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IV. EL SUFRIMIENTO

Camilo Valverde Mudarra

España



El sufrimiento es una tenaza para el hombre, que rehuye y teme. Y el hombre mismo en su sufrimiento, es un misterio inaccesible. Puede ser que la medicina, en cuanto ciencia y a la vez arte de curar, descubra en el vasto terreno del sufrimiento del hombre el sector más conocido, el identificado con mayor precisión y relativamente más compensado por los métodos del «reaccionar», es decir, de la terapéutica. Sin embargo, éste es sólo un sector. El terreno del sufrimiento humano es mucho más vasto, mucho más variado y pluridimensional. El hombre sufre de modos diversos, no siempre considerados por la medicina, ni siquiera en sus más avanzadas ramificaciones. El sufrimiento es algo todavía más amplio que la enfermedad, más complejo y a la vez aún más profundamente enraizado en la humanidad misma. El dolor puede ser síntoma de enfermedades o una enfermedad en sí mismo. En el primer caso constituye una señal de alarma fisiológica útil; en el segundo, no tiene finalidad y puede constituir punto de partida para otra patología orgánica o psicológica. La medicina define que «el dolor es una experiencia desagradable, sensorial y emotiva, asociada con un daño que sufre el organismo».

La mayor o menor intensidad del dolor es subjetiva; el umbral del dolor no se marca, hay personas que soportan el dolor más que otras; se observa frecuentemente una diferencia de tolerancia al dolor por parte de la misma persona, según la causa del mismo y, sobre todo, de acuerdo con su situación psicológica.

Todas las grandes religiones tratan de explicar el sufrimiento. El hinduismo atribuye la causa del sufrimiento al «karma», que se produce a consecuencia de los malos actos, cometidos en esta vida o en pasadas reencarnaciones. La liberación del «karma» procede del conocimiento de la verdad y el anuncio de la palabra de Dios. Dios es el remedio. El budismo lo explica por «las cuatro nobles verdades»: 1ª. Todo es sufrimiento. 2ª. Su causa es la pasión-ansiedad egoísta. 3ª. Sólo el «nirvana» puede eliminar la causa; ya se hace en esta vida, pero será plena en el futuro. Y en cuarto lugar, el sendero que conduce al «nirvana» es «la óctuple rectitud», esto es, la rectitud de visión, de pensamiento, de palabra, de acción, de vida, de esfuerzo, de atención, y de meditación. El islamismo pone el origen del sufrimiento en la oposición a la palabra de Dios; sólo Alá lo puede remediar. En la religión africana tradicional el sufrimiento viene causado por los espíritus o los ancestros, ofendidos por los atropellos contra la vida o por las faltas morales: el robo, la esclavitud, y otros; la solución estriba en la identificación del espíritu airado y después, en ofrecerle sacrificios.

Esta somera síntesis muestra una línea casi continua: el origen del sufrimiento se debe a la transgresión, a la comisión del delito y la falta. Esiste analogía aspectual con la tesis del A. Testamento y con su tratamiento en el cristianismo, que pone la causa en una falta particular: el pecado original. Sin embargo, el cristianismo se distancia totalmente de las otras en la solución que ofrece al misterio del sufrimiento, sobre todo, del budismo, que propugna superarlo meramente por el esfuerzo humano; el resto de las religiones siempre lo ven en manos de la divinidad.

El sufrimiento, tanto en sentido físico como moral, es un enigma que sólo se resuelve en el misterio. Se trata de algo complejo y enigmático, digno de toda compasión y aun de temor; pero se debe procurar entenderlo, pues, sólo así, se podrá superar. El sufrimiento trasciende la enfermedad; y, tanto el individual, como el colectivo, se debe a los errores y transgresiones humanos, al odio, la agresión, la guerra... El sufrimiento tiene un sujeto y es el individuo que lo sufre, pero, no permanece sólo en el individuo, sino que se trasmite a los demás que también sufren, el único en tener una conciencia especial de ello es el hombre y todo hombre, aterido en su dolor, busca la razón, el origen y se pregunta el por qué, y mira hacia arriba y, con frecuencia, en el misterioso silencio divino, cree no hallar la causa. Ciertamente, es difícil precisar la causa del sufrimiento, o del mal, que conlleva el sufrimiento. Primero, se necesita situar el enigma en su justa dimensión y empezar a buscar su causa. El sufrimiento consiste en la experiencia de la privación del bien. La privación del bien es el mal. La causa del sufrimiento es así un mal. Siendo su principio la privación, uno se pregunta qué produjo esta privación, dónde está la causa, qué motiva la falta de bien que produce ese mal y ese sufrimiento.

El misterio cristiano no es un hecho que se contempla, sino que se experimenta; sólo la experiencia del misterio conduce a su comprensión. Únicamente, viviendo el misterio del sufrimiento cristiano se puede captar una aproximación a su significado. Sufrimiento es una actitud pasiva o activa frente a un mal, o mejor, frente a la ausencia de un bien que se debiera tener. Así, sufrimiento y desorden se entrelazan, o, al menos, se piensa que el sufrimiento es causado por el desorden. En su sufrimiento, la disposición del hombre es diversa. Se puede, sin embargo, decir que casi siempre cada uno entra en el sufrimiento con una protesta típicamente humana y con la pregunta del «por qué». Se pregunta a nivel humano, y no la encuentra. Ciertamente, muchas veces, la hace a Dios, y, tal vez, a Cristo. Se acerca y no puede dejar de notar que Aquel, a quien pregunta, sufre El mismo, y por consiguiente quiere responderle desde la cruz, desde el centro de su propio sufrimiento. Sin embargo a veces se requiere tiempo, hasta mucho tiempo, para que esta respuesta comience a ser interiormente perceptible. En efecto, Cristo no responde directamente ni en abstracto a esta pregunta humana sobre el sentido del sufrimiento. El hombre percibe su respuesta salvífica a medida que él mismo se convierte en partícipe de los sufrimientos de Cristo. La respuesta que llega mediante esta participación, a lo largo del camino del encuentro interior con el Maestro, es a su vez algo más que una mera respuesta abstracta. Esta es, en efecto, ante todo una llamada. Es una vocación: Ven y sígueme.

El hombre enfrenta el núcleo del misterio al volverse hacia la cruz. Jesucristo transforma el sufrimiento, en su vida mortal, hace milagros, restablece el bien, ayuda y cura el dolor, asume el dolor de todos y conscientemente lo padece y sufre en su cruz. La única respuesta podrá venir sólo del amor de Dios en la cruz. Cristo se acercó sobre todo al mundo del sufrimiento humano por el hecho de haber asumido este sufrimiento en sí mismo. El cuarto intenso Poema del Siervo de Yavhé (52,13 - 53,12), del Libro de Isaías, al que justamente se le llama «el quinto evangelista», presenta la imagen de los sufrimientos del Siervo con un realismo tan agudo como si lo viera con sus propios ojos: con los del cuerpo y del espíritu. La pasión de Cristo resulta, a la luz de los versículos de Isaías, casi aún más expresiva y conmovedora que en las descripciones de los mismos evangelistas. He aquí cómo se presenta ante nosotros el verdadero Varón de dolores: “Despreciado y abandonado de los hombres, varón de dolores y familiarizado con el sufrimiento y como uno ante el cual se oculta el rostro...” Si el sufrimiento «es medido» con el mal sufrido, entonces las palabras del profeta permiten comprender la medida de este mal y de este sufrimiento, con el que Cristo se cargó. Puede decirse que éste es sufrimiento «sustitutivo»; pero sobre todo es «redentor». Esta «doctrina de la Cruz» llena con una realidad definitiva la imagen de la antigua profecía. Las palabras de la oración de Cristo en Getsemaní demuestran la verdad de su sufrimiento, prueban la verdad del amor mediante la verdad del sufrimiento. Las palabras de Cristo confirman con toda sencillez esta verdad humana del sufrimiento hasta lo más profundo: el sufrimiento es padecer el mal, ante el que el hombre se estremece. El dice: «pase de mí», precisamente como dice Cristo en Getsemaní.

El sufrimiento humano ha alcanzado su culmen en la pasión de Cristo; y, a la vez, ha entrado en una dimensión completamente nueva y en un orden nuevo: ha sido unida al amor, a aquel amor del que Cristo hablaba a Nicodemo, a aquel amor que crea el bien, sacándolo incluso del mal, sacándolo por medio del sufrimiento, así como el bien supremo de la redención del mundo ha sido sacado de la cruz de Cristo, y de ella toma constantemente su arranque. La cruz de Cristo se ha convertido en una fuente de la que brotan ríos de agua viva. En ella, debemos plantearnos también el interrogante sobre el sentido del sufrimiento, y leer hasta el final la respuesta a tal interrogante.

Cristo da respuesta al problema del sufrimiento con la misma materia de la pregunta. El sufrimiento genera amor hacia el que sufre, un amor desinteresado, dispuesto a la ayuda y al alivio. La parábola del buen samaritano converge con Cristo Mismo que dice en el Juicio final: «Estuve enfermo y me visitasteis»: Aquel que cayó en manos de bandidos, y fue curado y socorrido es el propio Cristo. El sentido del sufrimiento es hacer el bien con el sufrimiento y hacer el bien al que sufre (Salvifici doloris).

Camilo Valverde Mudarra

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