Las marcadas arrugas, estrÃas, y surcos convertÃan su rostro en la propia imagen de su alma, reflejando el mudo dolor y la profunda desdicha y amargura, padecida por aquella zaparrastrosa y desaliñada mujer que frisaba la cincuentena; su inconfesable y turbulento pasado la habÃa llevado a refugiarse en el alcohol, del cual era perpetua e irreversible prisionera, prueba de ello era su frecuente deambular ligeramente vacilante, sus ojos vidriosos, y su repugnante hálito etÃlico; asÃ,su edad aparente muy por encima de su edad biológica delataba su vertiginoso deterioro fÃsico y mental; sus encarrujados y enredados cabellos estaban tiznados por el opaco color de la suciedad, y su aspecto famélico, huesudo y tránsido evidenciaba su permanente estado de inanición, y por ende su hambre calagurritana.
Sus andrajosos y desharrapados ropajes iban dejando tras de si una estela de insoportable hedor, que con su fétida emanación convertÃan su entorno en un nauseabundo e infecto espacio, verdaderamente intransitable.
Arrastraba con dificultad un mugriento y roñoso carrito que apenas avanzaba, pues tenÃa uno de los rodamientos deteriorado, dentro de el llevaba unos agujereados plásticos, unas ropas sucias, y unas finas mantas con lamparones para abrigarse en los frÃos dÃas del gélido invierno; en la otra mano llevaba una vieja y cuarteada correa con la que hacia prisionero a un cánido de cuerpo grueso, cuello corto, cabeza redonda, hocico agudo, orejas caÃdas, y pelo largo, abundante, y rizado; el color de las vedijas de aquel perro de aguas, que debÃan ser albas y nevadas, desgraciadamente eran agrisadas y plomizas, fruto de la carencia de un Ãnfimo cuidado necesario para mantener la dignidad del animal; asà entre la fronda de mechones o hebras que formaban la guedeja lanosa, habitaban incontables parásitos que producÃan molestos y continuos picores y comezones, que el can trataba de erradicar estregando con insistencia y reiteración esas protuberantes heridas rubescentes, utilizando para ello las afiladas pezuñas de cualquiera de sus extremidades.El astroso animal no parecÃa guardar ninguna animadversión hacia su ocasional dueña, por esta manifiesta dejadez, ya que a la menor ocasión de peligro se adelantaba esgrimiendo una actitud abiertamente defensiva, bien estructurado y apoyado firmemente sobre sus cuatro extremidades, con la cabeza elevada, y con un pertinaz y bronco ladrido, que ahuyentaba a cualquier merodeador con fines hostiles o poco lÃcitos...
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