La severidad de mi madre fue siempre
permanente. Más de una vez, cometimos errores que nos costarían unos cuantos
chilillazos a altas horas de la noche. ___Vos vas a venir, decía___ Nos
esperaba hasta que llegábamos. La advertencia se cumplía al pie de la letra cuando le faltábamos a algo. Una noche el
terror se apoderó de nosotros cuando no obedecimos fuéramos a traer agua al ojo
de agua del San Gaspar, y nos quedamos sin agua para tomar. Aquella falta era
grave. De algún modo nos vimos influenciados por nuestro hermano mayor,
Armando, quien siempre infringía las órdenes de mi madre y casi siempre estaba
bajo el látigo. Eran casi las diez de la noche y sufríamos la inclemencia de
una espantosa tormenta que en ese momento caía sobre el valle. Oyó nuestro
llanto y abrió la ventana por donde entramos e inmediatamente procedió al
castigo que nos había prometido, no
importaba el castigo, solo estar a salvo de la mula que se iba a parar a esa
hora frente a nuestra puerta, a mascullarnos el aliento y desear que la mañana
se presentara con el canto de gallos y pájaros que al fin y al cabo nos hacían
sentir algo de seguridad aunque fuera por unas horas. Mas vale tener en cuenta
que de algún modo debemos ser inteligentes. La tecnología que nos ha
proporcionado tantas facilidades nos ha hecho perder el rumbo. El modernismo
nos ha vuelto insensibles y nos hemos convertido en seres irresponsables,
incrédulos al ignorar nuestras raíces. Ahora
que recuerdo, con el paso del tiempo, la llegada de la modernidad nos trajo
tantas oportunidades que vinieron a reemplazar las costumbres ancestrales y
todos fuimos diferentes. Los viejitos que contaban historietas se fueron, y con
ellos, nuestras raíces.